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Mafalda CUMPLE 50
22December
Artículos

Mafalda CUMPLE 50

Era domingo y sobre Buenos Aires caía una lluvia obstinada que anegaba los contenes y como consecuencia los transeúntes debían moverse bajo paraguas o capas. Casi ninguno había olvidado su abrigo, pues la temperatura descendió lo suficiente para ser primavera. Así y todo, entre recuerdos y risas, una docena de jóvenes tomaron rumbo al barrio de San Telmo porque allí estaba Mafalda.

Luego del almuerzo y cuando faltaba poco más de 24 horas para el regreso, uno de los jóvenes, oriundo del violento y cruel norte mexicano, preguntó dónde quedaba la réplica de la famosa Mafalda.

—¿Mafalda? —respondió otro.

—Sí —afirmó el veinteañero de carácter alegre y color pardo como cualquiera de sus coterráneos—: Mafalda, el dibujo.

—El comic —dije, yo—. Mafalda es una de las historietas más famosas del planeta y su popularidad es comparable con la de cualquier estrella de cine. Está por allí.

Señalé al punto donde más o menos que-daba su figura encima de un banco para con ella dar comienzo al famoso Paseo de la Historieta, un circuito que termina por donde empezábamos a transitar nosotros, al punto de que pronto chocamos con uno de sus personajes, el cacique Patoruzú, de Dante Quinterno, autor de otra historieta situada casi al final del recorrido, alguien peculiar por representar el prototipo del playboy porteño: Isidoro Cañones.

El Paseo de la Historieta llega hasta Puerto Madero, una de las zonas más modernas de la ciudad, y recupera personajes populares del comic argentino como el Gaturro, de Nic, o Clemente, de Caloi. Sin embargo, la más universal es, sin dudas, Mafalda, la chica bonaerense de clase media que se suma a la lista de niños a través de los cua-les los adultos han vertido frustraciones y filosofías en tiempos difíciles.

Puede hablarse de casos similares, desde Charles Brown, creado por el norteamericano Charles Schulz; Canvin, del también norteamericano Bill Watterson, o hasta el olvidado Matojo, del colombiano Manuel Lamar Cuervo (Lillo). Sin embargo, su caso parece superarlos a todos.


La niña de cincuenta años —nació en septiembre de 1964 en las páginas de la revista Primera Plana— se ha convertido en una especie de insurrecta con autonomía, ante lo cual la persona que la creó, el admirado Quino, cuyo nombre es Joaquín Salvador Lavado, a veces desconoce de qué manera reaccionar.

Tan desconcertante resulta el actuar de su creación que de paso por Oviedo, donde recibiría el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2014, debió enfrentarse a pancartas con frases como la siguiente: “Mafalda no es princesa, es feminista”. Ante semejantes posturas Quino asegura con tranquilidad: “Pirandello dijo que una vez que un autor crea un personaje, la gente lo va sintiendo como propio y cambia todo: sus costumbres, su ideología. Cuando digo que para mí Mafalda es un dibujo, hay gente que se indigna”.

Y es que Mafalda, como todo símbolo, ha servido para trasgredir normas de diversa índole. En muros de Facebook o en grafitis callejeros la descubre uno entonando lemas pacifistas, políticos o feministas. Se le ve por todos lados, y más de una vez hasta en la televisión y el cine. Actualmente su página oficial cuenta con más de cinco millo-nes de seguidores.

Como los años actuales parecen tan duros o peores que los pasados, y como Quino es de los que trabajan para que el mundo vaya por el rumbo de los buenos, Mafalda no pasa de moda. Aun cuando puso fin a la historieta cuarenta años atrás, los aparen-temente sencillos e inocentes comentarios de su personaje sobre el mundo circundante siguen tan actuales como entonces, y al asumir un aspecto global dan la impresión de haber sido dichos por un filósofo.

Tanto lo es que alguna vez Umberto Eco, el semiólogo italiano, traductor de la primera edición al italiano de la tira cómica, no estuvo con titubeos y, generoso pero sincero, aseguró que para entender a Argentina era imprescindible leer a Mafalda. No menos importante fue el criterio de la actual presidenta Cristina Fernández de Kirchner, para quien, en su juventud, la niña pelinegra “era la que decía lo que ningún diario, y de una manera que no podía ser censurada”.

 

Mafalda, como todo símbolo, ha servido para trasgredir normas de diversa índole. En muros de Facebook o en grafitis callejeros la descubre uno entonando lemas pacifistas, políticos o feministas. Se le ve por todos lados, y más de una vez hasta en la televisión y el cine.

Con frases certeras y definitorias el personaje fue convirtiéndose en una especie de vocero de la sociedad mientras se sucedían golpes de Estado. No fue hasta 1973, año en que el peronismo recuperaba el poder, cuando Quino decidió ponerle fin a su celebrada creación, ahora adaptada a las nuevas tecnologías y disponible en formato para ebook.

Contrariamente a lo esperado, es difícil encontrarse fuera del gran Buenos Aires una imagen de Mafalda como suvenir. Le hacen la competencia en los comercios toda clase de personajes exportados desde Disney. Tal vez el único sitio donde puede conseguirse una reproducción de la chica sea en un comercio ubicado a poca distancia del banco donde sigue sentada, y donde la encontramos aquella mañana lluviosa. Entonces, entripados pero sonrientes, llegamos hasta el sitio donde cientos de personas se detienen cada día para tomarse una fotografía con la celebridad de San Telmo.

Junto a Mafalda, en la réplica de San Tel-mo que ya tiene su igual en Oviedo, pue-den verse ahora a sus amigos Susanita y Manolito, dos compinches que a Quino le permitieron dar una mejor idea de lo que sucede en su país, donde el concepto de nacionalidad nace de la mezcla que apenas ha fraguado, algo que se logra oler en el ambiente.

Es un banco sencillo situado en una intersección, y hasta él hace pocas semanas llegó Quino junto a Daniel Divinsky, editor de Mafalda en las reconocidas Ediciones de La Flor. Además de ellos concurrieron personalidades de la cultura, la política y un montón de vecinos que no quisieron perderse en momento. Porque nadie es ajeno a cuanto se refiera a Mafalda, la chica que un día popularizó aquella frase de: “Paren el mundo, que me quiero bajar”.