Cuando me disponía a abordar el próximo artículo para esta sección, aconteció un hecho que llamó mi atención, era lo suficientemente excitante como para hacerme cambiar de idea o, al menos, dejarlo para una entrega posterior.
Nada más y nada menos fue un reportaje presentado por el Noticiero Estelar de la Televisión Cubana donde se anunciaba por parte del locutor de turno, con gran realce y énfasis, que se acababa de inaugurar en la ciudad de Holguín, la “primera exposición de obras originales” del malagueño Pablo Picasso, en Cuba. Al día siguiente pude comprobar que la misma información había sido propagada por la prensa escrita, por la radio, Internet y hasta por las agencias internacionales de noticias que se hicieron eco del acontecimiento, o sea: no era un simple desliz como estamos acostumbrados, era un disparate divulgado y repetido por todos los medios.
No esperé mucho para tratar de esclarecer el dislate mediático. Busqué el expediente Pablo [Ruiz] Picasso. Lo encontré colmado de recortes, reproducciones y catálogos; una buena parte de esos documentos fueron publicados en Cuba y algunos se refieren específicamente a las diversas exposiciones de originales de Picasso en Cuba. La más antigua de las referencias encontradas en el archivo, data del año 1942, y gracias a una esclarecedora crónica de Alejo Carpentier, publicada en La Gaceta de Cuba, en 1962, podemos hoy reconstruir –al menos en parte– los hechos que concurrieron en la primera muestra de pinturas y gouaches de Picasso, en La Habana.
Cuenta el escritor, que Pierre Loeb, galerista judío-francés, llegó a esta ciudad a principios de 1942, entre su equipaje se hallaba un enigmático rollo de telas y cartulinas que luego guardó celosamente en el apartamento donde se hospedaba en El Vedado. A estas alturas del relato, no hay que desplegar mucho la imaginación para presagiar cuál era su contenido.
Durante los primeros meses de su estancia habanera, Loeb consideraba irrealizable una exposición con los Picasso, en aquella ciudad donde aún abundaban criterios bien retrógrados con respecto al arte y se encontraba en su punto culminante el debate estético entre académicos y modernos. No obstante, poco a poco, Loeb comenzó a introducirse en la pintura moderna cubana; ante la obra de Ponce lo reconoció como un nuevo Watteau, y en la playa de Marianao se deslumbró ante las pinturas de Rafael Moreno, de pronto, dice Carpentier “renacía en él, el espíritu del gran marchand”. No debemos olvidar que fue Loeb, a través de Picasso quien realizó la primera exposición de Wifredo Lam en Francia.
Decidido ya a desenrollar el prodigioso cilindro, y dar a conocer a los habaneros el valioso cargamento, a la que muy contadas personas habían podido acceder, se dispone a mostrar su tesoro. Todo parece indicar que una de las personas encargadas de la organización de la muestra fue el propio Carpentier, quien aporta en su crónica varios datos de interés histórico; el primero, que él mismo encargó la impresión de un cartel a dos colores, rojo y negro, en la conocida imprenta de Úcar García y Cia. para anunciar la exposición. También nos informa que tuvo un reportero gráfico de excepción: José Manuel Acosta.
La muestra se exhibió en el Lyceum & Lawn Tennis Club, de La Habana, durante tres semanas del mes de junio de 1942. Puedo imaginar la sorpresa de los visitantes al enfrentarse a la obra del genio malagueño, la mayoría reaccionó admirablemente aunque no faltaron actitudes grotescas como la de aquel señor que gritaba “¡Devuélvanme la belleza griega!” o el siquiatra que iba todos los días a la exposición para tratar de descubrir en los cuadros de Picasso rasgos de esquizofrenia o paranoia.
Al final de su crónica, Carpentier se preguntaba cuál fue el paradero de los cuadros expuestos… Unos parece que regresaron con Pierre Loeb a Francia, otros fueron adquiridos por algunos de los escasos coleccionistas que existían en La Habana, entre los que recuerda a Max Jiménez, el pintor y diplomático costarricense. La realidad es que no han quedado apenas rastros de aquellas obras, pero en 1945, el crítico José Gómez Sicre organiza la exposición Lo inmóvil, en el Lyceum donde se incluye una pieza de Picasso titulada “Calavera de oveja y uvas”, que se reproduce en el artículo de Carpentier en 1962, por lo que no cabe dudas que ésa fue una de las piezas de la memorable exposición fotografiada por José Manuel Acosta.
Han transcurrido 68 años desde entonces, no se trata del capítulo de una novela carpenteriana sino algo que sucedió, y muchos especialistas pueden atestiguarlo.
Treinta años después de esta muestra, en 1972, se presenta en el Museo Nacional, un conjunto de 58 grabados de Picasso procedente del Gabinete de Estampas de la Biblioteca Nacional de Francia. Como curiosidad, y para demostrar que la historia se repite, encontramos una pequeña nota en la revista Cuba donde se anunciaba la presentación en Cuba de la “primera exposición de originales de Picasso”. Como si fuera poco, se filtró otro desatino en una nota del periódico Granma que informaba la realización de una exposición de obras de Picasso “con motivo del centenario del artista”, cuando realmente tenía 90 año (al año siguiente moriría).
En 1981 y 1985, se presentan respectivamente, también en el Museo Nacional, dos exposiciones del artista. La primera, Picasso. Obra gráfica original, esta vez sí por el centenario del artista. El conjunto abarcaba un amplio período creativo que se extendía desde 1930 hasta 1971, en diversas técnicas del grabado. La segunda, llamada Tauromaquia, referida a la serie del mismo título realizada por Picasso en 1958, constaba de 59 fototipias, edición facsimilar de los originales, con una tirada de 260 ejemplares.
En este punto, dejamos abierta la investigación para otros archiveros que deseen seguir buscando información sobre la presencia de la obra de Picasso en Cuba. Por ejemplo, sería interesante investigar sobre la primera exposición Picasso en América Latina, sobre la presencia de Pierre Loeb en La Habana y su relación con el arte cubano en el período 1942-1945.
Esperamos que no vuelva a repetirse “la primera exposición de obras originales de Picasso en Cuba”.