Por Emir García Meralla
Su nombre y el de algunos músicos de su orquesta están involucrados en la polémica más compleja de la historia de la música cubana del siglo XX: el origen del Mambo. Las opiniones sobre ese tema están divididas, en lo único que hay acuerdo es en que sin su trabajo ni sus aportes el Danzón no hubiera alcanzado la forma en que le conocemos. Es Antonio Arcaño. Su instrumento, la flauta. Su orquesta, La maravilla.
En el año 1911 el habanero barrio de Cayo Hueso comenzaba su desarrollo urbanístico. Había sido fundado esencialmente por emigrados cubanos residentes en aquella ciudad estadounidense y que regresaron tras el fin de la guerra de independencia en la que muchos estaban involucrados y que en su gran mayoría eran tabaqueros; aunque en su tiempo libre se dedicaran a la música. Pero Cayo Hueso era, además, espacio en el que se concentraban algunos núcleos de población negra e inmigrantes chinos, también algunos peninsulares que se habían aplatanado y para los que la madre patria era solo un recuerdo. Todo un reflejo de la Cuba de esos tiempos.
Ese es el barrio en que nacerá en la calle Soledad, Antonio Arcaño, hijo de inmigrantes.
O se era músico o se era tabaquero. Esos eran los oficios más comunes a los nacidos en aquel rincón habanero –aunque como último recurso quedaba la bodega del padre llegado el caso de no dar la talla en cualquiera de esos oficios. Arcaño optó por la música, sin dejar de ayudar a su padre en el negocio familiar. Y de todos los instrumentos posibles el más cercano era la flauta y el mejor profesor vivía a dos calles de su casa y era conocido como “Pancho flauta mágica”, aunque su nombre era Francisco Delabart.
Había que estudiar duro y en la medida en que se aprendía se debía buscar trabajo, y trabajo siempre había en las orquestas típicas que amenizaban las tandas en las academias de baile y en las giras del parque Palatino y si se tenía mejor suerte se entraba en la plantilla de una orquesta de Cabaret.
Así pasó sus primeros años profesionales el joven Antonio Arcaño al que todos comenzaron a identificar por su apellido y al que nombraban por su estilo y técnica depurada a la hora de tocar danzones. Pero él quería mucho más y la vida se lo puso en el camino o al alcance de su instrumento.
Será con la orquesta de Armando Valdés Torres que comenzará su carrera como compositor de danzones. Sin embargo, será en la orquesta Maravilla de Fernando Collazo donde debutará como director musical, ahí comienza su leyenda. Una leyenda que le abrirá las puertas de la gloria y la fama. Desde ese entonces su nombre será inseparable de la flauta y del danzón.
Con su primera orquesta, La Maravilla de Arcaño, comienzan sus grandes aportes al Danzón al incorporar la tumbadora. Son los años treinta y el Son ya estaba bajo escrutinio de Arsenio Rodríguez que le incorpora dos o más trompetas, el piano y la tumbadora al septeto sonero. Por ese entonces el Danzón cantado hacía furor y su orquesta tuvo a algunos de los mejores cantantes como René Márquez, Rafael Ortiz y Miguelito Cuní. Pero aquella orquesta no colmaba sus expectativas.
Arcaño siempre regresaba a Cayo Hueso. A su casa de la calle Soledad (ahora era propietario de una frente a la de sus padres), a sus primeros alumnos y a su sueño de hacer el mejor Danzón de todos los tiempos.
Tendrán que llegar los años cuarenta y con ellos nuevas ideas. Lo primero prescindir de los cantantes y cambiar el nombre por el de Arcaño y sus Maravillas y tocar el Danzón de ritmo nuevo; y para tocar y escribir ese Danzón estaban los hermanos López, entre otros. Y ciertamente la orquesta era una maravilla y había un maravilloso músico en cada instrumento.
Desde ese entonces el Danzón y Antonio Arcaño no serán los mismos. Había comenzado el proceso creativo más trascendente de la música cubana, era la antesala de los años cincuenta y en esa carrera su nombre era referencia obligada. Toda Cuba baila con su música, todos los programas de radio ponen sus temas y sus músicos son los mejores en cada instrumento ejecutando Danzones.
Así serán las cosas hasta que Dámaso Pérez Parado sintetiza en Mambo –prefiero decir síntesis a creación—a fines de esa década; o hasta que Enrique Jorrín, uno de sus violinistas estrellas, se une a la Orquesta América y escribe lo que será el primer Cha Cha Chá; sin embargo, Arcaño y su orquesta seguirán siendo por algunos años más la referencia, el paso obligado para que los bailes tengan encanto.
Antonio Arcaño sabía que había logrado sus sueños. Tal vez por esa razón cuentan que cada tarde se sentaba en la sala de su casa a acariciar su flauta. La misma casa en la calle Soledad donde alguna vez le visité; esa de amplios ventanales donde los vecinos se agolpaban para verle tocar. La misma casa donde hoy vagan su fantasma y el sonido alegre de su flauta; esa Maravilla que trasciende los tiempos.