Leer “El año mágico de Adolfo Suárez” (La Esfera de los Libros) es viajar al centro mismo de la Transición. Su autor, Rafael Ansón (San Sebastián, 1935), fue asesor y amigo íntimo de Adolfo Suárez, así como director general de RTVE en el año decisivo al que alude el título del libro, desde el nombramiento de Suárez como presidente del Gobierno por parte del rey en julio de 1976 a junio de 1977, cuando se celebraron las primeras elecciones democráticas en España.
El actual presidente de la Real Academia de Gastronomía, fundador y secretario de la Fundación de Estudios Sociológicos, promotor de la Academia de las Ciencias y las Artes de la Televisión y de la Asociación de Directivos de Comunicación, ha mantenido siempre un discreto silencio público sobre aquella etapa de su vida, pero ahora ha decidido soltar las riendas de la memoria para rendir homenaje a Suárez y para corregir algunas omisiones de la crónica oficial, reivindicando sobre todo la importancia que tuvieron la radio y la televisión públicas en el éxito del proceso.
¿Por qué ha decidido escribir este libro ahora?
—Desde que salí del entorno de Adolfo Suárez y de la dirección de RTVE, me he mantenido al margen y he sido muy discreto, de hecho mucha gente cree que me dedico solo a la gastronomía. Pero cuando murió Adolfo y escuché lo que se decía, pensé que había un vacío de información muy importante. En primer lugar, no se reconoce como es debido aquel año mágico. La transición terminó realmente en 1977, a partir de entonces ya hubo un Congreso, un Senado y un proceso constituyente. El verdadero milagro de pasar de una dictadura a una democracia se hizo en ese año que va de julio de 1976 a junio de 1977. La prueba de ello es que fue entonces cuando don Juan renunció a sus derechos dinásticos. No lo hizo hasta ese momento por si la operación fracasaba y eso arrastraba también al rey don Juan Carlos.
¿Cuáles fueron los mayores éxitos de aquel proceso?
—Destaco dos cosas: el insólito haraquiri que se hicieron las Cortes al aprobar la Ley para la Reforma Política en 1976 y, en segundo lugar, el referéndum del 15 de diciembre de ese mismo año. En un año justo desde la muerte de Franco, el pueblo español pasa de tener una mentalidad franquista a apoyar plenamente la democracia. Ese cambio en la opinión pública fue posible gracias a la televisión y la radio.
En efecto, dedica buena parte del libro a reconocer el papel esencial que tuvo RTVE, que dirigió usted en ese “año mágico”, en el éxito de la transición a la democracia. ¿Cree que esa labor ha sido minusvalorada?
—Se ha hablado mucho más de la labor de la prensa escrita porque es más fácil encontrar artículos en las hemerotecas que ver los telediarios de la época, pero el protagonismo de la radio y la televisión era mucho mayor porque llegaban a mucha más gente. El telediario de Eduardo Sotillos lo veían 20 millones de personas, y el de Azcona, 14 millones. Y la agencia EFE, que dirigía entonces mi hermano Luis María, tuvo un papel muy importante de cara al exterior.
Dice en el libro que es legítimo que existan medios de comunicación públicos que permitan expresarse al Estado, pero no los intereses del partido en el poder. ¿Cuándo empezó a utilizarse RTVE como instrumento partidista?
—Desde que yo me fui. El gobierno de Suárez tras las elecciones de 1977 ya estaba formado por políticos de distintas tendencias, de modo que el director general de RTVE representaba los intereses de su partido. Lo que se olvida a menudo es que el gobierno tiene que gobernar para todo el país, no solo para sus votantes.
Al comienzo del libro, identifica la Transición con la imagen de una puerta con mil cerraduras: “siempre había gente yendo y viniendo llave en alto, ahora la abrimos, ahora la cerramos”. Ahora algunas voces quieren “romper el candado” de la Constitución, como dice el líder de Podemos. ¿Qué opina de eso?
— Pablo Iglesias existe gracias al año mágico y la Constitución. Cualquier planteamiento de cambiarla no tiene sentido. Para cambiar la ley electoral, la ley de huelga o la ley de contratos del Estado, no hace falta cambiar la Constitución. Lo que sí es cierto es que han pasado 35 años y hay que actualizarla. Hay cuestiones que no tienen ninguna legitimidad, como la independencia de Cataluña, pero lo que no se puede hacer es decir que no sin proponer ninguna alternativa. Hay que hacer un gran proyecto consensuado de reforma política que englobe todos los aspectos que se pueden mejorar.
¿Qué valores de aquel “año mágico” habría que resucitar?
—Si queremos recuperar la sensación de estabilidad, estar al nivel de los grandes países occidentales, si queremos más Europa, los dos grandes partidos deben tomar la iniciativa, renunciar a las discrepancias como hizo el ejército, la iglesia, el franquismo, el socialismo y el comunismo y llegar a un gran acuerdo, pero hace falta generosidad y sensibilidad política.
Versión de la entrevista realizada por Fernando Díaz de Quijano, en El Cultural