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La huella que dejó lo francés en lo iberoamericano
20March
Artículos

La huella que dejó lo francés en lo iberoamericano

“Amo más que la Grecia de los griegos

la Grecia de la Francia, porque Francia

al eco de las Risas y los Juegos,

su más dulce licor Venus escancia”.

Son los versos de Prosas profanas que representan el amor a Francia que tenía Rubén Darío, padre del modernismo, poeta nicaragüense. Cuando ‘la Nación’ envió a Darío de corresponsal a París, marchó agarrado a Francisca Sánchez, el gran amor de su vida, hija del jardinero del Rey Alfonso XIII. “Madame Darío”, pues así la llamaban, aprendió a leer y a escribir bajo la atenta mirada de Notre Dame.

El poeta, que estableció su residencia en la capital francesa, conoció un día a un joven que le admiraba. Ese hombre era Antonio Machado. En su primer viaje a Francia tenía 24 años. Cuando conoció a Darío, habían pasado tres otoños en los árboles de los campos elíseos. A Machado no le gustaba mucho la idea de estar lejos de España, de Sevilla, aunque en sus poemas la influencia de la lengua francesa se quede marcada para siempre. Cuando volvió de ese viaje, se instaló en Soria, lugar al que juró amor eterno. Sin embargo, la Guerra Civil le condenó al exilio y Colliure, pueblo de pintores, fue su casa en sus últimos meses de vida.

Parece ser que la lengua francesa atrae al arte, los bohemios se pegan como imanes a las capas hojaldradas con mantequilla de los dulces de las cafeterías de París, de los pueblos, de los movimientos culturales. La Francia romantizada, la vida rosa de la que habla Édith Piaf en una chanson que continúa sonando cada día en las modernas redes sociales y en los altavoces, discos, vinilos, de las casas. Porque al ser humano le fascinan los sentimientos, y el sonido de la francofonía parece expresarlos con más delicadeza.

El tiempo pasa y los autores se siguen acercando. En 1974, en plena actividad concienciadora de la sociedad, Margarita Azurdia acude también a la llamada. El contacto con más mujeres artistas y su empape en la cultura francesa marcaron un antes y un después en su trayectoria. De ahí nacieron sus poemas con pinturas, sus danzas. El legado de la Margarita que conocemos hoy, la que narraba en sus diarios auténticas exposiciones de museo.

No todo es luz. Y no pasa nada, porque las experiencias vitales moldean al autor. Jean Rhys fue oscuridad porque nunca pudo pertenecer a un lugar, porque nunca aceptaron su rebeldía. Pero aún así, llegó a París, leyó a Francia. Vino desde Dominica, las Antillas, y escribió en las páginas de sus libros todo lo que quería decir y nadie comprendió. “Escribo para no morir”, que diría el mexicano Carlos Fuentes.

Dejando atrás épocas pasadas, alegrías y amarguras, llegamos a hoy. Es 20 de marzo, día de la francofonía. Hace unos días Mario Vargas Llosa era nombrado miembro de la Academia de la Lengua Francesa. Es ahora uno de los “inmortales”, pues así los llaman, y su nombre se codea con el de escritores como Víctor Hugo. Es el primero que nunca ha escrito en francés.

Con premio nobel o sin él, son muchos los inmortales que han compartido su vida al lado del passé composé. Francia ha dejado una huella en los cuentacuentos iberoamericanos, e Iberoamérica ha quedado grabada por siempre en los grabados de la historia francesa. Los Campos de Castilla siguen transformados en Colliure y la brisa marina mece a las flores que descansan sobre Machado. Nos separan unos cuantos kilómetros, pero como dirían los Gipsy Kings, nacidos en Arlés, “que la distancia hoy ya no nos separe”.