Por: Toni Piñera/ Fotos: Museo de la Danza
¿Cómo puedes bailar Giselle, si Giselle eres tú?, preguntaba ese destacado crítico que fue el inglés Arnold Haskell, al ver a aquella willi-bailarina que cruzaba el escenario sin tocarlo con sus suaves zapatillas. Un día de junio de 1967 le escribía: «Fue algo tan pleno en cuerpo y espíritu, un éxtasis de felicidad, sufrimiento y perfecto amor, que no puede describirse con palabras. Yo, no pude aplaudir. Lloré en los dos actos por el drama que se convirtió en sufrimiento nuestro: y también porque creí, no obstante la ciencia, que transcurrías deslizándote más allá del suelo, y emergías flotando desde los brazos de tu compañero...».
Aquella bailarina de los sueños de Haskell, el 2 de noviembre de 1943, cambiaba su nombre sin darse cuenta, al sustituir a Alicia Márkova durante una temporada del Ballet Theater de Nueva York. Sobre la escena del Metropolitan Opera House, primero fue una ingenua y tierna campesina, después, un espíritu que se esfumaba ante la emoción. Al despertar de aquella función, amaneció otra. Ya no era Alicia Alonso. Era Giselle. Desde entonces, ha elevado el personaje sobre el largo camino recorrido por la obra, resumiendo generaciones completas de artistas, desde que la Grisi la estrenara, el 28 de junio de 1841, y aportándole nuevos perfiles. El 2 de noviembre es el día de Giselle/Alicia, aunque 74 años la separen de aquella fecha memorable. La enorme bailarina sin saberlo, le aportó su alma, su criolla nacionalidad. Desde entonces, es también cubana, como ella y su descendencia…