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La impronta de Daniel de la mano de Rosa
07August

La impronta de Daniel de la mano de Rosa

Por Jorge Fernández Era

«Daniel Santos se alista para llegar a La Habana, después de treinta años de ausencia. En esta ciudad, donde sus amores y bendiciones musicales colmaron la vida del artista puertorriqueño durante quince años, un poco antes y después de la década de 1950, los cubanos lo mantienen latiendo en sus corazones. Enterados de su llegada, sonando aún en los viejos tocadiscos caseros y en la radio nacional, le preparan un extraordinario homenaje».

Eso dice la nota de contracubierta del libro Daniel Santos: La Habana que hay en mí, de la periodista, investigadora y escritora cubana Rosa María Fernández, y que la editorial lusitano-española Chiado puso a disposición de los lectores en Puerto Rico, la patria del popular cantante, y en más de una decena de países de Europa y América, donde ha tenido una muy favorable acogida. Como ya se negocia la edición cubana del título, Arte por Excelencias conversó en exclusiva con la autora.

«El libro salió a finales del 2016, el año del centenario de Daniel Santos. En San Juan fue muy aclamado el título, porque él, por ser puertorriqueño, es un ídolo, el símbolo por antonomasia de la música de la década de los cincuenta. Además de en la capital, se me pidió una presentación en el interior de la isla, y posteriormente en Filbo, la Feria del Libro de Bogotá, y en Cali. En esta última ciudad me contactó una de las hijas de Daniel, quien es la albacea de toda la memoria de su papá. Se quedó encantada, pues no tenía toda la información sobre la relación de Cuba con el cantante boricua».

Rosa María no se limitó a reflejar en su libro el resultado de la vasta investigación periodística que realizó en las bibliotecas de la capital cubana a partir de periódicos, libros y documentos de la época, sino que recreó literariamente, a partir de hechos reales e incluyendo entrevistas a quienes compartieron la vida y los escenarios del artista, el ambiente que encontró el «Inquieto Anacobero» en La Habana de entonces.

«Le di riendas a la imaginación para cubrir los espacios que no podía alcanzar por la información que no existía. Podía perfectamente permitirme la licencia de incorporar los elementos sociales y contemporáneos, para ir transitando por la historia de La Habana, que es la coprotagonista de la obra. Fue una excusa para incursionar en una etapa que yo no viví, de la cual me hablaban tanto mis padres. La banda sonora de mi infancia fueron los boleros; yo vivía en un sitio de Palma Soriano donde estaba situado el único taller de vitrolas que había en ese pueblo. Desde muy pequeña lo que escuché eran boleros, y luego se los transmití a mis hijos. Ese fue mi pretexto melancólico para escribir el libro».

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