Convergencias: cuatro facetas bien delineadas de un mismo tema
¡La 14 Bienal de La Habana ha empezado bien! A pesar de los días que vivimos, en los que todo se ha vuelto difícil y en ocasiones doloroso, empeñarse en realizar un evento de esta magnitud es, cuando menos, en mi opinión, una proeza. Pero más si acoge la presentación de proyectos personales de estudiantes recién graduados, quienes en un intento por romper las muchas horas de desvelo y de esfuerzo que conlleva la preparación de un ejercicio final de grado, se unen en un intento loable y necesario.
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Si en condiciones normales un ejercicio de este tipo y su presentación resulta altamente complejo, si el estudiante se ve forzado por las circunstancias a estar alejado de sus profesores y de los espacios propicios para su desarrollo, el reto es aún mayor. Convergencias nació así, porque todo cuando se quiere puede suceder. Llegó el día y un mensaje al teléfono, un correo electrónico después y unas cuantas conversaciones, terminaron por armar una exposición que deja ver cuatro facetas bien delineadas de un mismo tema: el arte y su permanente ejercicio transformador, para explorar ideas, pensamientos y tendencias sociales que confluyen en un único punto.
Esta vez la Galería de Arte Wifredo Lam de Marianao se hace eco de esta exposición conformada por una breve muestra de cuatro series mayores, de cuatro jóvenes artistas recién graduados de la bicentenaria Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro, quienes se proponen explorar sus vivencias más personales (cada uno desde una óptica diferente), para descubrir lo que se ha venido haciendo en solitario, con mucho ímpetu y deseos, porque algo se quiere decir.
Y este es el caso de María José Rodríguez Elosegui y de su propuesta: La sangre, savia que nutre mi futuro, quien a través de una operatoria puramente procesual y documental alude a ese continuo bregar sobre la relación de su vida con las cosas más cercanas; es ese territorio inexplorable de las ideas, un territorio demarcado donde es dueña y protagonista. Para ella «crear es una lucha continua entre la consciencia y la inconsciencia». Pero, si solo le cambiamos una letra a la primera palabra podremos leer otra gran verdad: «creer es una lucha continua entre la consciencia y la inconsciencia», algo que está muy presente en su vida.
Por eso, cuando a muchos les parece recurrente y hasta aburrido regresar una vez más al tratamiento representativo de lo religioso dentro del arte cubano contemporáneo, María José lo asume con toda la seriedad y dignidad de alguien que no esconde su fe y que insiste en lo importante de hacer una obra limpia y sincera, sin mucha parafernalia ni adornos innecesarios. Insiste, otra vez, en la ofrenda (algo que, de alguna manera, se vuelve constante en su trabajo) y como tal nos obliga a verlo y a juzgarlo.
Si bien existe una referencia pulcra y bien delineada a otros procesos y tópicos dentro del arte, es lo escatológico, el uso de la sangre más «impura» o desechada, lo que dimensiona y reafirma su intención con este trabajo. Del mismo modo, el acierto en «escoger» como recurso formal operativo la foto-instalación, le permiten expresar la inmediatez de la vida y la eternidad de la naturaleza a través del renacimiento y la transformación espiritual, con el magnetismo sincrético de la religión y sus preceptos. Esta es una propuesta donde se hace presente la mitología, no para someternos, dominarnos ni moldearnos, sino para hacernos reflexionar en torno a la creación misma, a la tierra y la naturaleza que nos sostiene.
En otra tesitura, más hacia lo autorrepresentativo, se encuentra la obra de Elizabeth Fernández Pérez, quien explora aquellos senderos que nos llevan a transitar el camino de la vida; una tarea siempre difícil todavía más cuando se es un joven adolescente. A lo largo de ese complejo y azaroso recorrido tropezaremos, invariablemente, con cientos y cientos de obstáculos, algunos menos y otros más felices. Cada uno dejará su marca y la posibilidad de continuar abriendo o cerrando puertas. En ello radica nuestra experiencia futura y el sentido más genuino de nuestro desarrollo como personas.
En toda esta carrera por descubrirnos se revela pronto un elemento que se vuelve el núcleo determinante de mucha de nuestras acciones. La aceptación es un proceso complejo pues, en gran medida, se desarrolla a la par de la autoestima. Pero descubrirse y aceptarse tampoco es algo tan fácil. Es un proceso subjetivo que involucra muchos aspectos conductuales, volitivos y educativos, que arman esa estructura defensiva que nos acompañará hasta el final.
Dieciocho estudios para un autorretrato, es un ejercicio con el cual Elizabeth se apropia de su rostro para mostrarnos por medio del dibujo más limpio y académico, a lápiz de color, pero no oxidado ni empolvado, las innumerables facetas de la expresión humana, a partir de la deconstrucción de la imagen en busca de una reafirmación de la identidad. Es, al mismo tiempo, un ejercicio de exorcismo con su alma y con aquellas ataduras, limitaciones y prejuicios que la dominan y que, finalmente, ha podido reconocer, aceptar y mostrar hoy aquí. Con ellas ha iniciado una marcha que la llevará, sin dudas, a superar esta y otras situaciones para poder conquistar nuevos espacios que, ¿quién sabe?, tal vez ella misma se había prohibido.
Casi en la misma cuerda se encuentran las fotografías manipuladas de Rafael Luis Aguilera Herrera que, cual espejo, nos muestran los cambios sufridos por el hombre desde lo físico y lo espiritual. En él, todos los esfuerzos artísticos por proyectar el mundo interior de la psiquis pueden ser considerados válidos. Pero en el uso habitual de la fotografía quedan todavía algunos intentos que pueden ser mayormente explotados, para que esas mismas expresiones usadas para reflejar los patrones caleidoscópicos de la conciencia y el espíritu reciban todo tipo de interpretaciones, ayudado por el uso de las tecnologías digitales, en una clave que nos presenta esos múltiples sentimientos sociales, culturales y personales, inspirados por esos estados de la conciencia.
Desde los inicios de la humanidad, el hombre comenzó a pintar sus deseos e impresiones sobre todo lo que le rodeaba, plasmando así su huella a través de la imagen, la cual denota diversos tipos de interpretaciones simbólicas de su visión del mundo en aquel entonces. Como representación, a través de la pintura y tomando como referencia el autorretrato, los artistas contemporáneos han reinterpretado de diversas maneras el concepto de este, creando obras condicionadas y extravagantes bajo diversas situaciones socioculturales. En la época de la pintura, con la autorrepresentación se busca la permanencia en el tiempo o plasmar la identidad, como legado a las generaciones futuras. Sin embargo, la evolución de la imagen vinculada al entorno más actualizado, donde se acrecienta el individualismo, busca cumplir otros fines que el de la mera representación por medio de la pintura.
Así son los óleos que nos propone Claudia Rodríguez Sacerio, magníficos, sugerentes y reflexivos, en donde se trasponen sus experiencias más personales con la tecnología, donde nos muestra la naturaleza humana en su contexto, como portadores de un contenido que va más allá de lo visible, una suerte de renacimiento y de transformación (también) espiritual.
Claudia es una estudiante que muchos profesores desean tener: intuitiva, constante, cuestionadora, inteligente, ambiciosa y trabajadora, que ha sabido encontrar nuevas metas y superarlas. Ha sabido remplazar un pensamiento objetivo por uno más complejo, donde las dudas desentrañan esos entuertos que pueblan el sentido de lo artístico y definen a sus actores. Realizar este ejercicio le ha permitido educar esa otra parte más individual de su personalidad. Y en este sentido, ha sabido transitar por esos túneles, algo que no se hace en un instante, pues ahora es que empieza.
Esta, en particular, se trata de una propuesta de análisis más profundo, pues no se autorretrata dentro de un gran cuadro para hablar de ella misma, sino que se proyecta desde lo externo para reafirmar su autoría o para dar a entender sus intenciones. Es una obra visual donde la artista representa, traduce y recrea las características de su propio entorno y que funciona como exaltación de la propia persona, para cumplir con el deseo de permanencia y de la memoria.
Convergencias, una vez más, es una tentación hacia el espejo, hacia la clave personal de representación y búsqueda. Es, en todo, un elemento más que una simple exposición, donde el autorretrato explora otras líneas, pues ha sido objeto y parte idónea para ello. Verse en esta exposición es la manera más rápida de autorretratarse y que sirva también de apoyo para que al contemplarnos podamos repetirnos en el papel, la madera de un gran árbol, en la sangre y en lo tecnológico más inmediato. ¡Qué así sea!
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