Pablo León de la Barra, curador jefe del Museo de Arte Contemporáneo de Niteroi, Río de Janeiro, fue uno de los invitados a dialogar con el público asistente a la Feria Internacional de Arte Contemporáneo Zona Maco, realizada en Ciudad México entre el 6 y el 10 de febrero pasados.
De la Barra, nacido en Ciudad México en 1972, vivió y trabajó en Londres durante quince años. De allí se fue a Nueva York, y ahora está en Brasil. Es también curador adjunto de arte latinoamericano del Museo de Arte de São Paulo.
En la amena plática habló de cómo mantener museos en el contexto latinoamericano, las estrategias de resistencia y de sobrevivencia. «Hay puntos de referencia en nuestra región —indicó Pablo— que a veces se olvidan, porque queremos ser validados en Estados Unidos o en Europa».
El curador fue invitado a trabajar en Casa França, Río de Janeiro, «…un edificio construido en el siglo xvii por un grupo de arquitectos y artistas franceses traídos para educar al Brasil en las bellas artes. Es una edificación increíble, parece de mármol y está hecha de madera. Cuando llegué allí pensé en el tipo de institución que podía ser ese lugar. Contaba con muy pocos recursos, pero en América Latina hay que resistir con lo que se tenga a mano. El público iba no tanto por el arte como porque era un lugar con aire acondicionado, y se hizo común ver a parejas LGTB que huían de la exclusión en otros lugares de la ciudad. Nos planteamos contar la historia de los veintiún años de vida de Casa França. Para bien o para mal, la institución dependía, como sucede en muchas partes de América Latina, de lo que pudiera hacer el director y de lo que pudieran financiar embajadas o empresas.
»El último proyecto que hicimos allí fue Pregunta, con el colectivo chileno Mil Metros Cuadrados. Invitamos a los ciudadanos a hacer preguntas a partir de letras que se colgaban en estructuras móviles colocadas en cinco lugares de la ciudad. Surgieron interrogantes muy interesantes: “¿Cuándo vamos a aprender a votar?” —parece que nunca, a juzgar por las últimas elecciones—, “¿Cuándo irán a devolver las tierras indígenas?”, “¿Por qué están vendiendo la Amazonia?”, “¿Por qué falta el dinero si somos un país tan rico?”, “¿Cómo evitar el genocidio de la juventud negra y pobre?”… Cada día cambiaban las preguntas que hacían los ciudadanos de Río a sus conciudadanos o a las instituciones. A través de las redes sociales las interrogantes se fueron reproduciendo. Era una manera de entender, a través de la población, la situación de Brasil.
Pablo insistió en el absurdo que en ese inmenso territorio significa la construcción de nuevos museos, mientras la mayoría están abandonados o cerrados. «Es una falta de prioridades —apuntó—: no pensar el futuro, pero ni siquiera remediar el pasado. Es muy simbólico que el Museo Nacional de Río se haya incendiado, es una tragedia esa desaparición».
Hace dos años fue invitado a trabajar como curador jefe del Museo de Arte de Niteroi, proyectado por Oscar Niemeyer como una especie de disco volador, «una construcción futurista que tiene que ver con el imaginario del gran arquitecto de construir imágenes para el Brasil del futuro, en este caso un museo icónico para Niteroi. Con la institución sucede algo interesante: es de arte, pero atrae también a un público que va a ver ese “ovni” y a hacer selfies con la imagen del edificio. Nos hemos planteado el reto de lograr que la gente, además de tomarse fotos, tenga acceso al pensamiento y a la cultura, aprovechar que la imagen de la ciudad está íntimamente ligada al museo para diseñar una producción pensante y usar el museo como manera de cuestionarnos muchas cosas».
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