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Las aguas de expiación de Rufo Caballero
06January
Artículos

Las aguas de expiación de Rufo Caballero

Mucho se ha escrito y publicado sobre el arte cubano en los últimos años; tanto, que parece como si aún estuviese vivo el gran boom que disfrutó nuestra creación a inicios y durante la década de los 90 del siglo pasado. Sin embargo, desvanecida la efervescencia y pasada la moda del arte cubano en los principales circuitos internacionales del arte, resulta curioso, mas siempre bienvenido, el incremento de la publicación en Cuba de estudios, investigaciones y aproximaciones críticas sobre el tema. Se incorpora ahora Agua bendita. Crítica de arte, 1987-2007, de Rufo Caballero, autor con una docena de títulos publicados en los últimos tres lustros, profesor universitario y uno de los críticos más reconocidos dentro y fuera del país, en temas que abarcan las artes visuales, el cine y la cultura contemporánea en su sentido más amplio. Pensar el arte es la divisa del libro, compilación de ensayos publicados, casi todos –salvo tres que conservan la condición de inéditos–, en revistas especializadas, y algunos con premios en importantes concursos literarios. La reflexión sobre obras, artistas, exposiciones, eventos y etapas o momentos del arte cubano, abarca un amplio espectro que va desde maestros de la vanguardia del siglo xx hasta artistas jóvenes que sobresalen en el panorama actual de la Isla. Agrupados en cuatro bloques temáticos que contienen cuestiones de orden historiográfico, interpretaciones de poéticas, críticas puntuales y juegos poscríticos, los textos se anuncian bajo sugerentes títulos, lo que evidencia la cualidad del autor como excelente titulador, algo poco frecuente en el gremio literario nacional. Entre las coordenadas sustanciales que sostienen este voluminoso cuerpo crítico de más de cuatrocientas páginas, hay una que sobresale desde el primero hasta el último de los ensayos: la elegancia de un lenguaje a la vez que inspirado, con donaire, una prosa del más exquisito linaje dentro de la tradición literaria cubana. Aquí han sido despejados los extravíos retóricos, la adjetivación sin sentido, y esa recurrente manía de “demostrar la vasta cultura” del que escribe a expensas de juicios propios, elementos que lastran una parte de la producción crítica nacional, en particular la menos experimentada. Caballero ha encontrado, y maneja con destreza, el algoritmo del ensayo como prosa literaria de rango artístico per se, combina el lenguaje culto con la frase coloquial, engarza el conocimiento teórico con el dicharacho del cubaneo más auténtico, la imaginación especulativa con el dato que proviene del rigor académico. Se engendra de esta manera una estrategia escritural que, siendo eficaz no cabe duda, alcanza su mayor valor en el vigor y en la esbeltez. El autor reveló en uno de sus libros anteriores el credo que alimenta esta forma de encarar el ensayo. Según sus confesiones, él descree de la objetividad –aunque parezca lo contrario– pues le parece algo falso e iluso “sólo en la medida en que asumo la exaltación de mi subjetividad, en la medida en que soy sincero en cada palabra, puedo, tal vez, ser objetivo”. Rufo esgrime la dúctil hibridez del ensayo en la que se articulan, por igual, el argumento y la metáfora, o el ejercicio poscrítico a la vez que la prosa inspirada en la tradición más densa del ensayismo de aliento orteguiano, tan consustancial a la literatura del continente; escribe desde las certidumbres que ha madurado durante años de probar sus herramientas críticas, una de las cuales tiene que ver con el desafío que para él representa la exégesis del arte y la necesidad de expresar sus ideas con pasión y lucidez. Cuando reconoce que “la especulación fértil, jugosa, es uno de los cometidos menos alienantes de la crítica”, nos remite a aquella otra certeza, ahora de Borges, de que el crítico tenía que ser por encima de todo, y sobre todo, un buen escritor de ensayos. La otra coordenada que deseo subrayar, complementaria a la anterior, es el enorme apetito de conocimientos de que hace gala, lo que le permite multiplicar en dimensiones geométricas su saber sobre el arte cubano y el arte en general. Así, establece analogías sorprendentes, cruza disímiles referentes, introduce citas atinadas y oportunas, emplea un rico juego de las conjugaciones más diversas y va construyendo para delicia del lector, una arquitectura de razonamientos para legitimar hipótesis y presupuestos teóricos. Si atendemos a las profesoras, Lázara Menéndez, autora del enjundioso prólogo, y María de los Ángeles Pereira, de cuya mano es la abarcadora y expresiva nota de contracubierta, es en el abordaje a la obra artística puntual de un creador donde la empresa interpretativa del crítico alcanza de manera particular niveles muy elevados. Diría que es la destreza y hondura de la mirada fresca, entrenada una y otra vez en la ponderación de las virtudes o defectos de una pieza, de una poética determinada. Cabe añadir en este punto algo no menos significativo del libro y del estilo de su autor, su desenfado y naturalidad, su valentía y honestidad al involucrarse y correr los riesgos reales del oficio en un medio en el que impera la popular “teoría del callo pisado”, o lo que es lo mismo, todo está muy bien mientras no me rocen aunque sea con el pétalo de una rosa. Y es que el espesor del conocimiento y la autoridad que éste otorga, le son sumamente útiles a nuestro autor para ejercer el criterio. En el libro desfilan bajo su mirada las obras de muchos de nuestros más relevantes artistas, desde la vanguardia del pasado siglo hasta la actualidad: Carlos Enríquez, Marcelo Pogolotti, Mariano Rodríguez, Raúl Martínez, Antonia Eiriz, Servando Cabrera Moreno, Nelson Domínguez, Pepe Franco, Moisés Finalé, Rocío García, Juan Roberto Diago, José Toirac, Franklin Álvarez, Agustín Bejarano, Rubén Rodríguez, Reineiro Tamayo, Cutty, Kadir López, Aisar Jalil y, de manera particular, Arturo Montoto, a quien dedica cuatro textos. Otros ensayos tienen que ver con momentos, etapas del arte y asuntos de la sociología cultural del país. Visto de conjunto, el archipiélago de textos –según los llama la Dra. Lázara Menéndez– se ofrece como un código crítico multidisciplinario sobre arte cubano donde afortunadamente no abunda el empaque academicista y sí la iluminación y amenidad de la buena literatura sobre arte. En esta selección se pone de manifiesto el abolengo del gusto y, acoto de pasada, algo que casi nadie acepta: el gusto no depende de la voluntad, al menos totalmente. En él se incorporan, integrándolo e influyéndolo, las lecturas y los matices con que la información va conformando las preferencias del pensamiento, su sensualidad. No incurriré en la tentación de mencionar textos que me interesaron más que otros; en esta compilación se respira equilibrio de calidades, y cada ensayo aguarda por igual la interrelación con el lector. Es un raro mérito en este tipo de libro. Como se podrá apreciar durante la lectura de Agua bendita… aquí hay una mirada que combina la sustanciosa entraña académica (que mucho se agradecerá por los estudiantes de arte) con la variedad de enfoques: semiológico, epistemológico, desde la antropología, los estudios culturales y, por supuesto, el estético. Armado del método de la metáfora crítica, como diría el escritor cubano Alberto Garrandés, los juicios del ensayista penetran la materia del arte pero, a la vez, la del contexto socio-histórico donde éste se desarrolla. Tales análisis están despojados de la rigidez o de las predisposiciones de bandos y banderías, provienen de la inteligencia; así se evita caer en fetichismos o simplezas a los que son tan dados los juicios políticos o en materia sociológica en el panorama cultural. Los análisis de contexto, así como los de arte, surgen de una rigurosísima investigación y una amplitud de fuentes que permiten la ponderaciónmadura a la vez que autónoma del autor. Que el lenguaje es pensamiento, y a la vez un eficaz surtidor de símbolos es fácilmente apreciable en la prosa de Rufo Caballero. El autor pule la frase, estudia los engarces de las imágenes, pondera las palabras que va a utilizar, no sacrifica nunca la forma a la vez que deja intacta la esencia de su discurso. En sus últimos libros, y en éste de forma particular (a pesar de ser un libro-compilación que cubre más de diez años de escritura), se puede apreciar la construcción del estilo en el lenguaje del autor. Hay mucha racionalidad en esta prosa grácil a la vez que mucha sensualidad en la estructura de ideas. Rufo nos muestra la posesión de un lenguaje que no puede decirse acabado aún, precisamente y sólo por su persistencia de someterlo a constantes renovaciones y tensiones de perfección. No albergo duda alguna de que Agua bendita… entrará al panorama editorial cubano por la puerta ancha o, como dice la Dra. María de los Ángeles Pereira, será un acontecimiento editorial. Diría más, le auguro reconocimiento, gustosa lectura, seguros premios y, por supuesto, las polémicas –su premio mayor– que gestará entre la crítica o, mejor aún, estoy seguro de que propiciará los nuevos caminos interpretativos a la crítica de arte en el país. En el largo itinerario de aprendizajedesaprendizaje que representa el arte cubano desde que es estudiado por la academia y la crítica, un libro como éste es esencial para contribuir a su historia no escrita aún. Guardo la íntima y plena satisfacción de haberlo leído con la convicción de que constituye un aporte significativo a la ensayística nacional y, al mismo tiempo, a la gestación de un pensamiento de la visualidad cubana que no cesa de crecer pero necesita esfuerzos intelectuales de esta envergadura. La Habana, octubre de 2008 Rafael Acosta de Arriba (Cuba) Investigador y Ensayista racosta428@yahoo.com