Hasta el próximo 4 de octubre se puede visitar esta exposición donde los collages, los ensamblajes, los relieves, los óxidos férreos y las esculturas son el vehículo que le permiten plasmar sus sensaciones y vivencias.
La mano del ilusionista es más rápida que los ojos del espectador. El protagonista de la actuación invoca un abracadabra, articula y mueve los dedos como si lanzase una pizca sobrenatural y, alehop, el truco se ha convertido y el público no tiene más remedio que reconocer el mérito del artista y romper a aplaudir. Uno de los más destacados profesionales en esta difícil tarea de hacer posible lo imposible, el Màgic Andreu, ha decidido orientar su inteligencia y su sentido de la estética hacia las artes plásticas, y nos ofrece, en la Sala Rusiñol de Sant Cugat, unas obras basadas en la combinación y reinterpretación de objetos cotidianos y en el collage.
Francesc Andreu Sabadell (Barcelona, 1948) es un hombre de grandes inquietudes que ha desarrollado numerosos oficios, que ha viajado por todo el mundo –ha atravesado los países escandinavos en trineo de perros- y que ha puesto su tiempo, esfuerzo y capacidades al servicio de los demás –ofrece espectáculos de magia a los niños enfermos de la planta de oncología infantil del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona y participa activamente en una ONG que ayuda a los chicos y chicas más desfavorecidos de Nepal-.
En las piezas expuestas encontramos el mismo espíritu de convertir el día a día prosaico en la experiencia poética que da vida a sus representaciones de mago. La parte superior de una cafetera al revés conforma un rostro, las palas de unas cucharas sin mango son unos ojos y una cadena es una cabellera. A la vez, diferentes recortables le permiten hablar del poder del dinero, de las relaciones entre hombres y mujeres, del progreso tecnológico que amenaza con atropellarnos, de las formas de ocio o de la nostalgia de la infancia. Todo ello empapado del sentido del humor que siempre le ha caracterizado, y que en su caso queda perfectamente evidenciado con la presencia de una medalla con banda de tela y aguja para pegar en la tela, pues él siempre solía acabar sus número de magia colgándose una inmensa condecoración en la levita del frac y diciendo: “soy el mejor”.
Màgic Andreu nos enseña una misma lección en los escenarios y en las esculturas y cuadros, que somos los propios prestidigitadores de nuestra vida y que en nuestras manos está dotarla de magia.