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"Cien años de soledad": todo lo que necesitas saber
11December
Artículos

"Cien años de soledad": todo lo que necesitas saber

La serie, producida por Netflix y dividida en dos temporadas, se estrena este 11 de diciembre para los más de 200 millones de suscriptores que la plataforma tiene alrededor del mundo. Lectores habituales y nuevos curiosos ya consultan los detalles de la obra maestra de Gabriel García Márquez o vuelven a esta historia para revivir, releer o repetir el asombro y las vivencias del pueblo de Macondo, que, como el libro mismo, tiene una segunda oportunidad sobre la Tierra con cada nueva lectura.

Desde el Centro Gabo se ha preparado un especial para refrescar algunos detalles del libro, repasar el linaje de la familia Buendía, y hablar sobre la vida y obra de nuestro fundador y premio Nobel de literatura colombiano.

Así como cuando se lanzó la obra, en 1967, en Argentina, y el periodista Tomás Eloy Martínez veía a las señoras con las bolsas del mercado acompañadas de un ejemplar, hoy vemos, por todas partes, los carteles y anuncios que nos avisan que la saga de los Buendía ha vuelto; aunque, realmente, ¿se fue alguna vez? 

Aprovechamos este momento y, como si volviéramos a conocer el hielo, refrescamos algunos detalles del libro, repasamos el linaje de la familia más memorable de Gabo y hablamos sobre la vida y obra de nuestro premio Nobel.

Quién fue Gabriel García Márquez

 Gabriel José García Márquez fue un destacado escritor, periodista y cineasta latinoamericano. Nació el 6 de marzo de 1927 en Aracataca (Magdalena), un pequeño pueblo bananero ubicado en la región Caribe de Colombia. Allí vivió al cuidado de sus abuelos maternos hasta los ocho años. En 1938 se trasladó con sus padres a Barranquilla, ciudad en la que cursó la primaria y parte del bachillerato, primero en el colegio público Cartagena de Indias y luego en el Colegio San José, de los jesuitas. El título de bachiller lo obtuvo en el Liceo Nacional de Varones de Zipaquirá en 1946, luego de aplicar exitosamente a una beca de estudios otorgada por el Ministerio de Educación Nacional. Un año después se matriculó en Derecho, en la Universidad Nacional y comenzó a publicar sus primeros cuentos en el diario bogotano El Espectador. 

En abril de 1948, como consecuencia de la violencia que desató el magnicidio del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán, interrumpió sus estudios y viajó a Cartagena. Aunque reanudó el derecho en la Universidad de Cartagena, unos meses más tarde decidió abandonar la carrera definitivamente para convertirse en escritor. En esta nueva etapa dio rienda suelta a su vocación periodística sin descuidar el interés por la literatura. Entre 1948 y 1952 redactó opiniones, noticias y notas editoriales para los principales periódicos y semanarios de la región. De aquella época, en la que su vida alternó entre Cartagena, Sucre y Barranquilla, provienen los textos de “Punto y aparte”, su columna en El Universal, y “La Jirafa”, su columna en El Heraldo. Esta última no la firmó con su nombre sino con un seudónimo, “Septimus”, en honor al personaje Septimus Warren Smith de La señora Dalloway, una novela de Virginia Woolf que había merecido toda su admiración. Ciertamente, fue bajo la influencia de Woolf, William Faulkner y de las obras más sobresalientes del modernismo anglosajón que concibió el tono narrativo de su primera novela, La hojarasca. A pesar de que terminó de escribirla a principios de 1952, sólo pudo publicarla tres años después, en mayo de 1955. 

En enero de 1954, a instancias del poeta Álvaro Mutis, viajó a Bogotá para trabajar en El Espectador. Como periodista de planta estuvo a cargo de una columna diaria sobre cine (su título era “El cine en Bogotá. Estrenos de la semana”), convirtiéndose así en uno de los pioneros de la crítica cinematográfica en el país. También escribió diversos reportajes, incluyendo las catorce entregas que conformaron Relato de un náufrago, una historia que multiplicó el tiraje del periódico y consolidó el prestigio de García Márquez como narrador, al menos dentro del ámbito nacional. 

A mediados de 1955, El Espectador lo envió a Europa en calidad de corresponsal. Esa fue una oportunidad que aprovechó para conocer algunas ciudades de Suiza, Italia, Austria, Polonia, Checoslovaquia y Francia. En Roma, deslumbrado por el neorrealismo italiano, se inscribió en un curso de dirección cinematográfica en el Centro Sperimentale di Cinematografia. Nunca lo concluyó, si bien superó sobradamente la clase de edición mediante el uso de la moviola. En enero de 1956, el gobierno militar de Gustavo Rojas Pinilla cerró El Espectador y García Márquez, que estaba en París, decidió quedarse en la capital francesa para dedicarse a la literatura. Durante este período y bajo unas condiciones materiales difíciles escribió El coronel no tiene quien le escriba y parte de La mala hora

Volvió al continente americano a finales de 1957, cuando un amigo periodista le consiguió un empleo en la redacción de la revista venezolana Momento. Una vez que se hubo instalado en Caracas, viajó a Colombia y contrajo matrimonio con Mercedes Barcha, su esposa de toda la vida. Con ella regresó a Venezuela a fin de continuar su vocación periodística. En ese país atestiguó la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez y lo sorprendió la Revolución Cubana. Poco después, en 1959, aceptó dirigir en Bogotá una sede de Prensa Latina, la agencia cubana de noticias fundada por Fidel Castro y Jorge Ricardo Massetti. Al año siguiente lo invitaron a La Habana para cubrir de cerca el gobierno revolucionario y, en enero de 1961, fue nombrado director de la oficina de Prensa Latina en Nueva York. 

La estadía en los Estados Unidos estuvo llena de conspiraciones y desencuentros. Sus diferencias con los comunistas de la oficina, por un lado, y con los anticastristas en las calles de Manhattan, por el otro, crearon un ambiente tenso que ocasionó su renuncia. De modo que en junio de ese mismo año se desplazó con su familia hacia la Ciudad de México, dispuesto a olvidarse del periodismo por un rato. En la capital mexicana residió toda la década de los sesenta y retomó la pasión por el cine. Salvo algunos trabajos en publicidad y en tabloides sensacionalistas, García Márquez se dedicó por entero a la producción de guiones cinematográficos y a la escritura de Cien años de soledad, su obra insigne. También publicó las otras obras que complementan el universo de Macondo: El coronel no tiene quien le escriba en 1961, Los funerales de la Mamá Grande en 1962 y la edición autorizada de La mala hora en 1966. 

A partir de la publicación de Cien años de soledad -5 de junio de 1967-, el escritor colombiano se convirtió en una figura pública cuyas opiniones resonaban en todo el mundo. Esta fama estuvo al servicio de sus posturas políticas, en especial las que estaban relacionadas con la soberanía de los países de América Latina y la integración cultural del continente. Tras el golpe de estado en Chile en septiembre de 1973, desarrolló una faceta periodística “militante” (para lo cual fundó en 1974 la revista Alternativa) y fue partícipe de instituciones que defendieron los derechos humanos (en diciembre de 1974 lo nombraron vicepresidente del Tribunal Russell y en 1978 creó Habeas, un organismo para la defensa de los presos políticos). Fue una década en la que reflexionó sobre el poder y publicó dos obras que asumían el mismo tema en clave literaria: La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada (1972) y El otoño del patriarca (1975). 

Con la Crónica de una muerte anunciada (1981) retornó a la ficción literaria. Un año después, recibió el Premio Nobel de Literatura. Al contrario de la creencia popular que dice que a un escritor le otorgan el nobel cuando ya está a punto de retirarse, García Márquez siguió fabulando historias. Publicó cuatro novelas más (El amor en los tiempos del cólera en 1985, El general en su laberinto en 1989, Del amor y otros demonios en 1994 y Memorias de mis putas tristes en 2004), dos libros periodísticos (La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile en 1986 y Noticia de un secuestro en 1996), una obra de teatro (Diatriba de amor contra un hombre sentado, 1988), otro libro de cuentos (Doce cuentos peregrinos, 1992) y unas memorias (Vivir para contarla, 2002). Aquel ímpetu de su imaginación narrativa vino acompañado de diversos emprendimientos institucionales: creó la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano en 1985, inauguró la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños en 1986, fundó el telenoticiero colombiano QAP en 1991 y constituyó legalmente la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano en 1994. 

Murió el 17 de abril de 2014, un Jueves Santo. Diez años más tarde, en marzo de 2024, sus herederos autorizaron la publicación de En agosto nos vemos, el borrador inacabado de su última novela. Después de su deceso, la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano cambió su nombre a Fundación Gabo, cuya misión busca fomentar ciudadanos activos y mejor informados mediante la formación y estímulo a los periodistas, y la promoción del uso ético y creativo del poder de contar y compartir historias, inspirados en el legado de Gabriel García Márquez y su método de taller. 

De qué trata Cien años de soledad 

Cien años de soledad es una de las obras cumbres de la literatura universal. Narra la vida de siete generaciones de la familia Buendía en Macondo, un pueblo que conocemos desde su legendaria fundación hasta su final apocalíptico. Los habitantes de la casa de los Buendía y de la aldea conviven con la llegada de extraños, pestes de insomnio, guerras, masacres y sucesivas transformaciones en medio de vaivenes políticos, sociales, inventos prodigiosos y sucesos extraordinarios. Como la imaginación de José Arcadio Buendía, Cien años de soledad va “más allá del milagro y la magia” y su historia ha conquistado el corazón de millones de lectores en todo el mundo. Recientemente adaptada a serie de Netflix, el libro de Gabriel García Márquez sigue posicionándose en el primer lugar de importantes listados de los mejores libros de todos los tiempos y se ha convertido en la obra en castellano más traducida en el siglo XXI. 

Algunos episodios destacados de Cien años de soledad 

Aureliano Buendía conoce el hielo 

En Cien años de soledad, el hielo no es solo un recuerdo portentoso en la memoria infantil del coronel Aureliano Buendía, sino uno de los tantos inventos que llegan a Macondo de la mano de los gitanos y otros vendedores errantes. El témpano prodigioso es, además, la imagen con la que Gabo arranca su obra maestra y con la que consigue uno de los comienzos más brillantes de la literatura universal. La decisión narrativa de ilustrar cómo el asombro anida en lo más cotidiano se cifra en el hielo ordinario, el cual es descrito como “un enorme bloque transparente, con infinitas agujas internas en las cuales se despedazaba en estrellas de colores la claridad del crepúsculo”. En principio, José Arcadio Buendía lo confunde con un diamante. Al tocarlo, su hijo Aureliano aparta la mano pues siente cómo hierve el frío. 

Fundación de Macondo 

La muerte y el sueño se entretejen en la fundación de Macondo. José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán huyen de su ranchería natal por un muerto. Es Prudencio Aguilar, asesinado de un lanzazo por José Arcadio Buendía después de una ofensa matrimonial en una gallera. Con sus amigos, todos dispuestos a morir de viejos, y huyendo del fantasma sediento de ese muerto, la pareja emprende una travesía sin retorno hacia “la tierra que nadie les había prometido”. Tras cruzar la vertiente occidental de la sierra, acampan a la orilla de un río de aguas diáfanas. En un sueño rodeado de paredes de espejo, José Arcadio Buendía escucha un nombre “que no tenía significado alguno”: Macondo. Allí fundan, con ese nombre, la aldea. 

La peste del insomnio 

Cuando la peste del insomnio llega a Macondo, los habitantes deben ponerse en cuarentena mientras José Arcadio Buendía se idea diferentes estrategias para contrarrestar el peor estrago de la enfermedad: la pérdida de la memoria. “Todas las cosas de comer y de beber estaban contaminadas por el insomnio”, dice el narrador sobre la enfermedad que se apodera rápidamente del pueblo. Con este suceso, García Márquez conduce a sus personajes a esa espiral de fortuna y desgracia en la que giran a lo largo de toda su historia. Finalmente, la cura milagrosa que trae Melquíades recuerda a las segundas oportunidades que ha tenido el ser humano tras el paso de tantas epidemias históricas. 

La ascensión de Remedios, la bella 

Aunque Remedios, la bella, hereda la belleza de su madre, a su personaje se le añade una cualidad sobrenatural, que hace que los hombres mueran de “amor” y que, entre los habitantes de la casa y del pueblo, surja un malestar por su conducta ajena a toda convención. De Remedios, la bella, se dice que no es una criatura de este planeta y que su belleza tortura a los hombres incluso después de muertos. De su “hermosura legendaria” se comenta en toda la ciénaga y sus alrededores. Por eso, cuando sucede su ascensión, los lectores no pueden más que impresionarse y volar con ella página arriba a “los altos aires donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria”. 

La masacre de las bananeras  

Por su resonancia histórica y las cifras que contrarían a las versiones oficiales, los más de tres mil muertos de la masacre de las bananeras son ya un evento real para muchos lectores del mundo entero. Y es así por muchas razones: la llegada de la United Fruit Company, multinacional estadounidense que explotaba las plantaciones de banano, dejó tantos estragos en el continente latinoamericano como en Macondo. La desgracia comienza a fraguarse con la llegada de míster Herbert, un extranjero que se sienta a la mesa de los Buendía y, más que probar, calcula y somete a análisis el banano de la región. Días después, el tren que pasa por Macondo trae agrónomos, hidrólogos, topógrafos, agrimensores y abogados que anteceden a la instalación de un campamento de la United Fruit Company. Lo que sigue luego es bastante conocido: la huelga de los trabajadores, a la que acude el gemelo José Arcadio Segundo; en medio de la muchedumbre exaltada, los oficiales leen el decreto firmado por el general Cortés Vargas que “declaraba a los huelguistas cuadrilla de malhechores y facultaba al ejército para matarlos a bala”. Cuando José Arcadio Segundo despierta en el vagón de los muertos, se da cuenta de “los muertos hombres, los muertos mujeres, los muertos niños, que iban a ser arrojados al mar como el banano de rechazo”. Al llegar a Macondo en medio de un aguacero bíblico, los habitantes difunden la mentira de que no ha pasado nada. “Seguro que fue un sueño –insistían los oficiales–. En Macondo no ha pasado nada, ni está pasando ni pasará nunca. Este es un pueblo feliz”. 

Un hilo de sangre cruza el pueblo 

El único misterio sin resolver de Macondo es la muerte de un personaje: José Arcadio, el hombre de respiración volcánica que un día emprende un viaje y regresa a la transformada aldea tras darle sesenta y cinco veces la vuelta al mundo. Su unión con Rebeca, hija adoptiva de la familia, los expulsa del hogar de Úrsula. Juntos comienzan una vida en una casa en el cementerio, siguiendo una estricta rutina. Una tarde, después de salir a cazar, José Arcadio se encierra en su cuarto y se oye un disparo. Debajo de la puerta aparece un hilo de sangre que recorre el pueblo con tanta orientación que dobla esquinas y baja escalinatas y llega a la casa de los Buendía, donde esquiva una alfombra para evitar mancharla y alcanza al lugar de Úrsula, que grita y sigue el rastro en sentido contrario para encontrar su origen: el oído de su hijo José Arcadio. 

Lluvia de flores amarillas  

Cuando muere José Arcadio Buendía, el patriarca de la familia, llueven flores amarillas en Macondo. El hombre cuya imaginación iba más allá del milagro y la magia pasa sus últimos años atado al castaño gigantesco del patio y hablando en una jerga incomprensible que después se sabe que es el latín. Mientras su hijo, el coronel Aureliano Buendía, establece contacto con los grupos rebeldes del interior, a Úrsula le llega una carta suya con la advertencia de cuidar a su padre porque se va morir. En ese estado, el único ser con que tiene contacto es con el fantasma de Prudencio Aguilar. Cuando el carpintero le está tomando las medidas al cadáver para el ataúd, ocurre la lluvia amarilla: “Tantas flores cayeron del cielo, que las calles amanecieron tapizadas de una colcha compacta, y tuvieron que despejarlas con palas y rastrillos para que pudiera pasar el entierro”. 

El diluvio de Macondo 

Con la memoria borrada de los huelguistas masacrados, el pueblo entero comienza a llorar. O eso parece con el diluvio que azota a Macondo durante cuatro años, once meses y dos días. El aguacero viene con vientos huracanados y tempestades estrepitosas que dan paso a un tedio rutinario. Una de las consecuencias es la incomunicación de Macondo. Los trenes se descarrilan y el servicio del correo se paraliza. En el encierro, después de unas cantaletas de Fernanda, Aureliano Segundo rompe la cristalería, los floreros, los cuadros, los espejos y todo lo que es rompible en la casa y el granero. Como un espejo de esa destrucción doméstica, Macondo también queda en ruinas, con los escombros de la compañía bananera abandonada.

Fuente: Centro Gabo