Por: Liliana Molina Carbonell/ Fotos: Raul Abreu
Aun sin haberla visto sobre el escenario, uno sabe cuándo está frente a una verdadera actriz. Los gestos, la cadencia en las palabras, la forma de sonreír o de caminar… todo transmite una emoción genuina que difícilmente se pueda pasar por alto. Casi siempre las pasiones son incontenibles, y para quien ha hecho de su vida una entrega consciente al teatro, no hay cómo disimular una devoción así. Porque es de sentimientos que en verdad se construye un personaje; y además, porque resulta improbable que una historia sea verosímil ante los espectadores, si no lo es primero para quien la representa.
Uno sabe que está frente a una verdadera actriz, entonces, cuando conoce a la Sra. María Victoria Peña. Cuando la ve llegar a la Sala Retazos, en La Habana Vieja, algunas horas antes de la puesta en escena de un clásico de Miguel Delibes: Cinco horas con Mario. O cuando comienza a hablar sobre sus primeros acercamientos a la actuación y el desafío en que se ha convertido esa obra para su carrera. Luego, mientras esas emociones desbordan un espacio, se expanden, sobresalen con naturalidad y hacen partícipe al público, no basta sino confirmar lo que ya sabemos: el arte escénico es la pasión de estar vivos y el resultado de transmutaciones constantes.
“Desde el principio vi al teatro como una transformación”, asegura la Sra. Peña. “Es una manera de recrear emociones, que no tienen por qué ser las tuyas. Para mí eso es lo complejo, dejar de ser yo para que sea otro”.
Lograr una interiorización legítima de cada personaje supone, la mayoría de las veces, un intenso proceso de formación previa y de conocimiento del arte teatral. ¿Cómo fueron esos inicios en su caso?
Empecé a formarme mientras estaba haciendo la carrera de Historia en Valladolid. Había una ola de teatro allí y comencé a estudiarlo como una actividad extraescolar paralela, nunca pensando dedicarme a ella profesionalmente. Era parte de mi formación, de ser profesora en un momento, y hacer teatro con los chicos. Lo que pasa es que hubo una baja en el grupo Teatro Estable de Valladolid, se necesitaba una actriz, me hicieron las pruebas y entré. Estuve ahí durante varios años, aprendiendo de ver hacer teatro.
Esa experiencia se convirtió en la génesis de una amplia trayectoria, que incluye también la dirección. ¿Cuáles han sido los principales autores o referentes que han incentivado su interés por la representación teatral?
Siempre he sido muy lorquiana; excepto La casa de Bernarda Alba, he hecho casi todas sus obras. Lo que me apasiona de Lorca es el lenguaje, el ritmo poético, también unas mujeres muy fuertes… Yo no podría asumir un personaje que no estuviera bien escrito o en el que no creyera; necesito hacerlo mío, sentir que está adentro. Y eso es lo que me pasa con la madre de Bodas de sangre, o con Yerma y La zapatera prodigiosa, que son personajes con mucha fuerza.
La verdad es que mi vida artística ha sido extraña, porque me casé con un diplomático, llevamos 28 años juntos, de los cuales 18 he estado fuera de España. Solo he podido desarrollar mi carrera profesionalmente en Washington, pero siempre he tenido la necesidad de hacer teatro cada cierto tiempo en los países donde he vivido. Era algo que me apetecía, por ejemplo, cuando estuve en nuestro primer destino, Kuwait; allí dirigí y adapté Yerma para un espectáculo. Luego fui a Guatemala y monté Anillos para una dama; también hice teatro en El Salvador y en Honduras. Sin embargo, en Washington fue donde verdaderamente me convertí en actriz porque interpreté papeles muy importantes. Y además, no me iba mal en las críticas.
Cuando fuimos a Brasil en 2008, que era empezar de nuevo —porque esta vida nuestra siempre es empezar de nuevo—, decidí que iba a hacer Cinco horas con Mario. Entonces comencé a prepararlo como un ejercicio personal, me dije: “ahora tengo tiempo, es el momento”. Primero presenté la obra en el Instituto Cervantes, de Brasil, y después por toda Sudamérica, en centros culturales españoles.
¿Qué le atrajo de este texto como para decidir llevarlo a escena en diversos países, desde hace casi una década?
Es una novela de Miguel Delibes que constituye lectura obligatoria en el final del bachiller en España. Creo que todos la leemos un poquito pronto. Pero cuando yo tenía 28 o 29 años, estando en Kuwait, la releí y pensé que me gustaría interpretar alguna vez el personaje de Menchu. Soy de Burgos y estudié la carrera en Valladolid. Y Delibes es de Valladolid, pero veraneaba en un pueblo de Burgos. Así que yo conozco a esta mujer: hay un poco de mi madre, de las madres de mis amigas, de mi abuela… Es una historia con un lenguaje muy local, pero que en realidad es universal porque habla mucho de emociones. Creo que es lo más difícil que he hecho.
De acuerdo con su experiencia, ¿en qué cree que radique la complejidad de Cinco horas con Mario desde el punto de vista actoral?
La primera dificultad, evidentemente, es el texto. De hecho, cuando vi que el libreto eran 50 páginas, casi lo dejo. Luego pensé: si es un ejercicio que quiero realizar, pues vayamos poquito a poco. El texto lo aprendo siempre incorporando la emoción. Pero después, cuando te pones en el escenario, lo complejo es darle cuerpo, hacer a esta mujer real. Además, la soledad del escenario es muy dura; no se trata solo de la memoria, sino de dejar de ser yo durante tanto tiempo.
En España, todo el mundo conoce la obra y muchísima gente la ha visto. Yo nunca la vi representada…, ni por Lola Herrera, una actriz española a quien admiro y que hizo durante años este personaje. Entonces, creé mi propia Menchu, una mujer con una educación muy limitada, de una España muy conservadora, pero que engancha, tiene su punto de ternura. Este personaje es una vida, y la gente se suele sentir identificada: las mujeres se encuentran un poquito en Menchu y creo que los hombres se encuentran un poquito en Mario. En ese sentido, es una historia muy natural.
Y también es su primera actuación en La Habana…
Esta obra nunca se había llevado al extranjero; no sé cómo me he atrevido, pero al final lo he hecho… Espero que abra una ventana a una época determinada de España; que entiendan la historia y que esa emoción llegue. Lógicamente, la van a ver de forma distinta porque allá tenemos numerosas referencias de Cinco horas con Mario. Pero Cuba mira mucho a España, llevamos siete meses aquí y uno siente ese hermanamiento, así que tal vez vean otras cosas en la obra.
Yo digo que en otra vida fui cubana. Aquí estoy feliz… Este es el sexto país donde vivo, aparte de España, y verdaderamente, me sentí en casa desde el primer día.
Le puede interesar: