Por Héctor Bosch y Xenia Reloba
“Es un parque de diversiones”. “Una feria de artesanía”. “Van a construir una galería de tiendas”. En la parada inicial del P2, en la esquina de 3ra y E (Vedado), la gente observa curiosa el parquecito aledaño, recientemente cercado, sin que ninguno de los asiduos al largo recorrido hasta el recóndito Cotorro logre dilucidar el propósito de tanto movimiento de jóvenes. Un viejo cascarrabias se rasca la cabeza: “¿Y ahora qué #$%& van a hacer aquí?”
Un grupo de muchachos de tercer año de Artes Plásticas del Instituto Superior de Arte va y viene, y sus entradas y salidas se hacen cada vez más frecuentes. En el sitio donde alguna vez hubo otra cosa, y últimamente se insolaban unos bancos ansiosos de noble vegetación, se emplaza el proyecto Ciudad generosa, bajo la tutela del artista cubano y profesor René Francisco.
Llegamos temprano. El maestro no está y nadie sabe si vendrá justamente hoy. Esta ciudad se mueve al acelerado ritmo de las inauguraciones de la Oncena Bienal de La Habana, y probablemente cumple otros compromisos. Así que nos vamos un rato, con la esperanza de encontrarlo un poco más tarde. Como en efecto.
«Pero todo el mundo me pregunta a mí», es su recibimiento tras escuchar amablemente quiénes somos y qué hacemos aquí. «Hablen con los muchachos. Ellos van a explicarles. Ahí están Anabel, Yami, Fidel… Este es un ejercicio de clases», insiste mientras apunta con la última frase hacia la primera de las muchachas y la convoca a dialogar con los enviados de Arte por Excelencias.
«Mi pieza es una campana de fibrocemento. En el techo se hará la proyección de un videoarte que consiste en una gota de agua que cae sobre una supuesta superficie líquida. Es algo muy surrealista, que dará una sensación de recogimiento, y también con un efecto relajante», explica Anabel Zenea, quien integra el grupo de trece alumnos que estudia la especialidad de Plástica bajo la guía de René Francisco.
«Ciudad generosa intenta crear un espacio en el que el público se sienta acogido. Además, cada casa propone un obsequio a las personas», nos cuenta, antes de adentrarse en caminos que resultan bastante sinuosos, incluso para artistas avezados.
«Cada artista tiene su utopía y se pregunta ¿cómo materializar un proyecto? Hemos tenido que recurrir a arquitectos, expertos de todo tipo, para poder conseguir lo que imaginamos», dice, y subraya la importancia de salir del contexto galerístico para entrar en relación con la vecindad.
«El trabajo con René nos ha hecho crecer, pues nos pone en contacto con todos los factores que conducen a lograr algo. Nos alienta a alcanzar la utopía. Este proyecto nos ha llevado a hacer gestiones a las que muchos artistas no están acostumbrados. Cuando termine este momento, tendremos ´la parada´ más alta», concluye.
Al final del camino
Yamisleisy García Socarrás (Yami) probablemente nunca tuvo una casa en un árbol. «En realidad, aunque me baso en algunas tendencias de la arquitectura cubana, hice una investigación y encontré la idea en la cultura de otros países», confiesa mientras evoca ese espacio que en otros sitios se convierte en una suerte de refugio donde los niños «escapan» de su casa y esconden su mundo más íntimo.
Yami quiere darnos, y darle a la Ciudad generosa, un espacio soñado y para soñar, lo cual se ve especialmente beneficiado por el emplazamiento de su pieza, al final del camino, del patio, y a una altura que permite a quienes la visiten mirar cuanto les rodea y reflexionar sobre lo que está sucediendo en su entorno.
Como sus colegas, ella también hará regalos: unos pequeños cofres de madera para que el público guarde aquello que decida atesorar. «No puedo dominar la reacción del público. Lo que quiero es brindarles una imagen que no han tenido o que de cierta forma han perdido: la oportunidad de tener la más perfecta casa en el árbol», enfatiza.
Desde una perspectiva más conceptual, Yami explica: «la Casa generosa viene siendo como la institución arte, un micromundo dentro de un macromundo que es la ciudad».
Y en un discurso donde sobrevuela todo el tiempo la generosidad, la joven artista, que en un par de años volará sin la tutela de su maestro, explica que él les ha enseñado a organizarse, a presentar proyectos y buscar los recursos. «Ha sido una producción muy fuerte. Aunque cada estructura es diferente, todos nos movimos juntos a buscar sponsors», concluye.
En uno de los límites laterales de la ciudad se levanta una pieza En construcción. Es la única que ha sido diseñada para no estar lista el sábado 12 en la tarde, cuando se prevé la inauguración de este proyecto colectivo. Su autor, Nelson Barrera Hernández, nos explica que es una suerte de edificio que servirá de soporte a otras obras anteriores suyas, todas autónomas, entre ellas instalaciones y cuadros.
¿Qué le regalarás al público?, indagamos, y apura: «materiales de construcción». Otra metáfora de la realidad que regresa subvertida. «No es una proyección que pretenda resolver problemas, sino un gesto», insiste, mientras apunta al carácter efímero de esta ciudad, que contrasta con la idea de las urbes trascendentales, eternas.
«Sobre la pragmática pedagógica, tiene que ver con la preparación para enfrentar un proceso productivo asociado con la creación. Esto lleva una dinámica de trabajo diferente a la que sigue un artista en un taller y nos ayuda a desenvolvernos en la vida social, salir a la calle y no quedarnos en el ISA, como en un lugar de aislamiento», explica.
Coda ineludible
De un lado a otro se mueve René Francisco, Premio Nacional de Artes Plásticas 2010, cuando lo abordamos. Ya conversamos con tres alumnos pero, aun así, tenemos tres preguntas. La primera: ¿Cómo se inserta este proyecto colectivo en la propuesta de la Oncena Bienal, dedicada a las Prácticas artísticas e imaginarios sociales, teniendo en cuenta que uno de los problemas más constantes de la realidad cubana es el de la vivienda?
«Paradójicamente, el título Ciudad generosa da la impresión de una cosa medio noble, frente a un problema que es palpable desde hace muchos años: el de cómo vive el cubano, no solo como modo de vida sino de su espacio. Pero pienso que el título que parece ennoblecer esta idea hace una crítica profunda, no a la manera de la cultura de la queja. De los artistas que criticamos, criticamos y criticamos», comienza.
«He ido buscando el lado opuesto de la cuestión. Para nosotros, un grupo de estudiantes y un profesor, una inversión de 40.000 CUC es mucho dinero, pero para el Estado es poco. De alguna manera esta obra demuestra que con ese dinero se pueden hacer muchas cosas», apunta el artista, quien se confiesa asombrado ante la capacidad de sus alumnos para enfrentar retos tan grandes.
«A veces me siento extraño sobre cómo lo está viendo la gente alrededor y cómo nosotros construimos con estos materiales cosas que pudieran solucionar…», se interrumpe, pues para él hubiera sido casi preferible decirle a una familia, como lo hizo en otros trabajos, cómo emplear estos materiales para que reparen su casa.
«Pero queremos hacer una ciudad paralela», insiste, «para demostrar que una urbe puede existir hipotéticamente, y no solo a las instituciones estatales, sino también a los vecinos que se han acostumbrado a vivir en estas circunstancias». Y continúa: «Los cubanos nos moldeamos muy fácilmente y pienso que hay gente que se adapta, que ha vivido a un nivel, se adapta a otro más bajo y se va degradando».
El «hecho pedagógico» tiene un peso extraordinario para él. Ver «cómo jóvenes pueden demostrar, usando términos que nosotros usualmente obviamos –por el cinismo que está impregnado en la práctica intelectual y artística–, términos como humanismo, belleza, emoción. Quiero traer esas cosas marginadas del intelecto contemporáneo», insiste, y sigue pensando lo que ha sido –evidentemente– una de sus grandes motivaciones en los últimos años: «Voto por esa unión entre pedagogía y arte, de cómo se puede edificar para dar señales a la gente».
A pocos días de la inauguración, y aunque nos aseguró que anda de albañil y no puede pensar en otra cosa que no sea la construcción, René Francisco no para de reflexionar sobre este proyecto que comenzó como un ejercicio de clases, ha ido creciendo y hoy transforma –aunque sea solo por un mes– un concurrido y no pocas veces agobiado sitio del Vedado: «No creo que hayamos venido a la Bienal, sino que la Bienal nos llegó. Estoy trabajando así desde el año 90. Siempre he estado en esta práctica del tema de lo urbano, de cómo insertar la creación en la calle, a la intemperie».
Y le interesa «cómo formar gente que se enfrente al público, converse con él, que no mire tanto hacia el pasado sino que aluda más bien a la cuestión de futuro», y es también en ese sentido un proyecto pragmático porque apunta a cómo continuar.
Porque esta Ciudad generosa es «como del futuro», podemos soñarla, y en ella están las alusiones a lo mejor de la arquitectura cubana, a la belleza y el espíritu que la acompañaron, incluso en los peores momentos. Una urbe a la que René y sus muchachos de 4ta Pragmática regresan, por encima de nuestra mucha –y aparentemente incontrolable– desmesura.
Y aunque habíamos anunciado «tres preguntas», se impone la verdad: «¿Sabes qué? Ha sido suficiente».