La colección de arte africano donada por el pintor Lorenzo Padilla (Cuba, 1931) al Museo de Arte de la ciudad de Matanzas es, sin dudas, uno de los más amplios repertorios del acervo cultural africano de que se tenga conocimiento en el continente hispanoamericano. Con más de trescientas piezas, posee varios conjuntos que, por su organicidad, funciones y valores estéticos, son dignos de mención.
La colección está conformada por más de trescientas piezas que abarcan cerca de ochenta etnias y catorce países: Angola, Burkina Faso, Camerún, Congo (también conocido como Zaire), Costa de Marfil, Chad, Gabón, Gambia, Ghana, Guinea Bissau, Mali, Nigeria, Sierra Leona y Tanzania. La mayor cantidad de piezas pertenecen a Nigeria, con un total de 83, sucedida por Mali (52), Congo (51), Gabón (31), Costa de Marfil (30) y Camerún (28). Las restantes naciones están representadas por un número inferior a los diez exponentes. Algunas de las etnias representadas en la colección pueden ser localizadas en diversos territorios a la vez, como consecuencia de los constantes cambios políticos y administrativos a que han sido sometidos estos países.
Muchos de los cargamentos de esclavos desarraigados de su tierra e insertados por la fuerza en el contexto colonial cubano procedían de regiones como Nigeria, el Congo y otras, de ahí el significado de la colección, en tanto material de estudio antropológico y socio-cultural que ha de conducir a una mejor comprensión de aquel continente vital y de la identidad insular. La mayor cantidad de piezas por etnia procede de los yoruba –de una fuerte presencia en Cuba– que se insertan en el conjunto con más de 25 objetos. Interesante resulta que, a la par de las etnias más o menos conocidas por la tradición historiográfica, se sumen otras como la Sokoto, descubierta en la década de 1990 y perteneciente como la anterior a Nigeria. De ésta se conserva en la colección una pieza singular por su apariencia y antigüedad, que aún se halla en proceso de autentificación.
Predominan en el conjunto esculturas de gran, mediano y pequeño formatos, sucedidas por tambores litúrgicos, asientos, máscaras, instrumentos musicales como arpas y telas confeccionadas por diferentes grupos y portadoras de multiplicidad de signos y alegorías. Entre los materiales que conforman los exponentes sobresalen las maderas preciosas, metales como el bronce y los tejidos. Algunas de las piezas están adornadas con cuentas y caracoles o portan clavos, de acuerdo con las celebraciones mágico-religiosas de las distintas etnias. En este sentido debe referirse el tambor Ashanti (Ghana), de uso litúrgico, que nos remite tanto al contexto africano como a las casas-templos cubanas.
Destacable es la amplia variedad de esculturas, algunas de gran estilización formal y de un acabado que estéticamente provoca la reflexión en torno a las deudas del arte contemporáneo con aquel otro, más primitivo y desprejuiciado. Algunos de los más innovadores creadores de las vanguardias no pudieron sustraerse de ese influjo que instituyó nuevas formas de hacer en el arte occidental. A principios del siglo XX los artistas europeos “descubren” el arte africano. Paradigmas como Pablo Picasso, se apropian de algunos códigos de este arte. “A partir de 1920 se inician las colecciones particulares en toda Europa y Estados Unidos, se inauguran galerías especializadas de arte africano, se organizan grandes exposiciones, se publican álbumes dedicados a las artes primitivas que servían también para la realización de subastas. Surgen nuevos expertos de este arte”.1
Desde entonces la cultura africana no ha dejado de interesar al mundo occidental. Atraído por su primitivismo y por la exhuberancia de formas y estilos, esta mirada –no exenta de tabúes– suele interpretar la plástica de aquel continente a través de criterios eurocentristas, despojándola de su verdadero sentido. Para los creadores autóctonos su arte reviste, sin embargo, un carácter más especial, en tanto surge generalmente como expresión del mundo que los rodea y de sus creencias mágico-religiosas en torno. Lo cotidiano y lo ritual se hallan estrechamente imbricados en las distintas manifestaciones creativas de los africanos, como puede percibirse en los exponentes que forman parte de esta colección.
1Luz María Montiel: “La plástica africana”, en: África contra el apartheid, Instituto Veracruzano de Cultura, México, 1991, p. 25.