Textos: Fátima Patterson / Fotos: Abel Carmenate y Alexis Triana
Los años de cercanía con la obra de Alberto Lescay me han situado de una manera inusitada en una posición de diálogo permanente con su creación en el universo profundo y diverso que nos propone cada vez. No quiero ni puedo hacer un trabajo crítico sobre la obra de este artista o poeta, como he querido llamarle. Yo solo soy parte de ese público que lo sigue, admira y disfruta. Pudiera decirse que soy de las embrujadas por los sugerentes rasgos que me remiten al monte, al palenque de los cimarrones, a las ceremonias y a las ofrendas a la madre tierra, también de las que disfrutan ese juego erótico de adolescente travieso.
La serie me deslumbró y aún me sigue deslumbrando. Ellas son universales, escribir sobre ellas es un reto. Han sido expuestas de otra manera, cada una es una interrogante. ¿Qué pensarán?, ¿estarán conformes con el resultado?, ¿qué metáfora es esta de convertirnos en algo que la delicadeza del poeta nombra de una manera otra y además llevarnos a la escena? El femenino de caballo no es precisamente caballas, y no lo digo de manera explícita, por no romper la regla que ha dictado el autor. Son Caballas y ya.
Yo quise arriesgarme haciendo corpóreos la imagen del poeta y el pensamiento de ellas y la sensación que me producen su presencia en una relación que yo quiero que sea de suma confianza ya no en la interpretación de lo que piensan, sino en la certeza de que soy la poseedora de sus secretos, de sus verdades, de sus sueños y frustraciones. Yo quise darles voz y hacer con ellas un juego escénico que me permitiera lograr que fueran escuchadas, y lo son.
Los lienzos que muestra Caballas se animan con la magia de las loas del vodú (ercilí), los N’fumbi (mamá chola) y los espíritus criollos y de otros mundos liderados todos por la Virgen de la Caridad del Cobre, que hacen quejoso, amoroso y extremadamente sensual su erotismo visceral. Solo se mantienen en calma con la presencia del poeta, que las hace organizarse y expresarse tal como son. Su llegada delineará las imágenes, que son su carácter. Es el inicio del trabajo del poeta. A partir de aquí establecerán la lucha por la supremacía y alguien siempre llamará al orden, pero quisiera preguntar: ¿podrá el poeta desprenderse de las Caballas? ¿Podrá seguir decidiendo quiénes estarán? No tenemos respuestas. ¡De eso precisamente se trata!