Salvador Pavón es un creador nada ingenuo, aunque asuma el naif –caracterizado por la espontaneidad, el autodidactismo de sus exponentes, los colores brillantes y contrastados y la perspectiva acientífica captada por intuición, que en muchos aspectos recuerda (o se inspira) en el arte infantil, incluso ajeno al aprendizaje académico– como la corriente artística con que se vale para expresar sus muchas inquietudes.
En Holguín donde el naif no es tendencia, como sí lo es, por ejemplo, en ciertas zonas de Santiago de Cuba, aunque con la notable excepción de Julio Breff en Mayarí, Pavón ha sabido armar una cosmogonía distinguible a simple vista en el contexto plástico local.
Ha defendido su interesante estética: sus cuadros no se parecen a otros, sus ciudades –Holguín, siempre Holguín como inquietud primera– le pertenecen en toda su profundidad.
Esta pertenencia habita en toda su extensión en la muestra Holguín 300, que reúne una selección de sus piezas en la galería Holguín y que viene a ser compendio de su amplio bregar para intentar captar –cosa que sin dudas Pavón ha logrado– la idiosincrasia del holguinero en su ciudad, aquello que, aunque llevado a la figuración del naif, por momentos exagerada, por momentos ingenua, lo caracteriza en la plástica cubana.
Holguín 300 es una invitación para descubrir a la ciudad desde varios ángulos: lo social, lo político, lo religioso, lo cultural… como parte de su raigambre identitaria. “En estos veintidós cuadros Salvador Pavón desafía con aparente sencillez, ingenua, la cotidianidad que nos habita. En su estilo hay una ironía matizada de realidades que pueden haberse convertido en parte de su presente, y que a veces pasan inadvertidas”, escribe en las palabras del catálogo de la muestra el escritor José Poveda.
La Loma de la Cruz, epicentro de buena parte de los cuadros, ese “guardián infinito de la ciudad” que “ve como la ciudad amanece, se desarrolla, decrece, duerme”, afirma Salvador, los carnavales que peculiarizan los festejos estivales, el béisbol como pasión e identidad, eventos culturales como las Romerías de Mayo, el transporte público… son algunos de los elementos para asimilar y recorrer la muestra personal de Salvador Pavón.
Elementos identitarios de la ciudad –el parque Calixto García, el estadio con igual nombre, el Gabinete Caligari, el propio Centro Provincial de Arte, el parque El Quijote, la Catedral San Isidoro, entre muchos otros– y sus habitantes, peculiarizan una poética para nada ingenua, sino al contrario: llena de guiños e insinuaciones sociales y culturales: “Cervantes en Holguín”, “Sueños de cachorritos”, “Eróticos en la cima”, “Hacia el futuro”, “Héroes anónimos”, “Transporte”, “La boda”, “Cerro Bayado”, entre otras.
Notamos incluso, en “¿Desea un puro?”, una referencia a la icónica pieza “¿Desea más café, Don Ignacio?” (1936) de Antonio Gattorno. Aunque los contextos han cambiado, las escencias parecen ser las mismas, por eso la joven de Gattorno, sentada con su mejor vestido a la derecha del cuadro, con su café aun intacto, es muy parecida a la del cuadro de Pavón, aunque esta sostiene convencida su tasa de café, mientras la familia sonríe, porque sabe que con la visita de este señor las cosas pueden cambiar en la casa. Detrás, en la pared, en la complicidad, una reproducción de “Gitana tropical”, de Víctor Manuel, y una de las mujeres de la serie “Habanera tú”, de Servando Cabrera Moreno.
La mirada de Salvador Pavón, cargada de los rasgos típicos del naif, pero no dependiente de ellos, viene a adentrarse en los entresijos de la ciudad de Holguín, siguiendo la mejor tradición insular que se ha apropiado de las urbes. Así revisita sus elementos identitarios, los hace suyos y nos lo muestra vitales con la sugerente línea de su pincel.