El cine de Tomas Gutiérrez Alea, Titón (1928-1996), está respaldado por una búsqueda constante que fluye bajo la égida de una fuerte interrogación social, política, estética y con una evidente voluntad de evocación y establecimiento de relaciones culturales. A través de la literatura que absorbe su filmografía, el director organiza un trazado propio de intereses sobre la cultura cubana, donde Memorias del subdesarrollo (1968) ocupa un puesto fundamental. El filme está basado en la novela homónima escrita por Edmundo Desnoes. En esta adaptación ocurre un fenómeno novedoso y es las relaciones entre la referencia literaria y la película. Aquí estamos viendo la integración de un texto literario transformado por el guionista y por el director, incluyendo un cambio radical en el uso de la voz en off.
El desarrollo de la “idea” a través de la palabra es una de las estrategias narrativas que Alea explota en este filme, se prolija en el uso de la verbalización, al tiempo que propicia la movilidad de la imagen y sobre todo, la combinación de temas y medios de expresión muy diversos. Con esta película cuaja el propósito del director de consolidar un lenguaje cinematográfico vanguardista que fuera acompañado por la denuncia social, sin que el filme perdiera su condición de espectáculo.
La visualización de la cultura cubana que propone Titón en Memorias del subdesarrollo, canaliza la emergencia conflictiva de las diferencias y las fronteras. En la película, Sergio Carmona es desplazado hacia la presumible inestabilidad de un modo de vida “no deseable”, erige una estrategia discursiva que lo legitima ante los “especímenes del subdesarrollo”. Desde su condición masculina intenta “cazar” a la joven Elena y resulta finalmente “cazado” por su estatus de clase, en un intercambio constante de poderes. La demanda de la legitimación social de los necesitados cuaja turgente en las calles, en las canciones populares, en el baile saturado de rostros y cuerpos negros; al mismo tiempo, es reconocible el contra-discurso del “intelectual metropolitano”, conducto ilustrado del saber occidental, y único camino entrevisto para elevar a la Isla hacia los índices del desarrollo.
Memorias del subdesarrollo proyecta un diapasón de imágenes visuales que multiplica la provocadora ambigüedad del texto escrito; acoge, de manera documental, la “realidad” paralela al monólogo del protagonista; mezcla múltiples lenguajes artísticos y se convierte, por ello, en una suerte de documento testimonial a la vez que un ensayo sobre la década del sesenta en la Isla. También la articulación del punto vista es uno de los elementos que fundamenta el trazado “vanguardista”. Se exponen varias miradas que se vuelven contaminantes a través del montaje y producen un filme de texturas, donde la mezcla de usos cinematográficos y diferentes estatus de la ficción crean el “film-collage”, al estilo de Godard.
La película podría considerarse un paradigma de obra reflexiva intramedial, siempre que bajo el rótulo de “intramedialidad” podemos amparar la circunstancia de integración de diferentes lenguajes artísticos en un nuevo producto. Literatura verbalizada, imágenes documentales de archivo, imágenes gráficas, fotografías fijas, imágenes captadas con cámara oculta, ficción convencional, interactúan para orquestar una obra a la vez panorámica y documental, dramática y auto-reflexiva.
Si bien la película Memorias del subdesarrollo ha sido considerada una muestra del desentendimiento por parte del cine cubano de los paradigmas literarios, eclosión de visualidad y de estrategias narrativas propias del cine, en torno al filme habría que descongelar aquella noción de “cine literario”, entendido como cine que se afilia a la construcción de argumentos aristotélicos, peripecias dramáticas y personajes balzacianos. Memorias del subdesarrollo es un filme que combina la versatilidad de la imagen con la autoridad tradicional de la literatura. No es para nada singular en esta época que el filme utilice la palabra como una de sus vías principales de comunicación y cuestionamiento, mucho menos si se apoya en una novela como Memorias del subdesarrollo, donde la importancia del discurso verbal viene dada por el propio medio ambiente de su gestación.