Vivimos tiempos complejos. Eso es una verdad de perogrullo, pero la complejidad a la que nos referimos tiene que ver con un orden de dominación global que solapadamente ha ido desterrando cualquier posición de resistencia, y vendiéndonos la idea de tarimas para la alternatividad, la otredad, la diferencia. Nuestra posmodernidad es el escenario idóneo para el reciclaje y readaptación de ciertas narrativas modernas, ahora bajo el manto de un mercado libre global. No se trata, pues, de enarbolar banderas falsas, de escudarnos tras broqueles endebles o salvaguardarnos en actitudes nostálgicas. Es necesario reenfocarnos, identificar el objeto de la crítica y reajustar los discursos. Quizás muchos se cuestionen la validez que en el sigloxxi puede tener un evento de artes visuales como la Bienal de La Habana; o puedan preguntarse de qué forma un evento como este, bajo las circunstancias actuales, es capaz de rebelarse contra las formas de dominación hegemónicas sin volverse cómplice o hacerles juego, o sea, sin invertir los mecanismos de la crítica e incorporarlos a la lógica de la dominación. Creemos que cualquier acontecimiento de esta dimensión ha de sortear esos caminos: la cuestión radica en cómo hacerlo.
Uno de los ejes de acción fundamentales sobre los cuales se articuló esta oncena edición de la Bienal (fundada en 1984) fue el compromiso de reflexionar sobre determinadas cuestiones sustanciales del imaginario social, así como abrir grandes espacios a la autoconciencia crítica. La Bienal, como plataforma discursiva, desarrolló históricamente una fecunda línea de cuestionamiento a los supuestos sobre los cuales se erigía la realidad artística, se constituyó en verdadero espacio alternativo y no en mero epígono o reflejo de otros certámenes internacionales. Claro que el panorama ha variado mucho desde aquellas primeras bienales, pero la necesidad de sostener una estructura sólida que promueva el pensamiento y la acción sigue siendo una de sus máximas.
Organizar en el año 2012 la Oncena Bienal ha sido un reto para el Consejo Nacional de las Artes Plásticas, en primer lugar, y para el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, en tanto institución a cargo de su planeamiento, concepción, curaduría, museografía y difusión. En realidad, cada edición ha constituido un desafío que felizmente sus organizadores logran vencer contra viento y marea. En esta oportunidad el evento muestra una vez más la flexibilidad desde la cual se le concibe y estructura. Hay cambios significativos, no tan orientados a la concepción teórica o a sus objetivos, sino más bien a rediseñar sus escenarios y espacios expositivos, los cuales desde la cuarta edición han venido dibujando consecuentemente el evento en gran parte de la ciudad de La Habana.
Fue para la cuarta bienal (1991) cuando Llilian Llanes, su directora entonces, propuso el Complejo Morro-Cabaña, al este de la ciudad, como un sitio ideal donde desplegar un conjunto de exhibiciones personales y colectivas que formaban parte del ensayo expositivo, y cuyas dimensiones resultaban imposibles de asumir por el Museo Nacional de Bellas Artes, sede central hasta esa fecha de todo cuanto ocurría en el evento. El Complejo Morro-Cabaña, con sus innumerables bóvedas de variadas dimensiones y sus espacios exteriores, se constituyó así en un ícono imprescindible de la cartografía capitalina en la Bienal. Las extraordinarias peculiaridades físicas y arquitectónicas del lugar, unidas a las significaciones del carácter histórico que posee, posibilitaron, hasta la décima edición, la materialización de un discurso curatorial coherente, y una museografía que desarrollara eficazmente las obras de los artistas seleccionados en los ejes de lo que se consideraba como la muestra principal.Sin embargo, para esta ocasión, y ajustándose a la naturaleza de la mayoría de los proyectos presentados, se dispersa por gran parte de la ciudad. Así, el Morro-Cabaña cede la preeminencia de la que gozó hasta hoy a otros espacios del entramado urbano. Y las llamadas convencionalmente “exposiciones colaterales” –desde su surgimiento en el año 1986 cuando el equipo curatorial del Centro Wifredo Lam las proyectó como soporte temático y visual de la muestra principal en distintas instituciones y galerías de la ciudad–, están ahora centralizadas en dicho complejo histórico-militar.
La cantidad de artistas y obras presentadas para formar parte de ese nuevo entramado artístico, así como el hilo conductor que puede unirlas en un todo coherente, son dos de los puntos tomados en cuenta para proponerse una nueva organización de las exposiciones colaterales, viéndolas como refuerzo de las ideas principales abordadas en el ensayo o muestra central.
Las “colaterales”–muchas veces elogiadas dentro y fuera de nuestro ámbito–, continúan jugando un papel de complementariedad fundamental en el marco de la Bienal de La Habana; se erigen como el mayor territorio dedicado al arte cubano cuyo objetivo es, por una parte, “dar el balance cualitativo necesario al proyecto”[i] y, por otra, “mostrar un panorama lo más amplio posible del arte cubano donde estuvieran representadas todas las disciplinas de las artes visuales, las diferentes generaciones, manifestaciones y tendencias actuantes en el medio, para que el público pueda apreciar las peculiaridades del escenario artístico local”.[ii] A partir de la segunda edición de la Bienal (1986) se concibió un grupo de exposiciones colaterales a la muestra principal que desempeñaron un rol muy preciso dentro de la estrategia general del evento. Pronto se abandonó esta idea, y las colaterales se dedicaron a inventariar y registrar el desarrollo de las artes visuales cubanas como modo de visibilizar todo lo que se pudiera del arte nuestro contemporáneo, ya que alguna ventaja directa para el contexto artístico nacional debía extraerse del hecho de que La Habana fuese sede del evento.
Muchos han señalado la notoriedad que adquirieron dichas exhibiciones, sobre todo al tratarse de creadores del patio cuyo vínculo e identificación con el espectador cubano es más fácil. Mas no consideramos que en ningún caso hayan superado el protagonismo de la muestra principal: por el contrario, lo refuerzan desde distintos ángulos. En esta Oncena Bienal el programa de las “colaterales” –conformado, como en otras ocasiones, por muestras individuales y colectivas– recayó íntegramente sobre el Consejo Nacional de las Artes Plásticas y el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales.
Entre los proyectos personales destacados se encuentran el realizado por José Manuel Fors para la Fortaleza de La Cabaña (instalación y fotografía); y Piedra angular, de Humberto Díaz, un proyecto site specific donde la comunión del espectador y el lugar en el cual se emplaza la pieza permiten un completamiento de su carácter. Mayimbe propone una intervención que es el resultado de su interacción en ámbitos familiares específicos, con el nombre Entrega especial: el método, no el recurso, donde la noción de lo privado y lo público entran en constante tensión. Condenado, propuesta de Lorena Gutiérrez, juega con la imagen de la jaula como referente colectivo asociado a los estados de prisión y libertad. Por su parte, Joel Jover resume su más reciente producción en Strawberry Fields Forever, partiendo de referentes generacionales en los que indaga sobre la relación del individuo con la sociedad.
David Velázquez Torres, en Migraciones de sueños, emplaza esculturas e instalaciones construidas específicamente para un espacio: jirafas, aves e híbridos de un mundo de quimeras metaforizan los conflictos cotidianos de la existencia. La voluntad de los huéspedes, de Aluan Argüelles, aborda el vínculo entre poder y sujeto, en tanto propone secuenciar un proceso de ejecución donde somos cómplices de la reacción de tres personajes que la experimentan. Esta pieza interactiva pretende provocar al espectador y activar su eticidad.
Dentro de los proyectos colectivos notorios se encuentran FLYERS, ubicada en uno de los pabellones abovedados del Morro. Este parte de una serie de interrogantes en torno a la creación y la legitimidad de la imaginación como cualidad mental. Curada por Andrés D. Abreu, la exposición incluye video proyecciones y pinturas de Flavio Garciandía, Raúl Cordero, Alejandro Campins, Michel El Pollo Pérez, Alberto Lago, El Yaque, Adonis Flores, Humberto Díaz, Luis Gárciga, Javier Castro, Marianela Orozco, Carlos Martiel, entre otros. Muchos de ellos entienden el ámbito imaginativo como legítimo espacio de batalla para la liberación individual.
Aunque la mayoría de las exhibiciones se concentrarán en el eje Morro-Cabaña, también son explorados otros espacios de la ciudad: galerías, centros especializados, talleres, museos y los estudios de los artistas, donde podrá vivenciarse el arte en diversidad de formatos, soportes y manifestaciones. Por ejemplo, Momentum, de Yoan e Iván Capote, se realizará en sus respectivos talleres en El Vedado; el Proyecto colectivo de escultura exterior tendrá lugar en distintos puntos de la ciudad; La verdadera Historia Universal, del grupo Cascarilla, está previsto para la Sociedad Económica Amigos del País en el municipio Centro Habana. En el mismo caso está Escapando con el paisaje/Escaping with the landscape, en el Centro Provincial de Artes Plásticas y Diseño, con la curaduría de Elvia Rosa Castro y Sandra Montenegro y una lista de jóvenes creadores cuyas propuestas intentan urdir un juego cáustico en torno a la noción de escape como categoría, y el paisaje como espacio subjetivo.
Mediante electrocardiogramas de grandes dimensiones, realizados con los más diversos objetos y desplegados en la Galería Servando, en El Vedado, Lidzie Alvisa conforma Estados, una metáfora de cuestiones existenciales de impacto directo en la sociedad contemporánea. Por su parte, Wilfredo Prieto escoge para Circo Triste un espacio de 80 x 80 m en la confluencia de las calles J y Calzada, también en el barrio de El Vedado, donde el espectador va a experimentar la sensación de vacío al entrar a una carpa de circo de 28 x 37 m, sitio que habitualmente transmite alegría, el cual encontrará sin espectáculo ni espectadores.
Otros que se insertan igualmente de manera orgánica en los espacios públicos son Alberto Matamoros y Claudia Echevarría con Un caballo en La Habana, una megaescultura que alberga una galería en su interior. Su lugar de emplazamiento es la Plaza de la Catedral en La Habana Vieja. El carácter invasivo del contenido, a la manera de un enorme Caballo de Troya, viene dado por el impacto del discurso artístico sobre un contexto determinado. Por su parte, Rafael Villares proponePaisaje Itinerante, donde el artista pone a transitar un pedazo de paisaje construido al natural por varias zonas de la ciudad.
En esta Bienal, como en ediciones pasadas, el concepto de lo cubano no está circunscrito al límite geográfico, sino que se expande en aras de rastrear y presentar la producción de artistas del patio residentes en otros países. Así estará en La Habana Adrián Melis, integrando la colectiva You and You: Cartografías existenciales e Itinerarios urbanos en la era de la comunicación virtual, curada por Ada Azor, gestora cultural del Proyecto Circo, y Wendy Navarro, curadora y crítica de arte asentada en España. También cabe mencionar a la dupla de artistas Atelier Morales (Juan Luis Morales y Teresa Ayuso), quienes presentan Homenaje a Sakineh, Soraya, Amina y todas las otras, en la que mediante una “inocente” caja de juego pretenden sensibilizar al público sobre la violencia a que están expuestas las mujeres en varias regiones del mundo, bajo el apoyo oficial de códigos penales y leyes.
La organización de estas exhibiciones ha estado regida por la desjerarquización de las manifestaciones artísticas y la horizontalidad del discurso museográfico, así como por la posibilidad de generar espacios donde coexistan distintas generaciones de artistas, desde los consagrados hasta los noveles. Las colaterales representan un panorama muy particular del desarrollo artístico de la Isla: en ellas podemos identificar nombres como Manuel Mendive, fiel exponente en cada una de las ediciones, el cual en esta oportunidad se presenta con Las cabezas, acción que involucra a más de setenta performers, entre ellos bailarines, músicos, cantantes, acróbatas, malabaristas, los cuales desfilan un día por la ciudad, adoptando poses específicas con sus cuerpos pintados por el artista.
Dentro de las más recientes promociones se encuentraHander Lara con El espacio de todas las cosas, quien indaga en torno a la noción de lugar desde perspectivas diversas y donde la distopía, como cualidad filosófica, actúa como una constante. También está Niel Reyes, joven pintor que lleva a cabo El acto y la sombra, una acción pictórica originada bajo el principio de lo “expandido”, que intenta poner de manifiesto la heterogeneidad de la vida cultural en un mundo globalizado.
Las colateralessiempre han tenido como propósito no solo mostrar las últimas tendencias dentro del arte, sino la persistencia de algunos temas y géneros. Vale destacar entonces Reencarnación, de Duvier del Dago, una de sus típicas instalaciones, hecha con fragmentos de un cañón real recolectados por el artista en el Castillo del Morro. Hilos de nylon y madera conforman la estructura de la pieza, cuyos fragmentos son suspendidos en el aire: reminiscencias de un artefacto bélico recontextualizado en el ámbito artístico. Asimismo, cabe citar Abstracción 2012, proyecto que sistematiza y organiza esta expresión en Cuba a través de una línea de continuidad donde aparecen nombres como Antonio Vidal y Salvador Corratgé, representantes de la vanguardia artística de los cincuenta, hasta figuras más contemporáneas como Rogel Tabares. En cuanto a la reinterpretación de temas, tenemos la exhibición de Iliana Sánchez, con veinte retratos elaborados desde los códigos pop que propone una mirada diferente sobre este tópico ampliamente desarrollado en la historia del arte.
Un total de cien proyectos colaterales se suman a la muestra principal. La mayoría de ellos resultan indicadores del carácter plural y nutricio que caracteriza al panorama artístico cubano.