(Texto de presentación del catálogo: Pabellón Cuba, La Habana, 13 de mayo de 2011)
Por David Mateo
La catalogación es uno de los principales problemas a los que se enfrenta desde hace algunos años las artes plásticas cubanas. La ausencia de recursos financieros por un lado y la falta de iniciativa y capacidad de gestión por otra, han llevado a niveles críticos está situación. Muy pocas galerías están en condiciones de asumir hoy día la edición de catálogos sobre la obra de sus artistas en nómina o sobre las tendencias, o manifestaciones que legitiman. Hay una ausencia total de ese tipo de catálogo genérico, en el que se ofrecen evidencias sobre el desenvolvimiento de nuestros artistas dentro la pintura, el video, la instalación, la fotografía, el diseño, el grabado o la performance. Artecubano, La Gaceta de Cuba, el boletín digital de Casa de las Américas, Arte por Excelencias, son las únicas publicaciones que hasta ahora trabajan con sistematicidad por suplir los vacíos informativos que hoy padecemos en las artes plásticas de la Isla, pero ellas por sí solas no pueden registrar –debido a la frecuencia de salida, perfil y criterio selectivo– toda la dinámica y diversidad del movimiento plástico cubano. A excepción de un evento trascendental como La Bienal de La Habana, la mayoría de los acontecimientos expositivos están transcurriendo sin evidencia documental, bibliográfica. Ya lo afirmé en una oportunidad y lo vuelvo a repetir en esta presentación: la memoria de la plástica cubana –con todos los riesgos y condicionamientos valorativos y de distribución que presupone– está corriendo a cargo de la iniciativa individual, privada. Y no es que me oponga o descrea de esta variante dentro del campo de la promoción artística, por el contrario, pienso que hay que apoyarla, estimularla, pero no para que se convierta en la única opción o en la más eficaz, sino para que sea una vía complementaria, paralela. Muchas veces me he preguntado ¿Qué es lo que en realidad obstruye, inhabilita la iniciativa de nuestras galerías, centros, instituciones y museos, para buscar financiamiento y producir libros o catálogos tan valiosos como Memoria, artes visuales siglo XX, El nuevo arte cubano, o los monográficos de Mariano Rodríguez, Amelia Peláez, Eduardo Abela, Víctor Manuel, Flavio Garciandía, Belkis Ayón o José A. Figueroa?
Si ésta es una problemática que conspira contra la promoción de artistas con una trayectoria y un determinado crédito nacional, la realidad parece mostrase poco esperanzadora para toda esa generación de jóvenes creadores que han estado emergiendo año tras año de las aulas de la Academia San Alejandro, del Instituto Superior de Arte, de cualquier casa de cultura, Asociación o centro docente del país. ¿Aunque tengan incluso una obra con la calidad indispensable como para ser representados tempranamente por las galerías, aparecer en curadurías relevantes y contribuir al enriquecimiento del panorama visual cubano, tendrían que esperar a que sus obras sean lo suficientemente conocidas y solventes como para poder asumir por cuenta propia la catalogación de las mismas? ¿Quién irá recogiendo en letra impresa y en imágenes las evidencias de esos procesos de continuidad y renovación que están protagonizando las nuevas promociones de artistas desde hace ya más de una década?
Por un momento pensé que las respuestas a algunas de esas interrogantes continuarían demorándose indefinidamente, y que esa demora llegaría a afectar también a los artistas surgidos en el 2000, como afectó a los que surgieron en el noventa, período en el que no existió una correspondencia entre la intensidad de las acciones y eventos artísticos y la documentación impresa de los mismos. De no haber sido por libros como Nosotros, los más infieles, compilación de la crítica cubana de los noventa, editado en fecha reciente por Andrés Isaac en España, sería muy difícil, por ejemplo, constatar todo lo que pensó y dijo la crítica cubana durante aquellos años controversiales. Pero aun así: ¿dónde quedaron los testimonios visuales de proyectos como DUPP, Las metáforas del templo, Vestigios, un retrato posible, Vindicación del grabado, Amistades peligrosas, El oficio del arte… Creo que solo la fotografía y el grabado pudieron por aquellos años tener una catalogación digna de algunos de sus artistas y principales acontecimientos.
El catálogo editado ahora por la AHS: El extremo de la bala, una década de arte cubano ha logrado contener en buena medida ese escepticismo en torno al despliegue de la información, ha servido para percatarnos que no son pocos los que comparten las mismas interrogantes y necesidades de respuestas, sean creadores o dirigentes. Este proyecto editorial salda una deuda con la testificación del día, del momento, del presente, cuando aún no es demasiado tarde, cuando muchos de los jóvenes protagonistas que acredita entre sus páginas son todavía –como bien se dice en el preámbulo del catálogo– vulnerables, inseguros, variables, susceptibles, y aún no se han convertido en figuras de éxito como Los Carpinteros, Garaicoa, Kcho, Esterio Segura, Alexandre Arrechea, Carlos Quintana…, artistas en permanente vínculo con el sistema galerístico nacional e internacional y sus mecanismos promocionales, capaces ahora de asumir de manera autónoma la producción de sus obras, sus exposiciones y hasta sus soportes editoriales.
El extremo de la bala… trasciende la mera categoría de catálogo y se convierte casi en un libro, y –como la propia curaduría que lo justifica– propone un inventario selectivo de más de 90 artistas jóvenes que a todo lo largo y ancho del país se insertan con una obra sugerente, prometedora, dentro del denominado arte conceptual y sus variantes representativas dentro de la pintura, la fotografía, el video, la performance, la escultura y la instalación. Es cierto que dentro del compendio que sugiere, hay algunos nombres que saltan a la vista, porque sus obras han alcanzado ya un reconocimiento temprano y han acaparado la atención de galeristas, críticos y curadores cubanos y extranjeros, como Duvier del Dago, Douglas Argüelles, Adonis Flores, Hender Lara, Marielena Orozco, Michel Pérez, Ruslán Torres… Pero esa es una consideración a la que sólo arribarían de inmediato los especialistas en la materia, porque el catálogo de manera general ha sabido preservar una lógica de ordenamiento, de interrelación, que favorece el recorrido, la lectura, el descifrado de los contenidos, y que contribuye a la credibilidad de esa noción panorámica, de exploración dentro de una década que se propusieron sus organizadores. El extremo de la bala… demuestra con suficiencia la aceptación que tienen hoy día determinados presupuestos estéticos y conceptuales, muchos de ellos con base o fundamento en los años ochenta y noventa; corrobora la vigencia de obras con un marcado matiz sociocultural, y el impacto de temáticas y preocupaciones relacionadas con la dicotomía entre individuo y contexto, verdad y apariencia, contingencia pública y privada.
Aunque es un catálogo bastante sintético y condensado, El extremo de la bala… ha sabido racionalizar muy bien los espacios destinados a cada uno de los artistas incluidos, implementando una estructura de bloques informativos extremadamente funcionales, en los que se incluye una síntesis curricular, un retrato del artista, una valoración personal, y un grupo de imágenes emblemáticas con un nivel de resolución bastante aceptable, que contribuyen a una caracterización rápida y eficaz de los creadores y sus obras.
El diseño es un recurso utilizado con efectividad en este catálogo, un aspecto que contribuye a darle coherencia y unidad visual. No sucede, como en otras experiencias semejantes, que trata de convertirse en un elemento independiente, desligado por ostentación o alarde gráfico, de aquellos contenidos que exalta y promueve, sino por el contrario, es un artificio que complicita, refuerza la capacidad expresiva y metafórica que reflejan las imágenes tanto desde su perspectiva individual como de conjunto. Es, desde mi punto de vista, el primer elemento que otorga credibilidad y atractivo al catálogo, editado por la Asociación Hermanos Saíz, en colaboración con el Consejo Nacional de las Artes Plásticas y el Instituto Superior de Arte.
Aunque un catálogo como este, en el que pudieron haber sido incluidos otros artistas jóvenes, la selección hecha por los editores y curadores no presupone como en otros compendios una garantía de permanencia y ascenso artístico, si estamos seguros que la iniciativa será muy bien acogida entre artistas, críticos de arte, estudiantes e historiadores acuciosos de las artes plásticas cubanas dentro y fuera del país. No se trata de un simple catálogo, no es el indicio, la prueba de lo que se propuso ser en un momento dado una mega curaduría sobre arte cubano emergente, sino un testimonio imprescindible sobre la creatividad, la impugnación y la perseverancia, que hemos experimentado en los últimos diez años dentro del arte cubano.