Por: Toni Piñera / Fotos: Buby
La sala Avellaneda del Teatro Nacional, se engalanaba el pasado fin de semana con la actuación de la compañía Acosta Danza quien mostraba en Mitos, su fuerte presencia en las tablas. No hay dudas, esta manifestación artística que es casi un diálogo con los dioses, y tiene en la pequeña Isla caribeña su más preciado tesoro/don cultural…
El tiempo ha pasado, pero aquellos lejanos “postulados” humanos/estéticos, arraigados en lo más profundo del entonces muy joven danzante, hoy director de Acosta Danza, se van sedimentando con fuerza y tesón, ante cada función de la compañía, en apenas tres años de existencia. Fue fundada en el 2015 y su debut escénico tuvo lugar en abril de 2016. Una compañía no se hace de la noche a la mañana, máxime cuando el ambicioso proyecto de aunar a bailarines de las más variadas formaciones académicas para armar un todo.
Sin embargo, la temporada abierta en el Teatro Nacional, variada, bien pensada / bailada, poniendo a cada bailarín en su dimensión adecuada para que rinda al máximo y aporte aún más brillo a la institución, según sus características propias, es de por sí, un triunfo, un buen sendero a seguir. Hace muchos años, en una entrevista y hablando de la relación entre técnica e interpretación en las jóvenes figuras del ballet cubano sentenció: … “los conceptos deben ampliarse. Es necesario invitar más coreógrafos y personalidades de la danza internacional. La danza ha evolucionado… Se trabaja sobre otro ritmo y otros conceptos… me gustaría acercar al público de aquí a otras tendencias y otras figuras que quisiera traer a bailar y enseñar…”.
En el programa presentado el pasado fin de semana, y que en parte viaja ahora por Cuba en la primera gira nacional de Acosta Danza se hizo visible su sueño. Una propuesta fresca con cuatro estrenos en Cuba, y la reposición de Imponderable, del español Goyo Montero. Precisamente esta pieza fue estrenada luego del paso del huracán Irma y no pudo brillar en todo su esplendor sobre todo en el diseño de luces. Ahora regresó ataviada a su forma, enfocando cuerpos/espacios y armando atmósferas, con su sutil iluminación –protagonista de la obra junto con la música de Owen Belton sobre canciones de Silvio, cuya voz declamó sus creaciones poéticas, entregando el ritmo preciso con esas letras metafóricas. La otra parte, la energía, el gesto, lo plantó en las tablas el conjunto de bailarines de Acosta Danza, con precisión y organicidad en los movimientos, donde todos se concatenan y entrelazan para elevar la proyección escénica. Y también apareció Mermaid (Sirena) esperada obra que realizó para sus protagonistas: Carlos Acosta/Marta Ortega, el afamado coreógrafo Sidi Larbi Cherkaoui, de quien ya vimos Fauno.
Original pieza en la que vuelve a mover en la escena a una figura mitológica esta vez… una sirena. E imaginando como andaría un pez sobre la tierra, “calzó” a la dúctil bailarina contemporánea de ¡unas zapatillas de puntas! Como el propio coreógrafo ha afirmado era como un “ser extraño en territorio desconocido”. En la historia ella busca ayuda para sobrevivir y ahí aparece la mano guía de Carlos Acosta quien regresó a las tablas con su carisma y fuerza. Juntos, elevaron el lirismo desbordante de esos minutos escénicos, donde ella deslumbró al auditorio, con energía, inteligencia, pasión y una entrega de altos quilates que dibujó con su cuerpo. La segunda parte abrió con dos estrenos en Cuba de la reconocida coreógrafa española María Rovira quien ha dejado sus huellas en diversas obras en nuestra Isla, con el BNC y Acosta Danza. En El salto de Nijinsky deambula por la vida, y sobre todo, el mundo interno, del célebre y enigmático bailarín. Con siete bailarines: tres mujeres y cuatro hombres arma este acertado trabajo en el que entrelaza el diseño de espacio, con un trabajo corporal muy estudiado, así como las actitudes, gestos y poses del legendario danzante que “siembra” en los intérpretes, quienes cual espejo/sombras/recuerdos/retratos/personajes bailan, se entremezclan, multiplican –como en una secuencia mental-, y potencian el escenario con suma coherencia y homogeneidad.
Instante alto de la jornada fue sin dudas Impronta, otro estreno de la propia Rovira. Aquí Zeleidy Crespo enseñó credenciales al encarnar la danza de Yemayá, en un instante mágico, de éxtasis danzario/interpretativo que recibió continuados aplausos, en una labor donde se conjuga excelente baile/preparación física y sutilezas a granel para atrapar al espectador.
Como punto final de la jornada subió Rooster, del inglés Christopher Bruce, uno de los más reconocidos coreógrafos de la segunda mitad del pasado siglo, y quien fuera director del Rambert Ballet por tres lustros. Como nota de interés, esta obra de los años 80, se apoya en la música de la banda The Rolling Stones. Siete canciones que sirven de base a esta parodia que dibuja al hombre coqueto en sus gestos/actuaciones y lo compara con el gallo. En tono desenfadado Rooster atrae por el ritmo, la espectacularidad en algunos instantes/intérpretes –donde estaba presente también Carlos Acosta-, las canciones de la banda británica, los gestos –diferentes- que siembra en los bailarines con la formulación de dinámicas y fraseos pertinentes que lo enfocan como un espectáculo. Aunque en algunos de ellos, quizá por ser el debut (viernes 9) no estaban bien enraizados y perdían espontaneidad en el gesto. Con el devenir de los días y adaptándose a la “diversidad” que propone la compañía en cuanto a tendencias y formas de bailar, ya deben estar superados. Una suerte poder disfrutar de esta entrega de Acosta Danza.