Por Héctor Bosch
La presencia del austríaco Hermann Nitsch en la Oncena Bienal de La Habana concentró muchas miradas. Y no era para menos. Convertido él mismo en un icono vivo del arte contemporáneo, llegó acompañado de la aureola mítica de quienes han sacudido al mundo.
En la conferencia que dictó en el Instituto Superior de Arte (ISA), había anunciado su interés en distribuir la energía de la sociedad a través de una catarsis.
Se explica, pues, el sentido emocional de su obra 135 Aktion (o Acción 135). Un hecho artístico que apela a la sensibilidad con todos los sentidos. La vista percibe imágenes de contraste violento que aluden a rituales conocidos dentro de la cultura occidental: la crucifixión, la última cena, la muerte y la resurrección.
Aunque los participantes se empeñan en embadurnar con sangre los cuerpos, hay una belleza, tal vez triste, en la representación que no deja impasible al espectador.
Mientras, la música hace lo suyo y contagia con esos sonidos tensos, en suspenso, y también por momentos melancólicos, que apelan a toda una gama de sentimientos.
Flota en el aire el olor a sangre, pero las personas alrededor comen y beben. El ritual adquiere matices de paganismo y se torna un festín de los sentidos primarios.
Definitivamente expresivo del maestro del Orgen Mysterien Theater (Teatro de Orgías y Misterios), concepto que desarrolló a finales de los años cincuenta y realiza mediante acciones colectivas.
El performance, en efecto, tiene visos de «una psicología profunda, hacia fuera», como él mismo explicó en lo que basa su arte. El sacudimiento freudiano de la conciencia ofrece la oportunidad de sentir el hecho participativo, incluso en la posición de testigos.
Todo suceso necesita testigos para convertirse en historia. Y así el público, los actores y músicos, en su mayoría jóvenes artistas y estudiantes, contribuyó a legitimar el hecho artístico.
Tal vez por la propia razón de ocurrir en ese centro académico se propició la asimilación de un acto en sí mismo demoledor de barreras socioculturales. Cada quien introdujo en su memoria la parte de discurso que más cerca le tocó.
Habrá algunos que sepan lo que pasó. A otros, quizás les aflore a la mente años más tarde. Pero el momento singular vivido dejará huellas por su carga emotiva, y por el modo en que el arte se vincula al individuo.
Belleza y violencia como las dos caras del mundo, anverso y reverso de la personalidad, verdad y falsía de la vida. Eso trajo Nitsch a La Habana. Y lo aplaudimos.