Por Yordanis Ricardo Pupo/ Fotos: @yricardo
¿Puede el artista abstraerse de su época y pintar praderas floridas? Puede, pero también debe dejar testimonio, enfrentarse, soñar con un tiempo donde la humanidad se acerque, al menos un poco, a ese ideal de paz y armonía que tanto defiende Naciones Unidas.
En ese sempiterno camino anda “Utopías modernas”, la nueva colección permanente del Centro Pompodiu Málaga, con la que el museo andaluz cierra 2017. Malevich, Picasso, Chagall, Miró, Delaunay, Kandinsky… son algunos de los protagonistas de este recorrido por la historia de las grandes quimeras de los siglos XX y XXI.
Comisariada por Brigitte Leal, directora adjunta del Pompodiu parisino, y ordenados en seis capítulos (“La gran utopía”, “El fin de las ilusiones”, “Juntos”, “La ciudad radiante”, “Imaginar el futuro” y “La edad de oro”), los más de sesenta trabajos seleccionadas reflejan los acontecimientos históricos que han marcado nuestro tiempo y alimentado la imaginación y los sueños de artistas modernos y contemporáneos.
Las dos Guerras Mundiales (incluida la Guerra Civil Española) y sus consecuencias; la ascensión al poder de los Soviets y su desaparición, muchas décadas después; los acontecimientos de Mayo del ´68, la arquitectura en armonía con la naturaleza, las ciudades del futuro… el universo de los ideales enfrentado con el presente y con la historia reciente de la humanidad.
Los creadores modernos han estado divididos “entre utopías y contra utopías, entre sueño y realidad”, y en sus obras han dejado testimonio de las aspiraciones de varias generaciones, porque la realidad siempre es diferente de lo que debió ser, y la utopía “necesita también del fracaso para mantener su fuente de inspiración”.
De ahí el enfrentamiento curatorial entre “El Monumento a la Tercera Internacional” y “La caída de Ícaro”. En el primero, el ruso Vladimir Tatlin proponía la construcción de una torre espiral de hierro y acero, de 400 metros de alto, que se convertiría en sede de la Internacional Comunista; el derrumbe de aquellos ideales son representados en la obra de Marc Chagall, como símbolo del eterno fracaso de las utopías.
“Todo está bien”, reza la pintura mural del argelino Jean-Michel Alberola, antesala de “La gran utopía”, retrato de una época en que la creación artística devino objeto de propaganda, de compromiso civil y político.
Aquí, el comunismo cósmico de “Mi cielo es rojo”, de Otto Freundlich acompaña al pop art de “Equipo Crónica”, A. Maiakovski, y al vibrante y optimista “Ritmo, alegría de vivir”, de Robert Delaunay, máximo representante del Orfismo, movimiento que de tanto oponerse al cubismo terminó pareciéndosele.
Sin embargo, pronto llegaría el “El fin de las ilusiones”. En los años de postguerra se desvanecieron los sueños, y el arte se convirtió en arma de estados cada vez más totalitarios, donde no cabía la experimentación.
“Desarrollo en marrón”, la última obra que Vassily Kandinsky pintó antes de abandonar la Alemania nazi, en 1933, habla de ese desencanto y de la depresión en que caería el pintor y la humanidad entera durante esos años.
Otras de las Utopías, es “Juntos”. Una vez más el arte se sobrepone a las adversidades y se suma al espíritu de comunidad de los años `70, que permite el nacimiento de ONG´s y otras organizaciones capaces “de llevar a cabo una resistencia unificada, de revelar que otras formas de hacer política eran posibles”.
Del enfrentamiento social de esos años, se incluye una pintura de Antonio Saura, que tiene especial relevancia en el actual contexto político español. “Diada” pone en tela de juicio las quimeras independentistas de parte del pueblo catalán, que una vez más han chocado con la “cruda realidad” de que España es un solo país.
(La reciente aplicación del Artículo 155 de la Constitución española, en respuesta al referéndum unilateral de independencia, es un claro ejemplo de cómo las utopías se enfrentan, muchas veces, a abismos infranqueables.)
Sin embargo, más allá de conflictos geopolíticos, el arte perdura. Tras las “desgracias” sucedidas en las primeras décadas del siglo pasado, vino un período de renovación en el que los artistas se convirtieron en profetas y precursores de todo lo por venir: realismo, surrealismo, abstracción…
En “Juntos”, además del ya citado cuadro de Saura, son protagonistas las esculturas textiles de “Grupo de 13”, de la suiza Eva Aeppli. El conjunto de marionetas, de talla humana y rostros cadavéricos, sentados esperando sabe dios que cosa, habla de la fragilidad de la humanidad y de la tragedia que provocó el ascenso del fascismo; a la vez que rinde homenaje a Amnistía Internacional, de la que la autora fue miembro.
En “La ciudad radiante” toma protagonismo la arquitectura, la búsqueda de la ciudad ideal, donde el sujeto sea libre, diverso y pueda vivir en armonía con la naturaleza. Junto a las maquetas de urbes “futuristas”, como las de Le Courbusier y Carlos Arroyo, sobresalen los proyectos audiovisuales “No es momento para soñar”, del francés Pierre Huyghe y “Muro y torre”, de la israelí Yael Bartana.
Bartana intenta “provocar al público, remitir al cambio, desafiar los contextos reales…” y lo hace planteando un hipotético regreso de 3,3 millones de judíos al gueto de Varsovia. Allí, con personajes reales que construyen un “kibutz”, destruye el mito de los nacionalismos y pasa página sobre viejos conflictos entre Oriente Medio y Europa; en definitiva, “Muro y torre” no es más que “un acto político en respuesta al fracaso de las viejas utopías”.
Por último, “La edad de oro” recoge obras atemporales, de artistas que demostraron ser más “fuertes que las restricciones políticas”; lo que me recuerda la letra de una canción del grupo cubano Buena Fe: “El arte sobrevive a todos los gobiernos; sin gobiernos, al arte le cuesta existir”.
Aquí el color cobra vitalidad y la sala vibra con los lienzos de Peter Doig (Hace 100 años), Joan Mitchell (El domingo de Sylvie), Jean Le Moal (Destellos) o Joan Miró (Personajes y pájaros en la noche). En el centro de la exposición, sorprende al visitante un “Rebaño de corderos”, que crean una armonía entre naturaleza y cultura.
Las figuras, de Francois-Xavier, remiten a la nostalgia de aquella época primigenia donde el hombre era libre y feliz; mezcla del surrealismo y el diseño, los animales, algunos sin cabeza, son en realidad asientos, que al juntarse crean una banqueta.
La imagen de ovejas observando los cuadros podría tomarse también como una metáfora de la sociedad y el arte contemporáneo. Al fin y al cabo, no somos más que un rebaño en el que, por suerte, siempre hay ovejas descarriadas que continúan la eterna búsqueda de utopías, de la consecución de ideales sin importar si al final triunfan o no.
Así termina este viaje por esas “Utopías modernas”, que se podrán visitar hasta marzo de 2020, en la pinacoteca de arte moderno y contemporáneo de Málaga, la primera filial extranjera del Pompidou francés.