Tal vez el entusiasmo que se respira estos días en la segunda edición lisboeta de Arco, feria madrileña de arte contemporáneo, tenga que ver con el triunfo de Salvador Sobral en Eurovisión. O puede que sea la Eurocopa ganada a pulso el año pasado. O la reciente visita del Papa a Fátima. Sea como sea, la ciudad se ha volcado con la embajada artística española, que ha desembarcado en la Cordoaria Nacional, vieja fábrica de suministros navales, donde desde hoy y hasta el domingo se dan cita 58 galerías de 13 países para atraer coleccionistas de todo el mundo y nuevos públicos.
Quienes ya estuvieron en 2016 en el estreno de Arco muestran estos días un aún mayor optimismo económico. Iñigo Navarro, de la galería madrileña Leandro Navarro, espacio que muestra artistas consagrados y la pieza más cara de la feria, de Antonio Saura —una pintura de Goya con perro, por 182.000 euros—, cuenta que en Portugal, gracias a las condiciones fiscales que disfrutan los extranjeros que adquieren residencias de más de 300.000 euros está naciendo un potente coleccionismo que atrae a los marchantes del otro lado de la frontera.
Joâo Azinheiro, de la Kubikgallery, con sede en Oporto, se suma, como habitual de las ferias internacionales, a los buenos augurios. “Es muy difícil cometer errores porque todo está muy medido en una cita pequeña de estas características. El nivel de calidad es óptimo y todo el mundo colabora de muy buena gana”.
Un buen ejemplo se puede hallar en la galería Pérez de Albéniz, donde el madrileño Guillermo Mora comparte espacio con los portugueses Jõao Marçal y Teresa Henriques en un intento de que la conexión creativa fluya, según explica el director del espacio, Jordi Rigol. “Hemos querido probar, aunque no sean artistas habituales de nuestra galería”.
Carlos Urroz, director de Arco, asegura que la acogida de Arco en Lisboa ha superado todas las previsiones. Sobre las diferencias entre la feria de Madrid y su filial lisboeta, explica que, además de las dimensiones, esta última está más enfocada en la creación portuguesa, latinoamericana y africana. Aquí hay pocas piezas que sobrepasen los 100.000 euros. “Hay un coleccionista medio, que poco a poco va saliendo de la cueva y que se complementa con el grupo de extranjeros que se están instalando de manera permanente en Portugal”. Este año, recuerda Urroz, además ha coincidido con que Lisboa ha sido elegida Capital Iberoamericana de la Cultura 2017, de manera que en estos días se realizará por primera vez en Portugal el Encuentro de Museos de Europa e Iberoamérica, con más de 20 directores de instituciones internacionales.
La gran novedad de esta edición y la oportunidad para contemplar la obra de los artistas más jóvenes está en el espacio Opening, donde se agrupan ocho creadores que trabajan para galerías de menos de siete años. El escritor João Laia, comisario de este espacio cuenta que la única idea que transmitió a los autores fue que trabajaran “sin barreras y sobre la imagen del momento raro y extraño que se está viviendo en todo el mundo como el Brexit o la elección de Trump”. Bajo esas indicaciones, las obras parecen estar ligada unas con otras sin otra conexión que la que produce la luz y la proximidad espacio.
Carlos Norohha Feio, nacido en Lisboa hace 35 años, residente entre Londres, Moscú y Lisboa ha creado un vídeo (se ven muy pocos en la feria) que se proyecta dentro de una caja acristalada y donde vemos una efigie egipcia azotada por imágenes de algo desconocido. “Es algo tan raro como el futuro que nos espera, e incluso el presente que vivimos”, explica el artista.
Norohha, residente fuera de su país desde hace más de 15 años, se está planteando ahora la posibilidad de volver. “Tengo que decidirlo con mi compañera, pero a finales de año nos podríamos instalar en Lisboa. El momento político y creativo ha hecho que se hable de Portugal en el extranjero y soy de los que siente añoranza”.
Fuente: http://cultura.elpais.com