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Vender el techo de un teatro
05November

Vender el techo de un teatro

El TEATRO TOMÁS TERRY: JOYA ARQUITECTÓNICA Y SÍMBOLO CULTURAL
DE LA CIUDAD DE CIENFUEGOS, 164 FUNCIONES ANUALES, Y 49 000 ESPECTADORES, UNO DE CADA TRES HABITANTES DE LA CIUDAD.

El periodista amigo me desafía como no lo han hecho otros y no tengo manera de decir que no. Ahí va la historia de cómo hubo que «vender el techo del teatro Terry» para salvar todo el edificio. No es un techo cualquiera ni una venta que implica transacción.


En primer lugar hubo que hacer el inventario de lo que no hacía funcional este coliseo del siglo XIX, recibido por mí un día de julio de 1996 con solo seis equipos de luces de escena y cuatro micrófonos funcionando, el piso del escenario roto y podrido, apenas tres varas de tramoyas que se podían usar, la mayoría de las butacas de platea rotas… Y podrían mencionarse muchos más elementos, estéticos y de valores patrimoniales, que estaban casi perdidos.


Pero aún el edificio conservaba su majestuosidad. Inaugurado el 12 de febrero de 1890 y declarado Monumento Nacional en 1978, su historia rememoraba al gran tenor italiano Enrico Caruso, a la actriz francesa Sara Bernarth y la catalana Margarita Xirgu, al Nobel español José Jacinto Benavente, a los cubanos Luisa Martínez Casado y Arquímedes Pous, Rosita Fornés, Alicia Alonso, Rita Montaner, Bola de Nieve y Frank Fernández, a los americanos Jorge Negrete y Susan Baker, los españoles Joan Manuel Serrat, Ana Belén, Víctor Manuel, Paco de Lucía y Antonio Gades. Un edificio de esplendor como no había habido otro en su época en el interior del país.

Terminado en 1889 con los fondos donados por su benefactor don Tomás Terry, fue construido por un arquitecto de Santiago de Cuba que ganó la convocatoria internacional, librada desde París.

El techo y otros valores patrimoniales

Solo algunos decorados y el plafón central del techo de la sala principal —bellamente pintado— mantenían cierto esplendor, así como la mecánica teatral, que era totalmente original, cuestión que insistían en retratar y admirar artistas o público que asistían al teatro. La sala principal sustenta un falso techo de yeso de quince metros de diámetro con lienzos pintados al óleo en el que aparece un motivo central de veintitrés figuras alegóricas a la aurora, la risa, el llanto, los retratos de la poetisa Gertrudis Gómez de Avellaneda y el músico Gaspar Pérez de Villate, y otros motivos florares en cuyo centro una figura sostiene un reloj que marca las cuatro horas de la tarde en que terminó de pintarse la obra, todo de un alto valor pictórico. El autor del preciado conjunto, el artista español Camilo Zalaya Toro, también decoró el vestíbulo, donde se destacan en el cielo raso el cuadro de los tres genios y las figuras de los niños, representando la poesía y la música, armonizando con exquisitas pinturas murales. Al centro un inmenso espejo y la estatua de gran formato esculpida en mármol de Carrara por el italiano Tomasso Solari, instalada en su pedestal.

La puja por imponer la idea

Para restaurar el edificio y rescatar su programación había que buscar fondos, fundamentalmente en divisa convertible. Ganó fuerza en el colectivo de trabajadores del Terry la idea de mostrar el patrimonio y cobrar por ello para reinvertirlo en el teatro. Prejuicios económicos y sociales vetaron la idea en un primer momento. Intentamos entonces hacer recaudación solo desde la programación misma, trayendo grupos y compañías de calidad en condiciones bastante difíciles de transportación, hospedaje y hasta de trabajo, por la precaria situación de la escena. En ese empeño no podremos olvidar nunca la respuesta optimista y respetuosa que dieron compañías como Ballet Español de Cuba, Lizt Alfonso, Folclórico Nacional, Codanza, la Sinfónica de Matanzas y figuras como Rosita Fornés, Héctor Quintero, Nicolás Dorr, Carlos Ruiz de la Tejera y el maestro Frank Fernández. Y aunque aumentaron los ingresos y mejoró la programación, no daba la cuenta: la programación y la reconstrucción necesitaban de otra fórmula.

El ajedrez y una jugada maestra

El entonces recién nombrado ministro de Cultura Abel Prieto vino a la ciudad un día de abril de 1997 y recorrió las instalaciones culturales que habían sido abatidas unos meses antes por un fuerte ciclón, terminando el recorrido en el Terry, cuya devastación había sido grande. La ocasión fue propicia para un partido de ajedrez en el patio lateral del teatro.

Creo que Abel perdió y quedó atrapado por nosotros, que le contamos la idea que teníamos. Se rió, consultó al viceministro Rubén del Valle, que lo acompañaba y ya conocía del asunto. «¿De cuánto puede ser la recaudación?», me preguntó, como quien dice «No te metas en líos de dinero por cuatro pesos». «Puede dar para detener el deterioro y ver qué hacemos después… Déjeme equivocarme». «Hay que tener cuidado con el dinero… y no enredarse los artistas».

«Déjeme mandarle una propuesta por escrito y ustedes me le hacen la oposición», atiné a decirle. La proposición fue la salida perfecta. «Mándasela a Rubén para que la estudie y te diga qué vamos a hacer» concluyó. Y se despidió sin volver por la revancha en aquel partido.


La propuesta no se hizo esperar. Firmaríamos contratos con las agencias de viajes que había en el país y que generalmente hacían visitas a Cienfuegos, quienes nos pagarían un dólar por visitante por ver y fotografiar el teatro y oír su historia. Propusimos un reglamento también para ingresar, solicitar, usar y controlar ese dinero, y el destino en el cual se debía usar, siempre autorizado y fiscalizado por varias instancias en la provincia y el Consejo Nacional de las Artes Escénicas. La autorización llegó. El cincuenta por ciento de aquellos ingresos fue para restaurar el Terry, el resto se dividió para hacer funcionar la programación y para la producción de los grupos teatrales de la provincia. Al principio solo ingresamos unos tres mil CUC. Pero al año ya dimos el salto a treinta mil, luego sesenta, ciento veinte y en el año 2013 se ingresó por ese concepto cerca de doscientos mil.

Tal vez Abel no lo supo, pero aquel partido de ajedrez determinó para la cultura de la ciudad una jugada perfecta.

Lo restaurado

Se restauró el falso techo de la platea, las pinturas murales del vestíbulo y las lámparas metálicas del acceso principal. Se ubicó un nuevo telón de boca. Se realizaron acciones de conservación a la escultura de Tomás Terry y las pinturas murales del vestíbulo. Se reconstruyeron totalmente ochenta butacas de platea y el tabloncillo superior del escenario, se sustituyó la cámara negra por una completa, y se repusieron rondanas, contrapesos y sogas iguales a las originales. Fueron construidos cuatro talleres que permiten el mantenimiento del inmueble. Se emplazó una técnica de luces y sonido contemporánea y se incorporaron nuevos requerimientos tecnológicos para la actividad teatral y elementos de protección contra incendios.

Fueron restaurados además los mosaicos venecianos de la Casa Salviatti de Italia, únicos de su tipo en América expuestos al aire libre y a veintidós metros de altura, que rematan la fachada del teatro. Se mejoró la carpintería de todas las puertas del ateneo, reproduciéndose la cristalería con los cifrados originales. Se reprodujo la escalera de madera del cuarto nivel, se repusieron nueve puertas exteriores del primer nivel, las gradas del tercer y cuarto piso y los falsos techos de las graderías del tercer piso, se restauraron las rejas del primer nivel que dan hacia la calle San Luis y las del café teatro, así como las bombas exteriores del alumbrado y las interiores de los pasillos.

Sería imposible en tan corto espacio enumerar todo lo que se ha hecho, pero cabe agregar la sustitución total de la cubierta principal del teatro que cubre la sala principal y el escenario, utilizando material que garantiza la impermeabilidad ante la humedad y el aislamiento acústico y térmico, y el rediseño y sustitución de todo el sistema eléctrico con las más nuevas tecnologías.

El mecanismo de autofinanciamiento, con algunos aportes que se efectuaron por la firma de telecomunicaciones Alcatel-Telecom y los proyectos de PDHL y Cuba-Cooperación, posibilitó también la apertura del Café Teatro Terry, la Sala Ateneo Armando Suárez del Villar en el segundo piso y un importante Centro de Documentación y Sala de Historia que rescata y conserva la memoria escénica del Terry y de la ciudad.

Se ha elevado la calidad y cantidad de la programación del coliseo a más de ciento sesenta funciones anuales en la sala principal y más de trescientas cincuenta en toda la instalación. En su programación se incluyen dos festivales: el del Monólogo Latinoamericano y el de Música Alternativa, así como las Temporadas de la Danza, de Teatro Cubano, del Humor y de Música de Concierto, y han sido establecidos con carácter anual los Premios Terry, todo lo cual le da una identidad corporativa al teatro reconocida nacional e internacionalmente, y un nivel bien importante de afluencia de público y significación en la vida cultural del cienfueguero.