Por Jorge Fernández Era
En el espacio que habitualmente conduce el historiador Ernesto Limia Díaz en el Centro Cultural Cinematográfico Fresa y Chocolate ―23 entre 10 y 12, El Vedado, La Habana―, y que en esta ocasión estuvo dirigido por Oliver Zamora, periodista de los medios informativos de la Televisión Cubana, se realizó un homenaje a Choco, el más reciente Premio Nacional de Artes Plásticas, con la exhibición del documental El hombre de la sonrisa amplia y la mirada triste, del realizador cubano Pablo Massip.
En poco más de una hora, desfilan por la pantalla amigos, pintores, críticos de arte y otras personalidades de la cultura que nos hablan de la dimensión humana y de la obra de este artista que el próximo año llegará a sus fecundas siete décadas de vida y que prestigia a Cuba como miembro de la Asociación Internacional de Artistas Plásticos (AIAP).
«Entre los veinte o veinticinco alumnos que estaban matriculados en el aula en que yo impartí clases en el año 1963 me llamó la atención un muchacho llamado Eduardo Roca Salazar. Sus compañeritos lo conocían por Chocolate, y yo hice que le quitaran ese sobrenombre. “Usted tiene su nombre. Tienes que llamarte como tú te llamas”». Eso dice en el material audiovisual su querida maestra de Santiago de Cuba, seguramente pensando en la suerte que para la cultura cubana significó que esa vez no se le hiciera caso a su sapiencia pedagógica.
A manera de pequeños mosaicos, Massip hilvana una dramaturgia que se aleja de poses y sitúa a los entrevistados en sus lugares de trabajo o espacios de vida, lo mismo frente a una mesa, una computadora, la calle o un terreno de pelota. De un aparente segundo plano en el que siempre está inmerso ―en todo el metraje no hay exposición de Choco ante el micrófono―, el personaje central nos es develado por gente tan cercana a él como Lázaro Vargas, Nelson Domínguez, Manuel López Oliva, Nelson Herrera Ysla, Natalia Bolívar, Alberto Lescay, Diana Balboa, la cocinera que ayuda a su esposa Gloria en las labores hogareñas, el ayudante en su taller de grabado, y su hermano de andanzas, de tragos de ron y partidas de dominó.
Se dejan oír valoraciones como estas: «Yo veo al Choco como una masa oscura, fuerte, que se ríe y que trabaja mucho, porque Choco, si alguna característica tiene es la de ser un gran trabajador» (Manuel López Oliva); «La obra de Chocolate es una obra referente, pura. Está poniendo delante de ti imágenes de elementos esenciales de la racionalidad nuestra como cubanos» (Nelson Herrera Ysla).
En exclusiva para Arte por Excelencias, Pablo Massip habla de la emoción particular que le produce haber realizado esta obra: «Siempre pensé que Choco era merecedor del premio, por lo que él significa para la cultura cubana. Se lo dieran antes o después no era lo más importante. Lo que sí sé es que lo merecía. Al Choco le han hecho muchos documentales; de hecho, entre el tiempo en que yo estuve desde que surgió la idea pasaron los años y le hicieron dos. Pero este es mi punto de vista, como yo lo veo, como lo quiero y lo admiro por el artista y ser humano que es. A la premier en el Chaplin traje a Enrique Pineda Barnet, que es como mi padre, y al final nos quedamos Choco, Gloria, sus hijos y los míos, Enrique, mi esposa y yo. Choco nos invitó a su casa a comer. Y dijo: “Vamos, porque he llorado, he reído, he vivido, y es excelente”».
Así nos llega Choco: con el mismo desenfado y sencillez con que lo vimos hace unos meses recibir de Abel, otro de sus grandes amigos, el Premio Nacional que venía mereciendo desde que irrumpiera con fuerza con sus pinturas, grabados y esculturas y se diera a conocer en países tan disímiles como México, Japón, España, Estados Unidos, Francia y Suecia. Con la misma naturalidad con que Natalia habla de su maestro y alumno: «Yo lo pienso como su sonrisa, la sonrisa que habla, la sonrisa que te da consejos, la sonrisa que te abre los caminos, la sonrisa que te llega al alma».
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