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Patricio Vélez. Las variaciones del tiempo
18July
Artículos

Patricio Vélez. Las variaciones del tiempo

Por: Ramón Casalé Soler (Especial para Arte por Excelencias)

La primera vez que tuve conocimiento del artista ecuatoriano afincado en Barcelona, Patricio Vélez (Quito. 1945) fue en 1988, con motivo de una exposición en la Galeria Ciento de la capital catalana, cuyo título era El significado del tiempo, donde reunía un gran número de dibujos en tinta china sobre papel. Ahora, trascurridas tres décadas, la Fundación Suñol, situada en el Paseo de Gracia y cercana al edificio modernista de la Casa Milà, también conocida como La Pedrera, del arquitecto Antoni Gaudí, exhibe la primera antológica sobre Patricio Vélez a través de un centenar de obras, entre pinturas, dibujos, grabados y fotografías. Se titula Las formas del tiempo, y en ella se revisa su obra desde los sesenta hasta la actualidad, revelando que su interés por la naturaleza, el paisaje y la botánica es bien evidente. La Fundación Suñol se inauguró en el 2007, siendo su director el escultor Sergi Aguilar, y su fondo consta de 1200 obras, todas ellas relacionadas con las vanguardias artísticas de los siglos XX-XXI.

Vélez se formó como arquitecto en Quito, Barcelona y París, aunque una vez finalizados sus estudios se dedicó de lleno al mundo del arte. Ha ejercido como docente en diversas escuelas y universidades, como por ejemplo la Escola Eina, dedicada al diseño, la Escola Massana, especializada en artes aplicadas y la Facultad de Bellas Artes, todas ellas de Barcelona; la École Supérieure d’Art de Avignon (Francia) y, finalmente, en el Herbario QCA de la Universidad Católica de Quito. En España las galerías que le han representado son la propia Ciento, ya desaparecida, pero que durante el periodo de los setenta a los noventa fue muy importante dentro del panorama artístico contemporáneo de la ciudad, y la Joan Prats-Art Gràfic.

Respecto A las formas del tiempo se articula en diferentes apartados, no necesariamente cronológicos, sino desde una perspectiva temática que hace referencia a su memoria y a las experiencias vividas. El propio artista las denomina variaciones, “concepto que substituye a la de serie y que ofrece una acepción no lineal o mecánica de la producción”, debido a que son agrupaciones de obras que se van transformando con el paso del tiempo, originando la aparición de otras nuevas, en las que  la naturaleza es el eje vertebrador de su trabajo que, de algún modo, es una vuelta a sus orígenes, ya que rememora las experiencias vividas cuando era un niño en el valle de Lloa, próximo a Quito. Las comisarias son Luisa Ortínez y Rosa Queralt, a pesar de que esta última falleció recientemente, por lo que la exposición también es un homenaje a su figura de historiadora y crítica de arte

En la primera sala hay la variación Lettres à mon père. Se trata de un grupo de dibujos en papel carbón, que “es un medio atenuante de la imposibilidad del todo, gracias a su constitución paradójica: sólo tiene reverso”.  Corresponden al periodo 1976-78 pero no son las piezas más antiguas, ya que en la última sala hay un conjunto de Fotografías amazónicas que cubren el espacio que va desde 1966 hasta la actualidad. Se basan en sus vivencias durante su estancia en Brasil, intentando captar a través de su cámara Leica lo que acontecía dentro del bosque, un bosque muy denso y difícil de fotografiar, aunque tuvo la oportunidad de subirse a alguna de las torres de observación situadas a unos 50 metros de altura, donde la visión es completamente diferente. También los bosques aparecen en la sala siete mediante una serie de piezas que parten de un texto relacionado con un paseo por uno de ellos, donde se aprecian algunos elementos que hacen referencia a los árboles, concretamente hojas y troncos, dibujados a lápiz, tinta o grabados en punta seca, todos ellos en blanco y negro.

Una de las variaciones más impactantes es Piel de boa, sobre todo porque  trata de mostrar algunos de los recuerdos de su infancia en Ecuador, donde construye una historia alrededor de la muerte de una boa constrictor que un conocido suyo cazó a orillas del río Santiago, y que tuvo encerrada durante unos días en una jaula, matándola posteriormente. Más tarde vio en casa de un familiar la piel disecada de la serpiente. En el periodo 1977-1982 pintó y dibujo este tema reiteradamente, aplicando el color de manera extensa. Estas formas geométricas que aparecen en las telas o en los papeles, aunque aparentemente sean abstractas, no lo son en realidad, ya que hacen referencia a la piel de la serpiente.

Maria Llüisa Borras veía en sus obras de finales de los ochenta, un “trabajo minucioso y pulcro, de técnica irreprochable, que por ahora rehúye la peligrosa tentación del academicismo y sólo apto para gentes dotadas de fina sensibilidad”. Pues bien, han transcurrido treinta años y Patricio Vélez sigue interesándose por la arquitectura, el paisaje, el territorio y la cartografía, percibiéndose aún en sus obras la minuciosidad de sus propuestas, donde el orden se mezcla con el movimiento, un movimiento que se observa en las delgadas líneas que, a menudo, surgen en cualquier parte de la composición y que parecen estar dotadas de vida propia. El propio artista considera que su obra dentro del actual contexto artístico le lleva a “diluir las fronteras temporales y geográficas, de tal manera que el “sistema actual” se funde en la imprecisión de sus orígenes y en la evanescencia de su duración”.       

 

Patricio Velez - Primera pintura, 1972
Patricio Velez - Primera pintura, 1972

   

Patricio Velez - Piel de boa, 1979
Patricio Velez - Piel de boa, 1979

 

Patricio Velez - Llúmina I, 2010-2011
Patricio Velez - Llúmina I, 2010-2011