Una celebración, un motivo para agradecer, una historia de tradiciones… Eso es el Anata o Anata Andina, una fiesta que se celebra en Oruro, la región altiplánica de Bolivia, cuyos orígenes se remontan a la época prehispánica. Son las seis de la mañana y aquí comienza todo.
La festividad está ligada al ciclo de producción agrícola y se celebra cada año en la época de lluvias, durante el mes de febrero. Desde diversas partes del país se dan cita para, con esta entrada multicolor, abrir las puertas al carnaval más famoso del país.
El término Anata tiene origen aimara y significa «juego y alegría». Es quizás el principal motivo que ha mantenido despiertas a estas personas. Niños, jóvenes, adultos y otros que ya peinan canas comparten tradiciones, cantos y bailes que han sido heredados por siglos y hoy conforman el tejido cultural más llamativo de la región. Unos llegan desde Cochabamba, otros han recorrido ochenta o cien kilómetros, unos en pie desde las tres de la mañana, otros desde las cinco, y también los que no han pegado un ojo para no perder su puesto.
La fiesta se inicia con la bendición de la producción agrícola, y la Ch'alla, que es un ritual en el cual se agradece a la Pachamama o Madre Tierra por la primera cosecha que se realiza al finalizar el Anata. Durante la Ch'alla se ofrece azúcar, alcohol, flores, mixtura y vino como ofrenda. Es por eso que no sorprende ver manzanas, quinua, llamas o amapolas combinando los trajes, acompasando cada paso de los que aquí confluyen.
La celebración incluye además una entrada de baile en la que se representan danzas típicas de la región altiplánica. No se distingue diferencia, más que por el vestuario. Un pasado los une y una fuerza los lanza: el saberse bolivianos, de esta tierra, los impulsa. No son pocos, son miles los que llegan cada año hasta Oruro para ver y participar de uno de los espectáculos más impresionantes del continente.
En la actualidad esta celebración se relaciona con la fiesta de la Virgen de la Candelaria, pero el sentido común es hacer latir la tierra, limpiarla, desearle prosperidad, abrir los caminos a la fertilidad de un país que no olvida su historia, porque la vive cada día. Anata o Anata Andina, da igual, es uno de los tantos motivos para que Bolivia recuerde de dónde viene, y sepa hacia dónde va.
Así comienza una de las festividades más importantes y reconocidas de América. Casi nadie se atrevería a pensar que un lugar como Oruro, a más de doscientos kilómetros de la capital boliviana, atrajera miles de personas cada año en estas fechas. Una ciudad que se abarrota de visitantes, una peregrinación en honor a la virgen, cuarenta y ocho horas seguidas de bandas, trajes majestuosos, colores y fiesta, devoción, alegría y compromiso con el pasado. Eso son los famosos carnavales de Oruro.
Hay quienes llegan por azar, pero la mayoría se planifica. Desde las tres de la mañana comienza el ajetreo en una ciudad que no duerme en esta época, pero que ha ensayado todo el año. Las entradas comienzan con los primeros rayos del sol. Son incontables los que llegan hasta el pueblo minero: de La Paz, de Cochabamba, de Santa Cruz, de Lima o España…, de lugares más cercanos u otros tan distantes que sería imposible imaginar. Pero es una fiesta, y todos los que saben, buscan estar. En el público o bailando, con un tambor, una trompeta o un trombón, con plumas, brillos, lentejuelas o máscaras, la cuestión es ser parte de una historia, que habla mucho de las tradiciones y la lealtad de un país a su historia.
Inspirados por la Virgen del Socavón, quien motiva año tras año uno de los acontecimientos más grandes de expresión cultural de América Latina, que también representa una de las principales fiestas costumbristas de Bolivia y desde el año 2001 fuera declarado por la Unesco Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad, los carnavales hoy son un espacio de reconocimiento del valor religioso y cultural de la música y la danza.
Durante la festividad se hacen presentes la fe de los danzarines y el trabajo prodigioso de los artesanos. Ambos constituyen el mayor atractivo de la cita. Obra de arte la confección de unos trajes que atraen la mirada hasta del más poco observador.
El colorido en la ciudad de Oruro se multiplica constantemente y durante tres días y tres noches se aprecia el baile de más de cincuenta conjuntos acompañados por hasta cuatro o cinco bandas musicales. Jóvenes, adultos o niños, no importa la edad o el cansancio cuando se habla de tributo a la deidad, patrona desde los tiempos coloniales.
En la entrada del carnaval se interpretan danzas variadas como la diablada, la morenada, el potolo, el tinku, los caporales, la llamerada, el waca waca, el kantus y otras igual de autóctonas y mestizas que forman parte del patrimonio intangible de Bolivia desde los años en que la fusión de culturas diversas afianzó una identidad inigualable.
Por la fama de la celebración, la ciudad de Oruro era conocida como la capital folclórica de Bolivia, pero en 2004 la Unesco la declaró la capital folclórica de Iberoamérica, un lugar donde indiscutiblemente se pone de manifiesto la fuerza indígena de un pasado que llega hasta nuestros días y que inunda ahora la calle Bolívar, la Avenida 6 de Agosto, la Plaza Central… y llega, con la fe de un futuro mejor, hasta el Santuario de la Virgen del Socavón, para dejar allí los colores y las buenas vibras hasta la próxima vez.