Un personaje de Paul Bowle en El cielo protector deja claro un asunto. No es lo mismo ser un turista que un viajero. El viajero no sabe jamás cuándo regresa a casa. No sabe si regresa.
A Matanzas, no han conseguido, a pesar de su belleza geográfica y arquitectónica, convertirla jamás en un sitio turístico. A Matanzas se llega para quedarse, si no física, metafísicamente. Cada viajero cierto, verdadero, ha traído su cuerpo, se ha entregado en cuerpo y alma. Puede que el cuerpo quede, puede que no, pero sus almas se han quedado. Nadie ha visto a Matanzas desde la Cumbre como la sueca Frederika Bremer, nadie como ella ha escrito cartas desde Matanzas. El príncipe Alejo de Rusia, creyó encontrar el sitio del génesis en el valle del Yumurí. Hasta hoy, ningún grabado de Matanzas ha superado aquellos del francés Federico Mialhe. El habanero Plácido descubrió la belleza de las vegueras del Yumurí. Heredia pudo ver el Pan de Matanzas desde un punto que ningún humano podría verlo. Roberto Diago encontró en la africanidad de esta ciudad la definición de su poética; Fidelio Ponce, la luz sepia de sus muchachas. Víctor Manuel imaginó un San Juan más universal que el del provinciano Milanés; Osborne un futuro de Matanzas que aún está por llegar. Federico Smith transcribió la sinfonía que hacía 281 años esperaba por su genio para tomar dictado; Ñico Rojas encontró los acordes, la armonía peculiar de su música. Fue otra habanera, Marta Valdés, quien descubrió, en un danzón, que Dios al octavo día de la creación se dio cuenta de que al mundo le faltaba una ciudad y fundó Matanzas.
Alicia García Santana, que tampoco es matancera de nacimiento, sobrevuela Matanzas para entregarnos, como en la novela de Carroll, un cuento infantil que parece una novela surrealista. Porque la historia de esta ciudad, aunque contada con toda pericia científica y el soporte de una cultura y un saber que ubican a Alicia entre las autoridades más rigurosas de la historia de la arquitectura colonial en Cuba, nos deja tan perplejos como una fábula, como una lectura de ficción, con sus consabidos suspenses, sus protagonistas heroicos, sus batallas campales. Una Matanzas inédita es la que nos descubren la prosa ágil de Alicia García Santana y el lente de Julio Larramendi.
La historia de Matanzas, la Atenas de Cuba, es contada minuciosamente por la gráfica que acompaña o mejor, complementa el estudio. Julio Larramendi se explaya hacia planos que sobredimensionan la belleza de la geografía matancera, de su singular trazado y su arquitectura peculiar, sin descuidar que no se trata solo de destacar el esplendor sino y, sobre todo, de un servicio gráfico que debe supeditarse con rigor al interés científico. Y en ese campo ya el artista cuenta con una vasta experiencia en libros sobre la arquitectura, la fauna y flora cubanas, nuestra geografía. No obstante, insisto, sus fotos cuentan la historia también.
Como un gran álbum de Matanzas puede verse este libro, que no solo contiene las mejores fotografías que de la ciudad se hayan realizado hasta hoy, sino que muestra una gran cantidad de mapas, planos, grabados, óleos, postales, muchos de ellos inéditos, que vienen a demostrar tesis, y como siempre sucede, a sembrar nuevas incertidumbres. En 320 páginas y con más de 750 imágenes gráficas, los autores consiguen penetrar la historia de la primera ciudad fundada por interés de la colonia y voluntad explícita. Alicia, que es una aguda investigadora pero también una gran maestra, va introduciéndonos, desde los albores de la historia colonial, en esos laberintos que llevaron a la necesidad de fortificar la bahía de Matanzas y crear allí una población en 1693.
Las estrategias que siguieron los fundadores para trazar una ciudad entre dos ríos, el San Juan y el Yumurí, precisamente en la desembocadura de éstos, frente a la radiante bahía. Los escollos que significaron los propios ríos y las ciénagas circundantes, la bella pero compleja geografía que exacerbó las capacidades de arquitectos, ingenieros, constructores y autoridades civiles para conseguir el posterior desarrollo económico, social y cultural de la urbe, son expuestos en los tres capítulos que estructuran el libro con inteligente análisis y amplia documentación.
Tras un prefacio de Eusebio Leal Spengler, Historiador de la Ciudad de La Habana y el prólogo de Ercilio Vento, Historiador de la Ciudad de Matanzas, Alicia García Santana abre su libro con una suerte de pórtico que titula “Puente hacia la modernidad”, donde da señales de los intereses de su estudio para luego adentrarnos en el primer capítulo dedicado a “El urbanismo de las Leyes de Indias para una nueva ciudad”. Así sabemos los pormenores de la fundación, paralela a la fortificación de la bahía, que incluiría además del Castillo de San Severino, el Fuerte de San José de la Vigía, en la plaza fundacional, la Batería o Castillo de Peñas Altas y la Batería de El Morillo. Imágenes y textos nos muestran la consolidación del solar fundacional y la transformación urbana del área intrarríos, el surgimiento de nuevos barrios y plazas, pues además de la de Colón (o de La Vigía) aparecerán La Plaza del Rey (o de La Libertad), la de Fernando VII y el Parque Matanzas (“René Fraga Moreno”), y el nacimiento de dos barrios extrarríos: el de Pueblo Nuevo del San Juan y el de Pueblo Nuevo de Versalles, cerrando así el proyecto poblacional alrededor de la bahía matancera.
Alicia remata este capítulo con un acápite que titula “Del ideario a la realidad urbana” en el que fundamenta –con profuso y profundo análisis el surgimiento y características de las ciudades cubanas precedentes, y de las particulares de esta nueva ciudad– que es Matanzas “la más acabada expresión de los ideales preconizados por las Leyes de Población de 1573 en nuestras tierras” lo que la hace devenir en “extraordinaria ciudad, orgullo de la nación cubana”.
El segundo capítulo es, hablando dramatúrgicamente, el clímax de este libro: “Una arquitectura ilustrada para la primera ciudad moderna de Cuba”. En él la investigadora demuestra su tesis de que es Matanzas cuna de la modernidad urbanística en la Isla. Tienen que ver con ello la labor de Julio Sagebien, un francés que mucho aportaría a la arquitectura de la Isla (La Habana: Palacio de Aldama), (Trinidad: Plaza Mayor), y que en criterio de García Santana, tuvo un papel preponderante en la nueva imagen de Matanzas en la primera mitad del siglo xix. El edificio de la Aduana, su primera obra, abriría una nueva época para la arquitectura local. Se detiene la autora en importantes obras civiles donde Sagebien deja su impronta renovadora en puentes, ferrocarriles, residencias, cuarteles, hospitales… Bien pudiera llamársele a Matanzas –nos dice la autora–, “la ciudad de Sagebien”.
A los puentes del siglo xix matancero dedican espacio. No solo se califica a Matanzas como la ciudad de los puentes por la existencia del más completo conjunto de estos en los siglos xix y xx en Cuba, sino por el gran puente que la propia ciudad supone para la arquitectura, palanca del desarrollo social, económico y cultural de la nación.
Grandes obras civiles y grandes ingenieros, arquitectos, constructores aparecen referidos por su obra en este apartado. Espacio significativo merece el arquitecto italiano Daniel Dall’Aglio, quien dejaría piezas como el majestuoso Teatro Sauto, uno de los mejores de América y la no menos impresionante iglesia de San Pedro de Versalles.
Si Sagebien fue protagonista de la nueva Matanzas en la primera mitad del xix, el arquitecto español Pedro Celestino del Pandal, artífice del puente de La Concordia, hoy símbolo de la ciudad, sería el gran constructor de la segunda mitad de esa centuria. Es Pandal, enfatiza la autora, uno de los iniciadores de la era de los arquitectos en la historia de las construcciones cubanas. Sería este arquitecto quien encabezaría la transformación urbanística de Matanzas en la crucial época.
El tercer y último capítulo del libro, bajo el título: “La criolla y neoclásica vivienda matancera” es dedicado a un minucioso recorrido por las casas de la ciudad. Si antes sobrevolábamos Matanzas lente en mano y con la palabra sabia de Alicia, ahora entramos a la intimidad del hogar o a la institución civil, husmeando en cuanto detalle nos muestra y demuestra el desarrollo y esplendor de la casa matancera, sus peculiaridades. Parece como si autores y lectores nos sintiéramos tan a gusto y asistiéramos a una tertulia en un patio único donde los temas son el neoclasicismo como expresión de unidad urbana, las viviendas tradicionales, proto-neoclásicas, neoclásicas, neoclásicas tardías y eclécticas. Todo ello explicado con el rigor científico, el lenguaje lúcido y la imagen precisa.
Libro que el lector común puede leer y apreciar en todo su saber porque está escrito sin didactismo, habiendo tanto magisterio. Sin petulancia libresca habiendo tanta erudición. Libro visual. Hojeable. Ojeable. Libro para el más exigente estudioso. Libro de consulta. Arsenal de sabiduría y belleza que nos llena de aliento. Notas, citas y referencias. Abundante bibliografía. Vademécum de Matanzas. Obra sobre la que siempre volveremos. Matanzas, la Atenas de Cuba termina con un reclamo y una sentencia: Salvar a Matanzas. “Impedir la pérdida de tan valioso legado cultural, pues Cuba no sería la misma sin su Atenas”.
En Matanzas, a 24 de mayo de 2010
Alicia García Santana y Julio Larramendi: Matanzas, la Atenas de Cuba, Polimita, Ciudad de Guatemala, 2009.
Por: Alfredo Zaldívar