Dedicar un día del año a celebrar en todo el orbe al arte es, de por sí, un gran logro. Si la fecha se eligió para -además de promover la creación, el desarrollo y la difusión del arte- recordar a Leonardo Da Vinci, hombre que fue pintor, escultor, diseñador, arquitecto, poeta, biólogo y un largo etcétera, muchísimo mejor.
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Y es que para este genio del Renacimiento no hubo fronteras en el ámbito de la creación ni en el deseo de aportar a sus congéneres. Y no deberían existir tampoco para quienes lo hemos sucedido en el amor a las diversas manifestaciones del arte y a la humanidad toda.
Por ello aprovechamos la fecha para aplaudir iniciativas -que felizmente se multiplican- en aras de que todos tengamos las mismas opciones para acceder al arte, ya sea desde el aprendizaje, su práctica o disfrute. La meta debe ser la inclusión.
Confiamos en un futuro en el que los eventos se piensen desde la diversidad y no para las élites que segregan, en el que los recursos tecnológicos y avances de la ciencia ofrezcan nuevas opciones para el disfrute pleno del arte a quienes viven con discapacidad, en el que la educación artística sea la vía para formar seres humanos más sensibles y abiertos al diálogo, …
Los tiempos de pandemia dejaron constancia del valor del arte para enriquecer el alma, avivar el ingenio y hasta ofrecer consuelo. Permitámonos -en el Día Mundial del Arte- un minuto para reflexionar cuánto hacemos para que perdure la creación artística y, sobre todo, para que el acceso a ella sea cada vez mayor.