Sin perder el norte del género deportivo, la serie The Queen´s Gambit, dirigida por Scott Frank sigue todas las convicciones del diseño narrativo que le corresponden a este género: signos convencionales de valor en los momentos de clímax, ambientaciones y acontecimientos propios del género.
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Sin embargo, la serie pudiera haber tenido un desarrollo más complejo en cuanto a narrativa, sin despegarse de los cánones de Hollywood, donde está claro que este esquema para contar historias continúa teniendo éxito a través de su habilidad en narrar historias poderosas.
Esto significa que se sigue planteando el culto a la espectacularidad como axioma central, es decir, la historia debe plantear algún hecho que se salga de la cotidianidad, que quiebre el devenir diario y altere un estado de situación; en este caso, ser la campeona mundial de ajedrez en un universo liderado solo por hombres, y, además, nada más ni nada menos que en los años 60 del siglo pasado.
Para lograr esto se necesita un conflicto central más denso. No basta con saber que Beth Harmon (Anya Taylor-Joy), la protagonista, desea ser la campeona mundial de ajedrez (su deseo consciente) porque esto está claro desde el principio; sino por qué Beth quiere ser la campeona mundial de ajedrez, un poco esto relacionado con las motivaciones del personaje. Se necesita profundizar en el deseo subconsciente de la protagonista, más allá de conocer ese grandioso dato que nos ofrece la historia de que Beth es una joven prodigio, cosa que se menciona varias veces.
La miniserie está contada en gran parte por un flashback que se convierte en un recurso expresivo muy importante, donde se muestra la trayectoria de la vida de Beth. Las tramas secundarias, al no estar desarrolladas, convierten a la serie en un producto solo de entretenimiento, cuando, de estar desarrolladas, hubieran podido poner este producto audiovisual en otro escalón un poco más alto, sin perder las intenciones mencionadas anteriormente.
Como espectadores tenemos varias líneas narrativas que confluyen en el desarrollo de la serie pero no enriquecen del todo al conflicto central de Beth, por ejemplo, su relación con su madre biológica. Esta línea narrativa se induce en la introducción de cada capítulo para referirnos la temática que se abordará en el mismo, pero solo se manifiesta como presentación.
También se expone el tema de la adicción que sufre la protagonista, que tiene un arco dramático donde este conflicto subsidiario sí enriquece el conflicto central, aunque a mi modo de ver no está bien resuelto el desenlace del mismo: por arte de magia, solo con las palabras de una amiga de la infancia, Beth deja la adicción al alcohol y las drogas.
Otro tema que se desarrolló pero de manera superficial fue el conflicto político que se manifiesta en los años 60 con la guerra fría entre los EE.UU y la URSS, donde queda bien claro el subtexto en el mensaje: los norteamericanos siempre serán mejores que los rusos. Esto subraya precisamente esta modalidad narrativa donde se tiene la necesidad de mantener al espectador “satisfecho”, es decir, con todas sus expectativas respondidas a lo largo de la serie. Para esto, las informaciones básicas no sólo se explicitan sino que incluso se repiten o se trabajan desde la estructura inicial.
La puesta en escena de las partidas de ajedrez a las que se tiene que enfrentar Beth está bien resuelta. Se presenta al espectador un hábil ejercicio visual con la funcionalidad expresiva de recrear una atmósfera, un estado y unas sensaciones concretas. También se destaca en estas escenas la fotografía -iluminación- como recurso crucial para recalcar el dramatismo del momento. Se recurre al claroscuro, al contraluz, con intenciones expresivas. Se prefiere en varias ocasiones la luz directa a la luz ambiental.
The Queen´s Gambit se apoya en una historia “basada en acción de alta velocidad”, el sistema narrativo se sustenta en el ritmo ágil y dinámico, dado tanto por una estrategia particular de montaje signada por el precepto de la transparencia fílmica, que necesita del borrado de junturas, de toda marca visible que acredite el artificio, por un lado, como por otro necesita de la acción física del personaje (incluyendo el diálogo como una manifestación de tal propuesta) en permanente cambio y movimiento. Está construcción en edición está bien lograda, desde el primer capítulo de la serie, donde se construyen secuencias de montajes con una interesante relación de analogía entre los dos mundos que transitará Beth: el universo del ajedrez y el universo de su vida como mujer. Además, el montaje paralelo que se manifiesta seguidamente en varias escenas para referirnos una continuidad temática y no precisamente espacial ni temporal, se convierte en un patrón de la serie, que con habilidad no se torna monótono a la percepción de los espectadores.
Con sensualidad y destreza, Beth Harmon, domina por completo el mundo del tablero en blanco y negro y además, se impone en un entorno dominado por los hombres. Convirtiéndose en la reina y señora de ambos universos, no tiene piedad con ningunos de sus adversarios, pero al final de la historia no olvida el verdadero valor de la vida.