Cuando alrededor de un suceso se teje un velo de superstición, se oscurece y puede convertirse en mito o leyenda, que inmortaliza al personaje. En el caso de Isadora Duncan, quien pronosticaba su propia muerte, sucedió así
El mes pasado (14 de septiembre) se cumplieron 91 años de aquel trágico accidente que terminó con la vida de la creadora de la danza moderna. Una trágica cadena de eventos fue lo que mató a la titulada ‘pionera del baile contemporáneo’. “La maldición de las máquinas”, como llamaba ella a los automóviles, y en uno encontró su muerte.
Como si no fuera suficiente su arte, sus escándalos, vida disoluta e infinitas excentricidades al hacerse famosa (para bien o para mal), a la bailarina la perseguía la tragedia. Luego de una vida íntima poco convencional, se casó ya en la madurez con el poeta ruso Serguei Esenin, alcohólico y de carácter violento, 17 años más joven que ella, quien terminó loco y se ahorcó.
Decidió ser madre soltera y tuvo dos hijos, Deirdre y Patrick, de diferentes padres: el diseñador teatral Gordon Craig y Paris Singer, hijo del magnate de las máquinas de coser Singer. Sus hijos tuvieron una espantosa muerte: el auto que los transportaba cayó al río Sena y perecieron ahogados junto a su niñera. Entonces su dolor se convirtió en obsesión.
Ángela Isadora Duncan nació en San Francisco, California (EE UU), el 27 de mayo de 1877, era la menor de los 4 hijos del matrimonio (divorciado) de inmigrantes irlandeses. Dijo en su autobiografía: “abandoné la escuela a los 11 años para dedicarme a mi pasión”. Y de su estilo: “nací a la orilla del mar, mi primera idea del movimiento y de la danza ha venido seguramente del ritmo de las olas”.
Esa noche de septiembre de 1927, Isadora se fue a pasear por Niza con su amante de turno, el joven mecánico italiano Benoit Falchetto, apodado de forma irónica Bugatti (auto lujoso de alto precio), que conducía un modesto deportivo Amílcar GS. Al montar al auto, Isadora expresó como despedida: “Adiós amigos míos, me voy a la gloria”.
El New York Times describió, al día siguiente, cómo ocurrió el accidente:
“El automóvil iba a toda velocidad cuando la estola, de fuerte seda, que ceñía su cuello empezó a enrollarse alrededor de la rueda, arrastrando a la señora Duncan con una fuerza terrible, lo que provocó que saliese por un costado del vehículo y se precipitase sobre la calzada de adoquines. Así fue arrastrada varias decenas de metros antes de que el conductor, alertado por los gritos, consiguiese detener el automóvil. Se obtuvo auxilio médico, pero se constató que Isadora Duncan ya había fallecido por estrangulamiento, y que sucedió de forma casi instantánea”.
Isadora Duncan fue incinerada, y sus cenizas están en el Cementerio del Père-Lachaise, en París.