LA BAILARINA DE DANZAS ESPAÑOLAS Y DIRECTORA DE LA COMPAÑÍA QUE LLEVA SU NOMBRE NO ENTIENDE DE CANSANCIOS O DERROTAS, PORQUE SU VIDA ESTÁ REGIDA POR LA ENTREGA SIN COMEDIMIENTOS
Con su inigualable desempeño danzario, Irene Rodríguez ha conseguido llenar de elogios las páginas de diarios y revistas. No hay escenario, rol, público o adjetivo favorable que se le haya resistido a la bailarina. Pasional e intensa, la describen unos. Seductora y precisa, han dicho otros. Pero la verdad es que para definirla basta un calificativo: sorprendente.
Quien la ha visto bailar no puede hacer menos que compararla con una fuerza indetenible de la naturaleza y se la imagina recia, enigmática. Sin embargo, esta cultora de las danzas españolas es una muchacha de sonrisa tersa, poseedora de un espíritu que no le cabe en el cuerpo.
«La intensidad ha sido una constante en mi carrera. Tengo la filosofía de hacer las cosas como si no existiera el mañana. Entreno cada día como si la función fuese en la jornada siguiente. Bailo creyendo que es la última vez. Aunque tiene su parte negativa, yo vivo para mi carrera. Desde el momento en que me acerqué a la danza no tuve tiempo para nada más», asegura la artista nacida en 1982, quien desde 1993 se vinculó como un «caso excepcional» al Ballet Español de Cuba (BEC), bajo la tutela del maestro Eduardo Veitía.
«Tengo el honor de pertenecer a la primera promoción de la Academia Nacional de Danzas Españolas, auspiciada por el BEC, que se creó a partir de la experiencia que tuvieron conmigo. Me gradué como bailarina profesional en 1999 y paulatinamente comencé a asumir responsabilidades de solista».
A golpe de virtuosismo y disciplina Irene Rodríguez se convierte en primera bailarina de la prestigiosa compañía. Cualquiera en su lugar habría experimentado un poco de temor. Sin embargo, el nombramiento fue parte de una transición orgánica. Ya había demostrado estar lista para ocupar ese lugar: «Previo a graduarme ya interpretaba protagónicos en la compañía, como el Toro de Carmen. A estas alturas de la madurez artística que hoy tengo, confieso que fue peor interpretar un rol como Carmen a los 16 años, que convertirme en primera bailarina solo un tiempo después, porque a esa edad ni siquiera había tenido contacto con la sensualidad que exige el papel. Tuve que madurar de golpe».
Será esa la razón por la cual a la joven se le atribuye muchas más edad de la que en realidad posee. El hecho podría molestar a no pocas féminas, pero ella lo siente motivo de altivez. Está profundamente orgullosa de todo lo que ha conseguido a sus 33 años.
Y es que los éxitos de su trayectoria avalan su gozo: obtuvo el Premio de Coreografía de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), fundó en 2012 su propia compañía, ha compartido la escena con el Ballet Nacional de Cuba —una de esas memorables ocasiones fue con la obra Aires de tradición, que la bailarina ha calificado como la más difícil que ha interpretado—; es directora artística del Festival Internacional La Huella de España; su desempeño en el espectáculo De lo clásico al flamenco, junto al pianista Frank Fernández y la Orquesta Sinfónica Nacional, le valió la inclusión en el libro de honor del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso; la coreografía El crimen fue en Granada, inspirada en el poema homónimo de Antonio Machado, la hizo merecer el Primer Premio en el VII Certamen Iberoamericano de Coreografía Alicia Alonso… La lista de triunfos podría ser enorme.
«Cuando la maestra Alicia Alonso me comunicó que había obtenido el gran premio en el certamen coreográfico que convoca el Ballet Nacional de Cuba junto a la SGAE de España, experimenté una satisfacción incomparable porque significó un enorme impulso para mi compañía. Sentía que no había nada imposible.
»Mi quehacer coreográfico se centra en buscar, explotar el máximo de posibilidades del bailarín. Me gusta crear para toda la compañía. Apuesto siempre por la entrega sin reservas. Trato que nuestro desempeño sea como el de un coro, para lograr la armonía desde la individualidad. La danza es un medio de expresión y por eso intento que cada cual se manifieste al ritmo de sus sentimientos y con su propio vocabulario».
Recientemente la directora y su compañía vivieron la experiencia de inolvidables presentaciones en Nueva York. El Joyce Theater, considerado el mejor teatro de danza de esa urbe estadounidense, estuvo repleto durante las cinco funciones que ofrecieron en cuatro días.
Ese espacio es conocido por la presencia constante de la prensa especializada del New York Times, que se encarga de reseñar cada espectáculo. Los criterios no siempre son favorables porque los periodistas se caracterizan por su rigor al evaluar cada espectáculo. Pero Irene no tenía tiempo para pensar en eso.
«Antes del debut nos advirtieron del riesgo de enfrentarnos a una crítica dura y a un público un tanto frío. Mi arte no es para agradar a nadie ni para buscar algo específico. Pero aquellos fueron momentos incomparables. La prensa nos ensalzó en todos los sentidos, el público no dejaba de aplaudir y nos acogió como si nos conociera de toda la vida. Incluso, el jefe de programación del teatro, que era una persona muy parca en su actitud hacia nosotros, me besó la mano y me dijo: “Nueva York te pertenece”.
Todavía me pregunto si todo eso fue verdad, porque sentí como si estuviera en una nube. Es cierto que ya habíamos actuado en Estados Unidos en otras ocasiones, pero esta fue especial», evoca la maître y máster en Estudios Teóricos de la Danza.
La existencia de la coreógrafa está colmada de locuras, de atrevimientos y valentías, según dice. Muchos han sido los cambios y complejas las decisiones que ha tomado. Ella sabe que todo gran sueño tiene sus riesgos, «pero no se avanza hasta que no se da el primer paso», refiere.
«Es cierto que no han faltado las heridas, pero siempre me he tenido confianza. Lo importante es saber si queremos quedarnos mirando los daños o seguir adelante. Ha habido situaciones muy duras: lesiones, el dejar la seguridad para empezar de cero, traiciones… Pero confieso que son más los momentos positivos. Sin los obstáculos no hay peldaños para ascender. Cuando vuelvo la mirada y advierto cuántas personas grandes me han apoyado, hasta llegar al punto de casi tener sede propia, no puedo hacer más que ser fiel a ese compromiso y avanzar. Mi verbo de cabecera es hacer».