A un concurso se va a ganar… o a perder. Por eso a tanta gente no le gustan las competencias. Pero llama la atención el entusiasmo con que bailarines y coreógrafos de todo el país acogen el Concurso de Danza del Atlántico Norte Grand Prix Vladimir Malakhov, que tiene lugar cada otoño en la ciudad de Holguín.
Hay artistas y compañías que han participado en las tres ediciones hasta el momento. «Y seguiremos viniendo mientras lo convoquen», asegura el guantanamero Yoel González, uno de los que más premios y reconocimientos ha obtenido en estas lides.
Por el empeño de la compañía Codanza y su directora Marisel Godoy, la ciudad de Holguín es ya desde hace un buen rato uno de los centros de referencia del arte danzario en Cuba. Gracias al apoyo del célebre bailarín ucraniano Vladimir Malakhov y su agente Paul Seaquist han comenzado a mirar más allá, aunque todavía algunos conjuntos de relevancia no participen.
Pero para muchas agrupaciones y artistas del país es una oportunidad única.
Es que esta convocatoria está ocupando un espacio que desde hace un buen rato están reclamando los artistas e investigadores de la danza en Cuba: el de un festival nacional que permita la confrontación, el diálogo, el debate. Una cita que le otorgue mucha más visibilidad al trabajo de las agrupaciones, radiquen donde radiquen.
La fatalidad geográfica, digan lo que digan, no es un mito. Y aunque Cuba cuenta con valiosas compañías a largo y ancho de toda la isla, los que trabajan lejos de La Habana la tienen más difícil a la hora de socializar su obra.
Muchos de esos bailarines, coreógrafos y agrupaciones llegan cada otoño a esta ciudad para ser parte de una cita que, de hecho, ya es todo un festival.
Es posible que los premios otorgados hayan causado, aquí y allá, insatisfacciones puntuales. Pero para buena parte de los que acuden a Holguín, mucho más importante que la pura competencia es la oportunidad del intercambio.
Durante esos días tuvieron lugar conferencias, clases de ballet y de danza, sesiones teóricas, talleres creativos para decenas de bailarines, maestros, investigadores y críticos de disímiles procedencias. Y además, la gente tuvo la oportunidad de apreciar, de valorar lo que hace el otro, algo que de por sí ya es plausible.
Que el evento tenga lugar a más de 800 kilómetros de La Habana es una posibilidad para un público que no siempre puede estar al tanto de lo nuevo y bueno que se hace en la danza contemporánea. Y además, facilita la participación del movimiento danzario del oriente del país, tan afectado por el éxodo de bailarines en busca de nuevas oportunidades.
El concurso parece consolidarse. Ojalá que vaya solidificando alianzas. La pretensión de los organizadores es muy ambiciosa: convertir a Holguín en una de las capitales de la danza mundial. No es cuestión de coser y cantar. Pero al menos en nuestros predios esa ya es una de las ciudades grandes de la danza cubana.