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Ofensivas queditas (acerca de Juan Suárez Blanco)
22December

Ofensivas queditas (acerca de Juan Suárez Blanco)

El tiempo deja que se asienten la hojarasca y los sofismas para permitir la gravitación de lo genuino. Él nos concede el placer de decir que En el nombre del hijo, muestra retrospectiva de Juan Suárez Blanco, ha sido un éxito; al menos en el sentido primario de toda exposición, pues fue vista por muchísimo público.

Algunos deben coincidir conmigo en que hoy a poca gente le interesan los comentarios de tipo ético dentro del arte. Casi nadie está pa’eso. Pero siguen existiendo, porque sino sería aburrido todo el mundo hablando del no lugar, de es y no es sólo lo que ves, tratando de colocar videos, haciendo fotos, o mirándose el cuerpo. Quizás un Ferrari se preocupó en un tiempo, también Grippo, pero son los menos. Juan Suárez lo hace y lo hará siempre porque le gusta ir a contracorriente. Su introvertido carácter, altruismo, y visión crítica del dogma cristiano lo convierten en un caso atípico dentro de la producción plástica.

La minuciosidad con que asume el trabajo ha hecho de este creador un “alquimista de la técnica”, porque precisamente ahí estriba el quid de su quehacer: seducir con la exquisitez de sus formas para introducirnos en las miserias humanas, vistas éstas desde el prisma de la cristiandad. Su obra encierra toda la virtud que puede florecer en un ser humano cuando la fe se asume desde la coherencia, y a su vez descubre los infortunios causados por las actitudes dogmáticas e irracionales cuando éstas se esconden bajo la manta del bien común. Por eso los textos de sus obras son a un mismo tiempo mordaces y velados.

Su más reciente exposición personal en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, bajo la curaduría de Caridad Blanco, se convirtió en acto de justicia a la producción de un artista que, por vivir en Pinar del Río, ha quedado a la zaga dentro de la promoción nacional. Con una asistencia de público a la inauguración y los días siguientes poco común en los tiempos que corren, la misma ocupó el espacio más extenso de la institución desde el 9 de octubre hasta el 4 de diciembre. Hacía exactamente diez años que Juan había expuesto en el Centro de Arte Contemporáneo “Wifredo Lam” su muestra Emisiones en el silencio. He recibido comentarios muy favorables respecto a esta última, incluso de artistas jóvenes que en 1999 tuvieron la oportunidad de verla. Quedaban sorprendidos de cómo el olvido y la desidia pueden opacar las potencialidades de un creador.

Una vez más la historia demuestra que academia y oficio no siempre van de la mano, porque este creador no ha necesitado de estudios superiores para construir con sus manos lo que se le ocurra. Cultivador de cuanta manifestación pueda imaginarse, sus inicios se remontan a la difícil década de los setenta, etapa en que mostró más apego al dibujo y la pintura. De manera osada se convirtió en un coleccionista de objetos y productos desechables para armar piezas cargadas de un aliento existencialista que comentaban sobre las penurias económicas, las presiones sociales y el incierto escenario artístico. Muletas, sogas, zapatos, maderos, anzuelos, cadenas, eran algunos de los elementos socorridos en estas narraciones sobre el contexto, que por tratarse en el caso inmediato de una provincia, se cargaban doblemente.

El artista tiene filiación con el catolicismo, y quizá a través de esta vertiente consigue una idea más clara de cómo acceder a una comunión real con dios. Y es que a Juan le place darse a través de su obra, pero sin llamar mucho la atención, sin que apenas lo notemos. El silencio lo ha cubierto con una película fina como para que no se olvide; pero que ha permitido en ocasiones le pasen por alto. Las crucifixiones que ha realizado vuelven sobre la idea del sacrificio y el tormento divinos como alegorías de su propia existencia.

Todo el movimiento que generaron las artes plásticas durante los años ochenta se vivieron en Pinar del Río con un fuerte impacto en el escenario artístico gracias, entre otros factores, a la obra y acciones desarrolladas por artistas como Eduardo Ponjuán, Carlos Luna, Segundo Planes, William Carmona, por mencionar algunos que en aquel entonces estudiaban en el ISA, o ya se habían graduado. Él formó parte de ese grupo de vanguardia a pesar de no estudiar en dicha institución. Sus instalaciones hacían énfasis en situaciones de encierro o marginación a través de la utilización de medios mixtos que simulaban paredes, muros, y aparecían clausurados o asfixiados por la presencia de elementos anacrónicos. Durante este período construye La puerta azul (1988), en franca alusión al cierre social del momento, y que hoy forma parte de la colección del Museo Nacional de Bellas Artes.

Sin temor a equivocarme, fue de los casos excepcionales que, a pesar de vivir en provincia, desarrollaba un arte instalativo y objetual enjundioso. Convirtió muchas de sus piezas en paquetes, a lo Christo, para señalar lo apócrifo que puede resultar el arte en ocasiones. Varias situaciones, entre ellas promesas incumplidas de envíos a bienales internacionales por parte de instituciones cubanas, dieron paso a esta serie de envoltorios que critican el burocratismo y la ineficacia de la promoción artística. Para entonces ya se sentía atraído también por la obra de Fontana y Tápies, y sus bultos, en ocasiones, eran violentados con horadaciones que traducían el sinsabor de hacer arte rodeado de “silencios”.

También resultó de los primeros artistas en contar historias a partir de producirse la diáspora cubana. El éxodo de la estrella, instalación que participara en la primera edición del Salón de Arte Cubano Contemporáneo, mostró a un creador singular que transformó los otrora paquetes en balsas, como si en ellas pretendiera excomulgar todos los males de su entorno. El desgarramiento que produjo en el seno familiar, la fisura social y la repercusión en la opinión pública, fueron traducidos mediante esta poética contenida que prefirió en su paleta la solemnidad incorporada de la bandera nacional. Recuerdo perfectamente que en aquel entonces Cristina Vives hizo hincapié en comprar la pieza al artista, aunque no lo consiguió.

Juan ha experimentado desde todos los soportes y con diversas manifestaciones: dibujo, pintura, instalación, objetos, escultura, dando fe de su versatilidad. Y de acuerdo a las investigaciones que ha llevado a cabo dentro de su carrera, asimismo se sirvió de las distintas tendencias artísticas recontextualizándolas para una obra irreverente, nacida de las tribulaciones de un hombre que parece andar por la vida con una de esas cruces inmensas expuestas ahora. Quizás el postconceptualismo y el minimalismo sean las fuentes más afines con su comportamiento ensimismado. Si hubiese que hablar de un artista denso en la plástica cubana, ése sería él. Todas sus reflexiones están ancladas en un registro grave y han sido recelosas de la narratividad. Más bien optaron por cierto hermetismo y economía formal.

En el nombre del hijo fue una muestra que reveló la relación del artista con dios. A través de ella puntualiza las injusticias que pueden cometerse en nombre de este último. El periplo de Juan se extiende cual vía crucis desde el surgimiento de la Santa Inquisición y su ola de crímenes, el lastre humano dejado por las Cruzadas (Estandarte), la doble moral de prácticas religiosas contemporáneas, hasta cualquier prejuicio causado gracias, en ocasiones, a la existencia de una mansedumbre idólatra. Una pieza como El viaje de Judas (2001) hace alarde de sus habilidades para conjugar en un mismo texto sentimientos antagónicos de indulgencia y traición, cual expresiones milenarias del bien y el mal.

Un debate constante entre la virtud y el infortunio del género humano subyace en esta propuesta, como si invitara a practicantes y mundanos a mirarse por dentro, e intentaran cambiar en algún sentido lo que está alrededor. Nos convida también a revisar nuestra reciedumbre, a pesar de tener que convivir con flaquezas morales como la indolencia, la ineptitud, o el peor de todos los pesares: la falta de sentido común. Este hombre introvertido, apacible, capaz de colocar “la otra mejilla”, pone en tela de juicio cualquier noción estereotipada de la cristiandad, a la vez que intenta acercarnos a sus orígenes por la influencia ejercida en la conformación de nuestra nacionalidad.

El caso de Juan Suárez me recuerda el del difunto Polo Montañez. Vivo, apenas lo advertían, al morir, doctores en música, productores, escritores, y periodistas, hablan de él con una mezcla de justicia y deuda eterna, porque a pesar de su excepcional talento casi nadie lo alababa por su condición de guajiro humilde. Colegas que nunca llegarán a igualarlo en sus virtudes humanas y creativas le colocaban zancadillas. Hay anécdotas célebres en este sentido que pasan de boca en boca. Desafortunadamente casi todos los mortales prefieren lo suntuoso, aunque lo disimulen.

Conversar con el artista se torna aprendizaje, además de percibirse su devoción creativa cargada de filosofía y amor a la vida. Acercarse a su obra es admirar lo que puede lograr un hombre en armonía con la energía del universo, lo cual no implica “tapar el sol con un dedo”. Como hijo de dios se nos ofrece en sacrificio para que, de algún modo, nuestros pecados sean perdonados.

abomnin@pinarte.cult.cu

Nota
Queditas: Expresión coloquial usada en México para calificar lo que se hace en voz baja, o silenciosamente.