El primer contacto con Cuba, cuenta, fue a partir de su interés por realizar una serie de retratos a personalidades. «Venía, traía mis libros, intercambiaba, pero fue el Doctor Eusebio Leal, el Historiador de La Habana, quien me impulsó y motivó».
Durante cuatro años Cooper visitó la capital cubana en más de una veintena de ocasiones. Así se materializó un proyecto conjunto con el también fotógrafo Néstor Martí y el profesor José Vázquez, ambos de la Isla. Se trata de un libro que, apoyado por la Universidad de Alabama, atesora la historia más reciente de la villa de San Cristóbal de La Habana y, de alguna manera, documenta la gesta restauradora que se acomete en su parte más antigua. «En ese período —asegura—, el Doctor Leal constantemente se preocupó, y estuvo atento al desarrollo del trabajo que hacíamos. Fue una experiencia sumamente enriquecedora, porque comencé a ver con ojos nuevos la realidad de este país».
Afirma Cooper que desde el primer encuentro se sintió muy identificado con la Isla y se percató de que podía, como fotógrafo, llegar a lo profundo, entre otras razones porque proviene del sur de Estados Unidos, una zona agrícola de una gran pobreza, «con un gran parecido con Cuba, porque es un sitio muy antiguo y de gran belleza».
Con todos estos antecedentes, Cooper ha vuelto al ruedo: en el hostal Conde de Villanueva, en La Habana Vieja, exhibe una sui géneris exposición junto al fotógrafo Julio Larramendi, un artista que, desde sus postulados y perspectiva, ha desarrollado una obra sólida y abarcadora a partir de múltiples temas o miradas que van desde lo patrimonial hasta la llamada fotografía de naturaleza. Larramendi —inquieto y perspicaz— fue quien alentó a Chip a visitar Santiago de Cuba, Ciudad Héroe de la República de Cuba, el pasado mes de julio, fecha en que se celebran allí los conocidos carnavales, fiesta popular que ha devenido Patrimonio Inmaterial de la Nación.
En diálogo con esta revista Larramendi enfatiza que «no fue una competencia, sino una colaboración». Cuenta que estuvieron más de siete horas captando toda la belleza y el acervo cultural que encierran y atesoran los carnavales santiagueros, famosos por sus congas, sus comparsas, sus cornetas chinas y, sobre todo, por la singularidad de los que habitan en ese territorio que son, por esencia, rebeldes y hospitalarios.
El resultado de esa experiencia fue la muestra titulada Carnavales, una verdadera explosión de luz y color. Quizá lo más interesante sea la fusión de lenguajes que lograron ambos, al punto de que el espectador se desorienta un poco y —para bien— no logra determinar con claridad dónde termina el trabajo de Cooper y comienza el de Larramendi. En proyectos como este —en que se imbrican o yuxtaponen estéticas— crear una atmósfera totalizadora y de alta factura no es tarea fácil.
Pero la colaboración no se detiene: ya está concluido y comenzará a circular en Estados Unidos, y luego en La Habana en el otoño de 2016 —gracias a la Editorial Alabama Press—, un nuevo libro titulado Campesinos: corazón y alma de Cuba, que es el resultado del trabajo conjunto entre ambos creadores y que incluye una selección final de doscientas cuarenta fotografías de un total de sesenta mil tomadas a todo lo largo y ancho de la Isla, según reveló Larramendi a esta publicación. «Recorrimos más de quince mil kilómetros desde el Cabo de San Antonio hasta la Punta de Maisí. Fue un trabajo con fuerte base antropológica, porque no es llegar al lugar, tomar la foto y marcharse. No. Se trata de conversar, conocer las historias de los campesinos, escucharlos y saber lo que quieren y lo que no, y compartir lo poco que tienen. Si alguien es capaz hoy de hablar en Estados Unidos de la Cuba profunda ese es Chip Cooper», señala.
También revela que, aunque Campesinos: corazón y alma de Cuba es eminentemente fotográfico, incluye un texto de Chip, otro de su autoría y dos enjundiosas reflexiones a cargo del escritor y ensayista Reinaldo González, Premio Nacional de Literatura, y del prestigioso editor estadounidense Robert Sting. Finalmente comenta Larramendi que las fotografías que aparecen en el libro «están organizadas de afuera hacia adentro, es decir, paisajes donde están insertadas las comunidades, después las casas y sus interiores, la gente trabajando, las religiones, las fiestas campesinas, el rodeo y rostros, y cerramos con al esperanza del futuro: los niños».
En conversación exclusiva con Arte por Excelencias, Chip Cooper nos hace saber que Larramendi es una persona que tiene una percepción impresionante de la belleza de la gente, y eso fue lo que los unió. «Él fue quien me ayudó a comprender que los campesinos son el alma y el corazón del cubano. En los últimos tres años hemos estado en todos los lugares y pueblos de Cuba, retratándolos en el trabajo, en las casas donde viven, en las iglesias a las que van, donde se bañan, las escuelas a las que asisten sus hijos, los consultorios y policlínicas de los que son pacientes, o sea, todo lo relacionado con sus vidas. Hemos tratado de reflejar el alma y el espíritu para que la gente comprenda cómo es realmente el campesinado cubano en su más honda espiritualidad. Quisimos mostrar la vida ligada al corazón y, partiendo de ese presupuesto, emerge una fotografía emocional. Esta experiencia me ha cambiado».
Cuestionado en torno al papel que desempeña la cultura en el nuevo contexto de las relaciones Cuba-Estados Unidos, Cooper responde: «Para muchos Cuba se circunscribe al ron, al café, al sol, a la playa y el tabaco y, realmente, no conocen ni a Cuba ni a los cubanos. Hoy por hoy lo que se maneja en la cultura norteamericana son las cosas de la superficie. Hay que tratar de demostrar la complejidad de todo lo que se hace para avanzar en una dirección correcta. A pesar de los problemas y las dificultades con las que conviven muchos de los campesinos, siempre me ha llamado la atención cómo el cubano siempre busca una alternativa de solución y jamás ha dejado de tener esperanzas. Lo que he visto en los ojos de los campesinos es un ejemplo de dignidad humana. Ha sido un trabajo difícil, porque lo que quisimos retratar es la dignidad. Hemos ido a casas rodeadas de fango y con el techo casi abierto al cielo, pero cuando entras a su interior —aunque se esté cayendo— están impecablemente limpias, aun con piso de tierra. Lo importante es ver cómo ellos trabajan como familia unida, con tremendo sentido de responsabilidad y de pertenencia».