En ciertas culturas, existe la creencia de que el nombre que se le asigne a un individuo al nacer determinará en gran medida muchas de las características de su personalidad y, por tanto, de su existencia. Y aunque en Cuba, la inspiración paterna suele ir en estos casos por otros disímiles e insospechados derroteros, desde el primer momento llamó mi atención el nombre de Alejandro Abraham Isaac, al que responde un joven artista visual habanero.
Graduado de la Escuela de Instructores de Arte Eduardo García Delgado en 2004 y de la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro en 2012, este muchacho de menuda estampa y fuertes convicciones hace dos años encontró tierra fértil en el Laboratorio Artístico de San Agustín, LASA, donde bajo la asesoría de Candelario se dispararon sus proyecciones.
“LASA ha sido y es como una escuela para mí. He aprendido cosas que no sabía. Ahí creamos en todas las expresiones de las artes visuales y, algo muy importante, se trabaja mucho con la comunidad llevando el arte a la ciudad. El arte es una necesidad de la población”.
Así devela lo que constituye el origen de un proyecto que en el aniversario 500 de La Habana gana notoriedad, no solo por el homenaje que desde la visualidad hace a la capital cubana, sino por lo que repara en sus habitantes, incluidos en este tributo y principales destinatarios de una obra que busca ser transformadora, a partir de su mensaje de paz, esperanza y resistencia.
Así, cámara en mano, Alejandro Abraham ha recorrido la urbe, captando imágenes de sus bellos e históricos lugares, dibujados más tarde en otros soportes con un oficio impresionante y con elementos ajenos a la escena original, pero necesarios para su propósito de formar o acentuar valores espirituales en el espectador.
El dibujo, con grafito o carboncillo, ha ganado en perspectiva con la formación académica que tuvo este creador en la especialidad de escultura.
“El mío es más bien un dibujo escultórico. Mi claroscuro no es el tradicional, con su difuminados y manchas; sino trazos de líneas que muchas veces son garabatos que van formando los planos. Es como la escultura llevada al dibujo”, nos explica quien además trata con su quehacer de revalorizar una técnica tenida a menos como medio de expresión por muchos colegas suyos.
Más allá de la cartulina, la madera y los textiles han servido de soportes a este autor, invitado en ocasiones a llevar sus dibujos a muebles o guayaberas.
Algunas de estas obras figuran también entre las que posiblemente se reproduzcan y coloquen en diversos puntos de la ciudad que celebra su medio milenio, en una especie de galería al aire libre; otro de los sueños de quien cree en la necesidad de que el arte salga a la calle, al encuentro de esos públicos remisos a traspasar las puertas de las instituciones culturales.
“Un artista es más que dibujar, es más que decir esta pieza la hice yo. Un artista es más que eso. Un artista es aquella persona que desde que se levanta está viviendo su propia obra. Para mí el arte es una conducta de fe. Uno tiene que crear constantemente, buscar soluciones creativas a las experiencias, a las circunstancias que tiene que enfrentar. Para mí hay arte en todo. Que uno la manifieste artísticamente, es otra cosa”.
Así conceptualiza su quehacer Alejandro Abraham Isaac, un joven que sin proponérselo hace honor a un nombre cargado de simbólica fuerza. La misma que espera podernos mostrar en las calles de esta ciudad y en la exposición que para agosto tiene prevista en el Hotel Habana Libre.