Benny Moré es símbolo de la música cubana. Representa la música guajira, el guateque, la descarga, la música de tradiciones africanas, la trova bohemia, los bares, cafés, cabarets, teatros, el espectáculo, la ida nocturna.
Unánimemente considerado uno de los más geniales artistas que ha producido nuestra música popular, brilló como cantante, músico, compositor, orquestador y director de orquesta. Más que un músico era un artista, un espectáculo. Poseía una de las voces más extraordinarias del canto en Cuba. Su voz sabía a campo, a décimas, a tonadas guajiras, a descargas callejeras, a chancleta de solar, a bares y cantinas.
Según el musicólogo José Loyola, la tesitura del Benny era de una extensión amplia, llegaba a los sonidos más agudos —tenor— y a las notas graves, como si fuera un barítono. Una intensidad muy amplia en todos los registros (grave, medio y agudo). Bueno en la media voz. Era una voz prodigiosa y bien afinada, con gran sentido del ritmo. Las interpretaciones mostraban una asombrosa cubanía.
Como músico Benny era empírico. De tradición oral, hizo trayectoria con estrellas colosales como Miguel Matamoros, Dámaso Pérez Prado, Mariano Mercerón, Ernesto Duarte, Bebo Valdés, Cabrerita, Peruchín y Generoso Jiménez. Llevó el son a una nueva forma lírica, con una fineza rítmica innovadora. Generaba una música de ambiente, de clima emocional, de éxtasis y frenesí colectivo.
En los dominios de la composición escribió obras como Santa Isabel de las Lajas, Cienfuegos, Batiri (junto a Pérez Prado), Dolor carabalí, Locas por el mambo, Guajiro, Mamboletas, Desdichado, Ensalada de mambo, Qué aguante, El brujo de Trinidad, De la rumba al chachachá, Todo lo perdí, No te atrevas, Dolor y perdón, Qué bueno baila usted, Se te cayó el tabaco, Perdí la fe, Bonito y sabroso (chachachá, afro, guajiras, mambos, guarachas, sones, boleros…).
Los genios generan mitos. No hay cultura sin mitos. La sabiduría popular genera la magia, recupera el resplandor del tiempo y del poder mágico. El ritmo como escenificación de la cultura es una vivencia de gran intensidad, alude a la comunidad y la cultura.
Benny dejó una estela de simpatía, de admiración. Era el Bárbaro del Ritmo, generó la benymanía, todos vieron en su figura el representante artístico de su tiempo.
Lino Betancourt expresa que al cantor le gustaba, con mucha gracia, hacer cuentos de viejos negros esclavos africanos, y lo hacía sentado como los guajiros, en cuclillas. Sus hermanos Delfín y Teodoro cuentan que Benny gustaba comer platos criollos: rabo encendido con mucho picante, jutías asadas con caña de azúcar, tasajo, cerdo y bacalao con arroz y ñame. Preparaba una rara comida lucumí: yuca con harina de Castilla, grasa y bolas de maní. A la actriz Odalys Fuentes le mostró la receta de tomar huevos pasados por agua, con mucho ajo, sal y aceite, para resistir estomacalmente las bebidas. No era amante de la cerveza, sino de los rones Peralta y Matusalén. Visitaba el restaurante chino El Pacífico para comer arroz frito —invento de chinos en Cuba— a la manera cantonesa. Practicaba la pesca con red y jamo, mientras tomaba mucho café. Le encantaba el béisbol. No era amante de las etiquetas, andaba en mangas de camisa y muchas veces —costumbre guajira— se acostaba sin camisa en el suelo, para refrescar el calor. Desde allí dictaba sus arreglos a los orquestadores.
Su generosidad era notable. Sintió el dolor ajeno, entregaba su dinero a los más desfavorecidos. Ninguna película es más asombrosa que su propia vida, la cual superaba la ficción.
Benny sintetizó cinco siglos de música con la más asombrosa sencillez. Llevó al público un proceso sonoro altamente complejo y ancestral, digno de estudiarse por las mejores academias musicales. Fundió lo pasajero con lo eterno, lo popular con lo clásico. No admite igual, solo puede ser comparado con él mismo. Dio a Cuba la unión, la identidad y la alegría, los tres componentes más importantes de la cultura de un pueblo.