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El mercado como «Patria»
23October
Artículos

El mercado como «Patria»

Tanto los estudiosos que desde la Teoría de la Plusvalía hasta nuestros días han analizado el efecto deformador de la mercantilización de lo artístico sobre la creación y el comportamiento de muchos artistas, como los mismos productores de arte capaces de pensar responsablemente, además de críticos y curadores que no se han mercenarizado, reconocen que entre las consecuencias de la correspondiente enajenación comercial de esa esfera cultural figuran la tendencia a desprenderse del contexto vital, cerrar los ojos ante los disímiles problemas y dramas humanos, alistarse casi exclusivamente en modalidades estéticas que estén legitimadas por el poder financiero que las usa, ver la historia y la tradición como lastres que influyen en un «destino de perdedor», y vivir dentro del mercado como si este fuera una útil y satisfactoria «paria adoptiva».


Así, los artistas —sobre todo emergentes— que se sumergen de lleno en ese tejido pragmático y neutralizador de la producción y proyección de valores coherentes con la demanda mercantil, suelen sustituir los principios patrióticos y sociales solidarios por la lógica cuasi «empresarial» privada, predominantemente fría y calculadora, donde los sentimientos y razonamientos o visiones imaginarias complejas ceden lugar a cánones temporales que aseguran la fabricación de productos un tanto simples de sentido, con aceptación internacional más o menos estabilizada. Entonces el interés pecuario que abre camino a una posterior existencia lucrativa y a determinada sacralización en instituciones y eventos regidos por la «mística de la mercancía», deviene condición desnacionalizadora y a la vez «re-patriadora» dentro de una esfera que tiene a la compraventa como centro y objetivo de sus coordenadas existenciales.


Vivir solo en los predios del arte y sus simulacros, conducirse de acuerdo a una tramposa sensación de autonomía que esconde la dependencia sicológica y profesional respecto de los dictados del «capital cultural», obviar los lazos identitarios y circunstanciales que conectan al artista con sus coterráneos, sentirse partícipe funcional activo de los arquetipos de consumo en boga, tramar complicidad con negociantes e ideólogos de la especulación que no ocultan su catalogación del arte como mercancía de inversión con rango traslaticio, y experimentar el orgullo de ser elegido para la manipulación comercial constante, constituyen atributos y actitudes de quienes —en cualquier sitio del orbe, e incluso en Cuba— actúan como ciudadanos de esa peculiar «nación» des-fronterizada que ha llegado a ser el mercado trans-nacionalizado de arte.