Por: Francisco Menéndez
Tropicana llega a 75 años de abierto el 31 de diciembre de 2014, una fecha mejorable, para un lugar igualmente memorable. Tropicana es uno de esos lugares de los que se dice: no se visitó La Habana si no estuvo en Tropicana.
Un lugar emblemático, situado en el barrio de Miramar, acumula historias y se viste de gala precisamente el último día del año 2014. El tiempo no destiñe al Cabaret Tropicana. En sus historias aún queda intacto el color, la música y las bellas mujeres, tanto de antaño como del presente.
Fiesta y arte bien pueden ser dos palabras que identifiquen a este centro nocturno con clase, abierto en medio de una Habana bullanguera reclamante de un sitio especial para gente especial y así fue: se convirtió de repente en un establecimiento que todos querían visitar, no sólo los cubanos de aquella y otras épocas, sino el ejército de turistas extranjeros que siempre le animó.
Entre luces rojas, verdes y multicolores, el humo de los puros fue su fuerte impenitente entre los visitantes, es por ello motivo sobrado para que la cena internacional por el 30 cumpleaños de los habanos Cohiba se celebrara en el más renombrado espacio de los que posee: el Salón Bajo las Estrellas.
Ese bautizo es, sin dudas, de una doble connotación; por un lado verdaderamente las noches brillantes, estrelladas, acompañan el esplendor particular del lugar, como si existiera una bóveda otorgada por dioses para que los parroquianos comprendan que el universo celestial también está de parte de la música y la danza.
De otra parte, los anfitriones siempre fueron destacadas figuras del arte, cubanas y extranjeras, como una sin par Rita Montaner o el pianista y compositor Ignacio Villa "Bola de Nieve", con su singular forma de cantar, su presencia regordeta y negra, marcada por una hilera de dientes muy blancos, casi marfileños, y su cabeza rapada, de cuyos pensamientos salieran excelentes melodías.
Por el lugar, además -entre muchas otras celebridades mundiales- paso la vedette Josephine Baker, con su revuelo de caderas y su embullo de pasos ondulantes que serían tono especial para el cuerpo de baile y las figurantes del Tropicana, en cualquier momento de su historia.
Para vivir la alegría y los colores
A fines de los años 30 comenzaron a rondar ideas sobre los terrenos de cierta parte del barrio de Marianao, en un extremo capitalino, un área llamada en ese entonces Villa Mina, propiedad que luego la viuda Chaumont de Truffin decidió arrendar para crear allí un night club, en honor a sus interioridades quizás.
Fue entonces el 31 de diciembre de 1939, cuando nació ese espacio para la diversión y el buen arte, con una serie de expectativas entre los habaneros adinerados de esa época.
De las 300 butacas que disponía cuando se inauguró, Tropicana aumentó sus capacidades a las más de mil sillas actuales, entre mesas y espacios reducidos, pero suficientes para que las figurantes y bailarinas se regodeen en distribuir sus cuerpos muy cerca de los clientes, como siluetas de cera que caminan, portando sonrisas criollas inmutables, como obras pictográficas de colores.
A la entrada se entretejen caminos y una floresta anacrónica con el exterior donde todo es circular de vehículos y peatones, cerca de áreas muy frecuentadas, pasos obligados y estacionamientos de ómnibus.
En 1950 la escultora cubana Rita Longa, ya fallecida, terminó y colocó a la entrada una figura blanca de una danzarina clásica que con el tiempo se convirtió en el símbolo del Cabaret, hasta el punto de instituirse un premio (Trofeo Tropicana) que se entrega a figuras del arte nacionales e internacionales.
Pero Tropicana no es sólo Bajo las Estrellas, existen además el Salón Los Jardines, otrora casino, con música de violines y piano, el Bar Restaurante La Fuente y cafeterías.
Entre esta madeja estupenda está La Fuente de las Musas (o de las Ninfas) comprada para el Cabaret en 1952. Un ruedo de esculturas, también blanquecinas, que rinden honor a su nombre, pieza elaborada por el escultor italiano Aldo Gamba, dedicada primero a adornar el Gran Casino Nacional, de la Playa de Marianao.
La comida allí es más bien un pasatiempo, pues los viajeros asisten para observar el espectáculo, donde priman cuadros perfectamente engarzados de danzón y son cubanos, coreografías africanas, boleros, estampas circenses y mucha música y baile.
Sin embargo, los alimentos se preparan en Tropicana con la misma pericia que se decora el escenario, centrando el gusto en los mariscos, en particular en las colas de langosta grillé, que pueden ser acompañadas con un excelente vino, aunque muchos comensales prefieren probar, quizás por novedad, el ron cubano y, por supuesto, fumarse un habano.
Ese ritmo de los más de 100 mil clientes que pasan por Tropicana de año en año (sobre todo españoles, italianos, alemanes y franceses), ha hecho suya una bandera de inmortalidad, de nexo con lo mejor de la cubanía y con enlace indisoluble con los puros de Cuba, de tan buena fama.
Esa, sin lugar a dudas, es la causa de escoger a Tropicana para una noche muy especial, departiendo con el ritmo y el colorido de un país, y sobre todo una ciudad, donde se contrasta lo añejo con lo moderno.
Fuente: Caribbean News Digital