Por: Damepa
Fotos: Elio y Damepa
Quien no lo vea puede pensar que eso de que "La Habana ha sido tomada por la Bienal de las artes visuales" no es más que un eufemismo. Puros alardes de fanáticos. Pero solo hay que acercarse a un espacio de promoción del arte en esta capital caribeña para comprobar que lo que se dice, es literal.
Si algo distingue esta edición es la oportuna imbricación de las manifestaciones. Varios son los proyectos que han convocado a profesionales de distintos campos hacia mirar un mismo fenómeno, para exhibirlo a los públicos como ejemplo de esa diversidad que hace tan rica la vida.
Cambiar la máscara, de Manuel López Oliva, es una de estas acciones. El creador convocó a exponer sus visiones a representantes del Periodismo, la Psicología, el Diseño de Moda, la Artesanía, la Arquitectura..., con el fin de obtener disímiles soluciones que tributan a un mismo sentido. Y así lo percibe el espectador.
Otra de las singularidades la imprimió Fabelo al situar dos obras, con formas parecidas, en espacios totalmente opuestos. Una resguardada de la luz, llamando a la intimidad, a buscar el ángulo perfecto para su apreciación.
La otra seduciendo a los transeúntes, dispuesta al sol, al salitre y a la brisa.
No bastan las galerías, los centros de desarrollo, los estudios y los talleres para acaparar tantas manifestaciones, estilos, tantas obras de tantos artistas. Y es que aunque cupieran entres esos predios, la intención se esconde en implicar y provocar a la gente.
Por eso la bienal, además de los espacios tradicionales, se ha desplegado en vías de notable acceso, lugares visibilizados entre la población, alrededores de centros educativos, barrios y comunidades. Como ha señalado Rubén del Valle Lantarón, presidente del evento, esta resulta una “gran fiesta de los sentidos, la belleza y la inteligencia”, vale entonces no encerrarla, sino exponerla a la pluralidad de miradas.
Además de los centros Wifredo Lam y de Desarrollo de las Artes Visuales, varios son los espacios que abrigan las muestras colaterales de esta décimo segunda edición de la bienal.
Zona Franca, por ejemplo, nos sorprende con más de 190 proyectos en espacios públicos como plazas, hoteles, cines, calles, además de la exhibición en el parque histórico militar Morro-Cabaña. En este último escenario destacan creaciones de artistas cubanos de la diáspora.
A decir de Isabel Pérez Pérez, editora ejecutiva del Sello Arte Cubano, esta presentación representa “la más grande exposición de arte cubano que se haya hecho nunca".
Detrás del muro, en tanto, se apropia del malecón capitalino con 51 obras y cerca de 60 artistas.
En correspondencia con el número de propuestas están los conceptos y las formas. Hay para todos los gustos. Desde las piezas que te hacen replantearte la filosofía de la vida, hasta las que se quedan en la flora de lo banal, o te despiertan repugnancia.
Sin embargo, suman más los contenidos interesantes, divertidos y profundos, que aquellos mediocres en espíritu artístico.
Vale significar puntos recurrentes en estos encuentros, que por repetirse pierden el encanto. Uno de ellos se resume en la explotación desmedida del erotismo, en su mayoría, reflejado en sexo burdo sin más trasfondo que vender la obra a los espectadores. Mediante estas soluciones ?aparentemente originales, espontáneas o graciosas? algunos autores subestiman conflictos humanos de gran magnitud. Asimismo, el tratamiento de la imagen de las mujeres no se sale de los estereotipos asociados al deseo, a la condición de objetos y figuras sumisas y maltratadas por el resto de la sociedad. Estos discursos no hacen más que demeritar la estética de las muestras.
No obstante, bien vale la pena atreverse a recorrer cuanto se pueda hasta el próximo 22 de junio y constatar, con ojos propios, este asalto a La Habana.
Fuente: www.almamater.cu