A día de hoy, buena parte de la producción cinematográfica del mundo termina en la pantalla chica, con esos televisores cada vez más grandes y planos, en vana imitación al cine, incluidos los programas de cine en casa, que jamás podrá igualar a esa magia que nos envuelve a todos durante la proyección de una película en la ´sala oscura´.
Tras el descalabro socioeconómico que deja la pandemia de coronavirus, el clásico cinematógrafo queda entre los lugares menos recomendados. Y si a esto sumamos los cines perdidos por la baja en las taquillas como justa consecuencia a la poca afluencia de público ¿qué será de la gran pantalla?
Su ´salvación´ podría estar en el autocine.
Mi generación citadina se crió con aquellas tandas de domingo en el cine del barrio, cita obligada entre amigos y, luego, con la novia. No recuerdo que mis hijos me pidieran dinero para ir al cine y, mis nietos, jamás. Yo sí tuve una ´asignación semanal´ para la entrada y la merienda. Nada para el transporte porque íbamos a pie.
Heredé de mis padres el gusto por el cine y con ellos fui, más de una vez, a los dos autocines habaneros: el de Vento y el de la Novia del Mediodía. No sé si por mi tamaño o extremada delgadez, entonces yo cabía entre ambos en el asiento delantero del auto de mi padre. ¡Luneta de primera fila! Y así disfruté de las comedias de mi papá y de los dramas de mi mamá.
Cuando pienso en aquella época, mucho menos ´veloz´ que la actual, y me acuerdo de los autocines, llamados drive-in en inglés, viene a mi memoria películas como Vaselina (1978), Grease en inglés, con los entonces jóvenes John Travolta y Olivia Newton-John, así como aquella melodía, Sandy, que aún hoy puedo tararear, en la escena del autocine.
También recuerdo el filme Rebeldes (1983), o The Outsiders en inglés, de Francis Ford Coppola, con ciertos jóvenes camino al estrellato, como Matt Dillon, Patrick Swayze, Tom Cruise y Emilio Estévez, entre otros. Aquellas películas, cuya temática era la vida de adolescentes en los Estados Unidos de los años 60, con escenas en los autocines de esa época.
¿A quién se le ocurrió la idea del “cine sobre rudas”? Cuentan que Claude V. Caver, de Comanche, Texas, consiguió permiso para proyectar películas mudas desde automóviles, en 1921. Pero no fue hasta 1932, que Richard Milton Hollingshead, un empresario químico de New Jersey, inició pruebas en su casa para el “cine al aire libre”.
La noche del 6 de junio de 1933, Hollingshead inauguró el primer autocine a dos millas del puente de Camden, cerca del Aeropuerto Central. El costo de la entrada era de 25 centavos por el auto y otros 25 por persona. Si iba la familia completa, se redondeaba por un dólar. Esa noche se hicieron 3 funciones: primero a las 8 y 30, luego a las 10 y la última a las 11 y 30. Al estreno acudieron alrededor de 600 espectadores.
La película exhibida esa noche premier, fue la británica Wives Beware, una comedia protagonizada por Adolphe Menjou, y la asistencia de público fue proporcional al precio de la entrada, en tiempos de la Gran Depresión, que unos atribuyeron a la Primera Guerra Mundial, otros al crac bancario de Wall Street y hoy se le achaca a la Gripe Española (!!).
Los autocines no hubieran existido sin el desarrollo paralelo de dos de las culturas del siglo XX: la del cine y la del automóvil. Al final de la década del 30, en EE UU había más de 100 autocines que, para los años 50 e inicio de los 60, llegaron a 4000. Por su privacidad, fue ideal para las parejas de más o menos edad: los ´añejos´ y los matrimonios con hijos, parqueaban en las primeras filas, los novios en las de atrás, donde había mayor intimidad.
Los autocines decayeron al surgir nuevas opciones, entre ellas la televisión y hoy hay menos de 500 operando. Sin embargo, el “cine sobre ruedas” se multiplicó por el mundo y donde el cinematógrafo sembró sus raíces, hoy día existen los autocines: Argentina, México, EE UU, Canadá, España… ¿Volverán los autocines en la “nueva normalidad”?