En ese maremágnum de obras de arte, de maneras de hacer, de reflexiones traducidas a los más diversos materiales, de imaginaciones e incógnitas descifradas o indescifrables que nos provocan los sentidos, y el alma, aparecen en el camino obras que nos mueven los cimientos. Eso pasa en las Ferias de Arte, galerías, bienales, museos, en la misma calle.
Y la Feria de Arte ARTBO 2018, en Bogotá, que quedó inaugurada ayer con la presencia de más de 70 galerías de 20 países de América Latina y el Caribe, Europa, Estados Unidos y Asia, no es una excepción. Es que donde vibra el arte y la creatividad, siempre nacerá el deseo de sobrepasar el misterio de lo novedoso y original. Mucho, más en estos tiempos del XXI.
En este contexto la mirada se detiene en la galería Sextante, de Bogotá, Colombia presente con un conjunto elegante, original llamativo, donde se dan la mano piezas contemporáneas de artistas jóvenes, y otras de maestros del continente y del mundo. Un nombre sobresale allí, el de Luis Fernando Peláez, un artista que trabaja indistintamente pintura, escultura y el ensamblaje de manera personal, y cuyas piezas llaman la atención por el terminado, la belleza estética y el sentido reflexivo de las mismas, algo, a veces difícil de encontrar, como un todo en la obra de arte.
Este maestro colombiano, nacido en Antioquia en la década de los 40, es un hombre singular. Construye paisajes lírico/nostálgicos que beben de las memorias y la poesía. Cuando uno se acerca a una obra del creador siente algo especial en los adentros, pues, sus sugerentes y silentes atmósferas, convocan su pasado, la etapa de la infancia y, sobre todo, aquellos instantes cumbres que lo marcaron para siempre. Todo ello lo arma con objetos y materiales, texturas y colores que se le aparecieron alguna vez por el camino de la vida… Su universo se entronca en un espacio donde conviven poesía/nostalgia.
Agrupadas en conjuntos, caminan sus obras en el tiempo, atrapadas todas, por una savia común de temas, maneras de expresión y el color, influenciados por un leitmotiv: el viaje. Como alguien comentó una vez, la vida resulta el viaje en él, y la crónica, su trabajo artístico.
Entre los símbolos que ha atrapado en el camino, la vieja maleta, reservorio de recuerdos, historias, sueños, encuentros y desencuentros…, es el trofeo principal. Y como dice María Elvira Ardila, en un comentario del libro del artista, “su obra atraviesa no solo el río, sino la historia del arte, la cual se mezcla con relatos personales. Peláez ha vivido el paisaje dice, en el suroeste antioqueno, donde hay grandes montañas y el río Cauca”.
Es así, el espacio que ocupa en ARTBO 2018 tiene todos los ingredientes de su pasado. Canoas que portan la maleta –símbolo permanente en su quehacer en los últimos tiempos-, pedazos de ríos inundados donde trata de sobrevivir una vaca, maletas que cuentan historias rellenas de fotografías y pequeños personajes…, ensamblajes de objetos encontrados y resina, sobre placa metálica, madera, hierro, cemento, se transparentan como días y años de su vida que esculpe, pinta y dibuja para no olvidar, para no perderse en el viaje de la vida y recordar lo que fue. Cada paso en ARTBO 2018 nos toca pedazos del alma, nos lleva a sonar y reflexionar.
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