El caso Roa Sierra
El 9 de abril de 1948, a eso de la 1:15 de la tarde, pocos minutos después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el cuerpo de Juan Roa Sierra fue linchado por la turba capitalina. El pueblo se unió con una rapidez inusitada en el centro de la ciudad para manifestar su ira por la muerte de uno de los líderes políticos más grandes que ha tenido Colombia. Juan Roa Sierra recibió en su cuerpo todo el peso de esa ira inicial convirtiéndose en un objeto de desfogue.
Su agonía no duró mucho por las puñaladas que recibió con una especie de estilógrafo1 y por los golpes que aguantó su cabeza. Sin embargo, el cuerpo ya muerto continuó una travesía por las calles de la ciudad, en la que fue sometido a todo tipo de vejámenes.
Juan Roa Sierra no se parecía en nada a la persona que encontraron medio deshecha en los pabellones del Cementerio Central. Sin embargo, la tarea de identificación no fue difícil: éste era el único cadáver que no sólo tenía huellas de linchamiento en todo su cuerpo y en su rostro sino que, a su vez, no presentaba heridas de machete o bala.
De Jorge Eliécer Gaitán podemos apreciar, en cambio, hermosas imágenes que revelan una intencionalidad no sólo de posar con el muerto, sino de que éste tenga un buen parecido: que el muerto sea bello, y lo bello en él es precisamente que no semeje un muerto, sino que aparente estar en un profundo y agradable sueño. Su vitalidad, que siempre conservó con ejercicios y disciplina diarios, le dio hasta el final de sus días una apariencia recia y juvenil (algunos ejemplos del muerto bello en Colombia: Pizarro o Galán).
Luego de este preámbulo quisiera detenerme en un par de puntos: El primero, sobre lo que sucedió con la ciudad de Bogotá el 9 de abril de 1948 y la memoria que ha quedado de estos momentos. Para muchos, para nuestros padres y abuelos, éste ha sido un episodio que ha dividido la historia de Colombia. Se trata de un momento en el cual se empiezan a registrar cambios mundiales movilizando esferas en dos hemisferios completamente antagónicos. La Guerra Fría, el peligro del comunismo en países de la América Latina, y, para ser más locales, la pugna entre liberales y conservadores, fueron síntomas de algunos cambios sustanciales a todo nivel (político, social, económico).
Si por un lado2 (el de la guerra que libra hoy día el país) tenemos aún estas secuelas muy vivas, por el otro vemos cómo ha quedado la memoria olvidada en el centro de Bogotá: el sitio donde cayó Gaitán está tristemente abandonado a su suerte con una serie de placas conmemorativas que nadie ha limpiado desde hace décadas. Vendedores ambulantes y negocios negros de esmeraldas durante el día, y baño público de noche, es lo que queda de recuerdo de este sitio. Este lugar se puede trasladar a todo el territorio nacional y a lo que en un momento dado sucedió con el país. Se convierte en sí mismo en el lugar que refleja no sólo un 9 de abril lejano, sino el estado actual de la memoria del país.
En segundo lugar vemos cómo hay un aspecto absolutamente contrario al anterior: pasamos del abandono a la pulcritud. El Cementerio Central es un lugar donde se encuentran las tumbas de un gran número de personajes ilustres de la historia de Colombia. Como aspecto histórico del mismo cementerio, algunas de sus bóvedas se prestaban para el alquiler temporal a familias sin recursos económicos. Este cementerio, que llegó a verse atiborrado de cadáveres en sus fosas comunes, donde fueron a parar todos los muertos de aquel fatídico día, lugar que guardaba en su memoria una buena dosis de protagonismo, terminó, en esos días, partido en dos. Se borró la parte “pobre” del mismo para convertirse en un gran proyecto de jardín y parque público. Dicho cementerio, la parte miserable del mismo, que fuera un lugar de abandono y de ventas ilegales de cuerpos, propicio para la creación de mafias de ladrones de tumbas y hasta de ritos de grupos satánicos, ahora es un hermoso y florido parque nuevo (Parque del Renacimiento), aséptico y con espacios llenos de vida donde el orden impera a cambio del descuido, y donde la recreación y el esparcimiento hacen parte de lo cotidiano, limpiando, de esta manera, todo tipo de vestigio sobre vidas y hechos pasados.
Vemos en los dos ejemplos anteriores cómo el discurso del cambio radical es recurrente en el momento de justificar la asepsia de un lugar determinado: no hay memoria que sobreviva cuando ésta ha sido dejada en el abandono. Sucedió algo similar con el sector de El Cartucho,3 o con los patrimonios culturales de la nación que, al no poder recuperarlos ni mantenerlos, se decide dejarlos a que el tiempo los destruya para después transformarlos en algo que limpie sus huellas históricas. Hoy día este sector de El Cartucho, llamado Parque del Tercer Milenio, que agradece la inmensa mayoría de los capitalinos, tiene la capacidad de albergar gran cantidad de personas para disfrutar de una buena tarde de recreo. Asimismo, vemos en la casa de la esquina de la Carrera 7ma. con calle 90, patrimonio arquitectónico de la ciudad, cómo se agradece que ya no esté abandonada a su suerte y que se construya un bello complejo residencial de tres torres que acogerá a decenas de familias pudientes de la capital. O lo que sucedió con el famoso puente Guillermo León Valencia, sobre el río Ariari, patrimonio turístico del departamento del Meta y emblema en el escudo del municipio de Granada. Dicho puente estaba a punto de ser declarado monumento nacional. Llegaban turistas de diferentes sitios del país a Puerto Caldas con el único fin de conocer el puente que en el año 2006, debido a su inapropiada estructura y al descuido, terminó sus días feriándose como chatarra. Ahora lo reemplaza un nuevo puente mucho más sólido llamado El Alcaraván.
De esta manera se va borrando el pasado y se va dando paso libre y audaz hacia el futuro, empezando desde cero. La restauración resulta mucho más costosa que el hecho de levantar un conjunto residencial nuevo, o un parque nuevo, o un puente nuevo, pero vale la pena preguntarse: ¿un edificio, un parque o un puente reemplazan una memoria? o ¿logran estos cambios arquitectónicos cubrir cientos de años de historia? ¿Qué idea se le está vendiendo al ciudadano cuando se le dice que lo importante es el resplandor, el orden y la limpieza, a cambio de un lugar cubierto de cicatrices y golpeado por el tiempo, pero a su vez, cargado de historia y de memoria?
París en huelga
A mediados de la década de los 90 hubo en la ciudad de París varias huelgas por la subida de Alain Juppé como Primer Ministro. El señor Juppé llegó con nuevos impuestos y con una arremetida bastante fuerte en las finanzas familiares y cotidianas de los franceses. París no ha sido precisamente una ciudad ajena a las huelgas y a las manifestaciones; por el contrario, siempre las ha tenido y éstas se han convertido a través de los años en una marca casi registrada de los franceses. Participar en una manifestación en París no es gran cosa, porque a veces pueden suceder hasta dos o tres manifestaciones por semana, lo cual se ha impuesto como rutina. En aquel momento de Juppé, las manifestaciones se multiplicaron hasta tal punto que hubo una medida muy propia de la derecha y de las políticas mundiales con respecto a la memoria o a los vestigios de una situación contraria a un orden impuesto: la limpieza después de cada manifestación resultaba impecable.
Lo interesante era ver que detrás del grupo de huelguistas, a menos de una cuadra de diferencia, venía otro grupo enorme de barrenderos, de camiones cisterna echando agua y jabón y lavando con enormes escobillones rotatorios las calles por las que atravesaba la turba bulliciosa. Más atrás venía el escuadrón de camiones de la basura recogiendo las bolsas previamente llenadas por los barrenderos. En cuestión de segundos podía uno apreciar cómo el desorden y la “mancha” dejada por el grupo delantero, pasaba a ser asimilada y neutralizada por el grupo de atrás. Este sorprendente proceso buscaba al máximo permitir que el acto democrático se diera en sentido figurado: todos podían hacer lo que quisieran así hubiese una división entre Estado y ciudadano. Al ciudadano se le dejaba que manifestara si sentía desventaja o estaba en desacuerdo con las medidas del Estado. El Estado se autoimponía el derecho imperativo de asear los espacios públicos cuando éstos lo requiriesen. Cada quien ejercía su derecho casi al mismo tiempo, primando siempre la borrada inmediata de la memoria de dicho descontento. A los cinco minutos de haber pasado la huelga, las calles quedaban intactas como si nada hubiese sucedido. La manifestación, por ende, quedaba empacada higiénicamente en unas cuantas bolsas de plástico, y hasta se llegó a escuchar con ironía que la gente de determinados sectores quería que se manifestara en frente de sus casas o locales para que les dejaran bien limpio el lugar. El resultado aséptico empezó a primar sobre la razón.
El orden…, aquella idea de un orden sometido a reglas estructurales casi cartesianas se volvió el ejemplo a seguir. El ciudadano que no se tropieza con nadie, que no le sonríe a nadie, que no mira a nadie y que evita a toda costa establecer cualquier contacto con el otro. Las caras se tornan iguales en términos de gesticulación y los cuerpos se cubren de diferentes uniformes.
Hoy día vemos con cierta regularidad que una persona tiende a vestirse de una manera particular, busca ser parte de alguna tribu urbana o de un grupo social específico que, como buen grupo que se respete, llevará una especie de uniforme que lo identificará visualmente, pero que además de esto considerará como propio un lugar, un lenguaje y un gusto determinados.
La manifestación y el grupo de barrenderos quedan como si los unos formaran parte de los otros. Se elimina por completo el signo que los diferencia haciendo de los dos una sola cosa. Asimismo, el ciudadano común y corriente con su uniforme o con su búsqueda de diferenciarse, termina siendo absorbido por una masa que reacciona igual y que se anula mediante la repetición, la alteridad y el disenso. Empezamos a habitar un mundo indiferente a la diferencia, indiferente al otro, indiferente al aire que lo rodea. El amor es consigo mismo; el gusto musical, olfativo, táctil y culinario también es el mismo. Todos tan iguales, para la seducción da igual: todos caminando bajo los mismos patrones llegan al mismo sitio. Todos con deseos de tener al menos una parte de ese gran “don” que acompaña a las grandes figuras. Unos, con ímpetu, buscan parecerse a la estrella del momento en un programa que los acoge amigablemente. Por supuesto, hasta vemos cómo se alimentan estos patrones en una fallida exposición del Museo de Arte Moderno de Bogotá, donde se invita como figura central a la muñeca Barbie y se dispone un lugar lúdico para que los niños le diseñen vestidos a esta muñeca símbolo del deber ser. O el concurso de la revista Jet Set de principios del año 2005, que invitaba a las niñas de Colombia a que se vistieran y se parecieran a la reina de la farándula mundial del momento: Paris Hilton. De alguna manera, y a fuerza de estos mecanismos publicitarios repetitivos, terminamos comprendiendo que nosotros no debemos ser como nosotros, sino que debemos ser como otros.
Pero más allá de esta situación, lo que empezamos a percibir en lo cotidiano es una ciudad llena de pequeños ejércitos que ya no marcan una diferencia, sino que suponen una tendencia masiva que elimina por completo el sentido original de distanciarse del otro. Al final, la diferencia no se logra y la homogeneización de pensamiento y de actitud corporal y visual queda sometida a un duro cuestionamiento por su connotación marcial.
El Botox
El Botox es uno de los tratamientos más efectivos contra las huellas del paso del tiempo, que disimula y borra temporalmente las arrugas, fruto de las expresiones repetitivas de una persona. Aquellas arrugas que saltan a la luz cuando una persona sonríe, llora o emite algún tipo de gesto, quedan eliminadas con el tratamiento del Botox. Este medicamento, antes de considerarse como tal, es una neurotoxina llamada Botulinum, producida por la bacteria Clostridium botulinum, relacionada como causante directa del botulismo, enfermedad que, en palabras sencillas, se presenta cuando una persona ingiere alimentos envasados en malas condiciones y logra producir, incluso, la muerte por envenenamiento. “Uno de los síntomas más serios del botulismo es la parálisis […]. La toxina botulinum se adhiere a las terminaciones nerviosas. Una vez que esto ocurre, el neurotransmisor responsable de producir las contracciones musculares no se activa. […] Básicamente, la toxina botulinum bloquea las señales que le dicen a los músculos que se contraigan. Por ejemplo, si ataca los músculos del pecho, esto puede provocar un impacto profundo en la respiración”.4 De hecho, muchas de las personas que mueren de botulismo sufrieron un paro respiratorio. La pregunta que se hace una persona cuando escucha lo anterior es: “¿por qué alguien estaría interesado en inyectarse en su cuerpo la toxina botulinum?”5 El texto del cual extraje esta investigación científica se responde a sí mismo: “[…] muy sencillo: si cualquier área del cuerpo no se puede mover, entonces no se puede arrugar”.6 De esta manera una persona acude a uno de estos tratamientos con Botox, inyectándose toxinas muy fuertes que envenenan el sistema nervioso con el simple objetivo de evitar que, cuando sonría, la piel deje ver las huellas del tiempo que lleva sonriendo su rostro.
La juventud. Lo nuevo. Lo que no tiene huella. La eliminación de la historia y del paso de la memoria. Los ojos occidentalizados en los japoneses, el blanqueamiento de la piel en las mujeres africanas, la música que se debe hacer y la que se debe escuchar, el cine que se debe ver, la fotografía que se debe tomar, los reinados que se gestan día a día en el mundo y la relación de todo esto con la normatividad de una belleza, puede ser fatal en el arte, por no hablar de la cultura en general de un país. Borrar las arrugas de un país entero, de un acontecimiento, de una manifestación, de un asesinato o de una persona, ha sido la lucha que ha llevado a plantear como alternativa el más macabro de todos los planes hacia el “Tercer Mundo”: la globalización, económica, política, social y cultural. Se trata de unificar el pensamiento, la manera de ver y la forma de centrarse en un área específica, de dictaminar un orden de lo bello.
¿Qué es lo bello en una imagen si se desconoce la historia de la misma? Su poiesis, el momento mismo de la creación, el proceso alquímico que ha hecho posible la relación entre la experiencia, la idea y los elementos que la conforman, quedan anulados. Cuando se digitaliza ese proceso, cuando se abstrae en píxeles que eliminan la diferencia y hace ecuaciones rápidas para aplanar el mundo, empezamos a notar que hay algo grave que sucede en términos de cómo se ha ido transformando la mirada. Todo debe ser nuevo y seguir modelos de belleza, a cualquier precio, llevándose por delante cientos de deformaciones y de muertes. Ahora resulta normal que se hable tan descaradamente sobre lo bello y lo feo: “Miss Wayuu no tiene que ser bella”, o “Buscamos personas feas” (ambos son titulares de artículos publicados en El Tiempo, el 4 de junio de 2005 y el 2 de febrero de 2006, respectivamente). ¿Quién determina esto? Y lo más grave es la acogida tan impresionante que puede tener un reality como el de “Cambio Extremo”: sólo en Bogotá se presentaron catorce mil personas. Se trata de catorce mil personas que consideran que son muy feas y que no quieren ser como son. Pero, ¿cómo ha llegado a este punto una persona? Volvemos entonces a nuestro plano inicial: el bueno Jorge Eliécer Gaitán es bello; el malo Juan Roa Sierra es abominable. El bueno se presenta siempre en perfecto estado y el malo nos recuerda las imágenes de los hijos de Hussein cuando el ejército estadounidense los mató, o a Pablo Escobar en el techo con la panza al aire, o a un Rodríguez Gacha entre lodo y sangre, frente a tantos héroes de la nación en perfecta pulcritud. Esta manera de enfrentar un estado donde se confunden lo bello con lo bueno y lo malo con lo feo, está hoy día incidiendo de manera grave en contrataciones, tipo de salarios, mejores oportunidades de trabajo y aumentos preferenciales a aquellos considerados bellos, lo que, por supuesto, hace que quienes caigan en desgracia y entren en un plano delincuencial, sean por lo general las personas feas.
El Botox irrumpe como metáfora de un sistema que evita las arrugas en una ciudad llena de arrugas. El Botox borra las huellas del malestar generando una idea imprecisa sobre el bienestar. El Botox logrará al final vender un tratamiento bajo el cual las personas encuentren que no hay nada mejor que morir con apariencia 0 kilómetros, así por dentro tenga una memoria invisible de largas sesiones de veneno para lograrlo, como puede suceder con el atún que se empieza a vender en algunos supermercados de Estados Unidos, luego de haberlo tratado con monóxido de carbono para que luzca siempre joven y fresco. Continuando con lo metafórico, me queda una pregunta: ¿es posible que un veneno que paraliza los músculos funcione en un entorno donde todavía no sabemos qué nervios accionan qué tipo de músculos?
La resistencia debe darse contra el orden de lo bello que se pretende globalizar en un mundo tan radicalmente diferente. De hecho, cuando se habla de la transformación de algunos sitios de Bogotá, se hace en términos de cómo se parecen estos cambios a lugares en Estados Unidos o en Europa. Cuando se habla de cómo se recuperó un espacio y de la diligencia para hacerlo, siempre se tendrá como referente lo importante en términos de lo que se ve afuera. ¿Será que el arte sucumbe a estos caprichos de lo bello? Si el arte deja de ser reflexivo con la historia y su tiempo, pedería su esencia. Por ello, es urgente que la crítica acompañe estos procesos desde un punto donde lo local, su geografía y su historia, se funda con las dinámicas del mundo actual. Estudiar el Botox no es, ni mucho menos, para eliminarlo como palabra o como gesto del momento: es simplemente para entenderlo como una de las tantas manifestaciones de lo global, para saber cómo reaccionar ante él.
1 Arturo Alape: El Bogotazo, Memorias del olvido, 13ª Edición, Planeta Colombiana Editorial S.A., Bogotá, p. 246.
2 La guerra que libra hoy Colombia es herencia de las pugnas ancestrales entre liberales y conservadores, así como el resultado fatal del Frente Nacional.
3 Barrio popular con arquitectura colonial y republicana que, con el tiempo, se convirtió en una gran comunidad de indigencia y drogadicción.
4 http//health.howstuffworks.com
5 Ídem.
6 Ídem.