Sobre la exposición
Subyace en la condición humana el espíritu animista que domina en el niño, en el hombre primitivo y en quienes, liberados de la conciencia, consiguen dar rienda suelta al automatismo creador de mundos mágicos. Podría ser el caso también de este pintor cubano (La Habana, 1972) cuando integra en sus obras una figuración que tiene puntos de contactos con la realidad y que se organiza en el plano de forma caprichosa, a la manera de los sueños.
Roberto González es un hombre de muchas paradojas e imaginación. Minimalista en los recursos -y en estos tiempos también en la composición-, conceptual, surrealista, salpicado con tintes de humor (es cubano), y, sobre todo, con ojos muy abiertos al entorno humano, provisto de una técnica excelente en el campo de la línea y del color… Una suerte de combinación de “ingredientes” que lo viste como un artista original y de su tiempo.
El artista, graduado de diseño gráfico en el IPDI (La Habana, 1993), ha sabido construir un puente entre lo sicológico y lo físico. Su obra, es pues, una continua exploración de la evolución y supervivencia de la humanidad por hallar fuerzas en sueños, esperanzas y aspiraciones, pero también de la realidad en dondequiera que este se encuentre. Un trabajo personal que muestra, en composiciones muy elaboradas, el núcleo de la emoción humana, expresando triunfos por sobre los obstáculos superados.
En la actual muestra titulada El muro, -abierta en la galería Carmen Montilla de la Oficina del Historiador de La Habana (Oficios, La Habana Vieja), en saludo al 500 aniversario de la capital-, el Malecón resulta el protagonista de sus historias. A veces lírica, otra misteriosa, es la atmósfera creada en sus composiciones –inmersas en una escenografía de fondos neutros, que coquetean con la abstracción muchas veces. Con admirable oficio integra elementos del hoy mezclados con la tradición del arte occidental y, por supuesto, el nuestro. Es en este punto donde se puede ubicar el trabajo de Roberto González, quien pinta sin dibujo previo, siguiendo el dictado de su interioridad, imaginando al compás de sus gestos, mientras capa sobre capa el pincel opera el milagro de una pintura tersa, mágica, inteligente” salto al vacío a las preguntas del alma… Las miradas pueden remontar al espectador a las extravagancias de Dalí, los vuelos imaginativos de Chagall, la metafísica de De Chirico, y hasta la fijación del instante que consiguió Magritte. Pero hay más, siempre hay un concepto esbozado, entre las formas y tonalidades.
Ese “balcón” hacia el Caribe resulta, para el artista, un enorme sofá donde reposamos de las inquietudes cotidianas, un laberinto por donde encauzar los pensamientos, la “frontera” de algún utensilio cotidiano, una estrella ¿trampolín? hacia el infinito, una cuerda que se anuda a su antojo, y hasta lo llega a comparar con un árbol de profundas raíces… La figura humana, que multiplicada colmaba las superficies en anteriores series, en esta se resume, si acaso, en una figura solitaria, que si bien pequeña domina el ambiente. Del día a día, extrae y expone, con cierta dosis de humor en las imágenes, los problemas sociales universales del hombre sobre la Tierra.
Deudor del Surrealismo
Roberto González descubre al mundo el surrealismo del tiempo que vive. Un movimiento iniciado en 1923, con un segundo manifiesto hacia 1930, para cantar el desencanto de una humanidad que se encaminaba al desarrollo de la tecnología con creciente incertidumbre. En esta evolución de ideas, imágenes y filosofías del siglo XX, pero renovadas y matizadas con tintes de la realidad y la conciencia, podría insertarse la pintura de Roberto González. Razones e interrogantes se conjugan en un arte que busca la continuidad histórica, siguiendo el hilo invisible que da sentido a la tradición. Su creatividad despliega sobre el soporte elegido las imágenes libres, delineadas desde su propio mundo interior. En cuanto al tratamiento de la imagen, Roberto González se acerca al surrealismo. Él trabaja más directo con la realidad, y no a partir de sueños como hacen los seguidores de ese movimiento. Pero no son “historias” contadas. Juega –en pocas palabras- con las escalas surrealistas pero desde el punto de vista de imagen no de concepto.
No hay dudas, en la base de la propuesta de este creador, cuya obra se encuentra en importantes colecciones y se ha expuesto en galerías, museos, ferias de arte de América Latina y el Caribe, Europa, Asia y Estados Unidos, yace también y con fuerza, el tema de la percepción de la existencia, no sólo desde el lugar tanto del espectador como del artista, sino como planteo artístico-filosófico-
Fotos: Cortesía del artista