De Jamila Castillo había escuchado solo algunos temas, sobre todo aquel Blues for Maggie, poema inédito de Julio Cortázar dedicado a la grandiosa Maggie Prior. No sabía que Jamila era cubana y cometí el error de preguntárselo. Claro que inmediatamente remendé aquel “descalabro” y seguí disfrutando de su voz, de su tropical estilo, del sentimiento que le imprime a cada tema. No por gusto lleva el calificativo de “Purofilin”; lo lleva con elegancia, en nombre de la isla que la vio nacer.
Cómo desconocer que eres cubana de la cabeza a los pies, todavía me arrepiento de aquel error. A propósito, ¿cómo llevas la cubanía desde la distancia? ¿Se apodera todo el tiempo de ti, o a veces se enfría?
Qué magnífica pregunta, querido Jaime. No tienes que disculparte, porque en realidad hay otras personas, sobre todo músicos, que han distinguido en mí elementos que no están presentes en lo que habitualmente consideramos como cubano. Algunos acentos rítmicos o entonaciones que recuerdan a otras tierras. Yo tengo una influencia personal por mis estancias y querencias de lugares como El Río la Plata, y España, donde resido desde 2006. En Argentina estuve viviendo dos años (1994-1996), y he vuelto después de veinte años, dos veces. Además, mi esposo es uruguayo. He vivido en ciudades cosmopolitas como Madrid y Barcelona, donde las influencias africanas, (me gusta mucho el Magreb) y con el África subsahariana, sabemos los vínculos de sangre que se despiertan al solo escuchar de los africanos la percusión o las voces.
Entonces ‘lo cubano’, que es un ajiaco, evidentemente se alimenta en mí constantemente de influencias brasileñas, -esos primos hermanos cuya música es una de las que más me ha nutrido-, sin descontar las influencias de la cultura norteamericana, que conocimos por nuestros padres de primera mano, y se encuentran esparcidas por el mundo, la cual gracias a la emigración hemos podido disfrutar sin culpabilidad alguna. En resumen, lo cubano en mí es todo eso, es una forma de apropiarme de lo ajeno sin premeditación, y hacerlo propio según patrones bien arraigados.
Jamila, de dónde nace ese sentimiento hacia la música. Alguien te dio “el empujoncito”…
Nací en una casa que era una residencia de músicos, pudiera decirse. Mi padre es un gran melómano, y el cuarto donde nací estuvo presidido por un tocadiscos marca Sanyo, y una excelente colección de LP’s de música popular cubana, de antes y después de 1959. El gusto musical de mi padre, su buen oído, y la pertenencia a una familia donde habitaban dos hermanos percusionistas; un tresero de oído que era mi abuelo Inocente Castillo, más las voces afinadas de otros dos tíos, hicieron que esa familia Castillo, afrocubana de Morón, tuviera a la música como su forma de expresión por excelencia.
En la casa de La Víbora donde nací, convivíamos con el director de la banda de música de la DAAFAR (Defensa Antiaérea de las FAR), mi tío adoptivo Eudaldo Bernal. Luego, en el año 1972, llegó a vivir un personaje crucial, Kary Kento: Caridad Hernández Peñalver, lideresa de la orquesta belga cubana, “Les Chakachas”, ex mulata de fuego de Tropicana. Cary me inspiró, porque su llegada desde Europa rompió todos los esquemas, y enriqueció la visión de lo que era una artista. Al cabo del tiempo pude cazar sus historias personales, su imagen, sus fotos, olores, con su música. “Les Chakachas” fueron una orquesta que inició el funky latino en EEUU, y estuvo en Bilboard durante meses, con un tema clásico: The jungle fever. Luego, para completar, tuve un vecino que era saxofonista de la orquesta Riverside, llamado Yoyi. Agarrada a las verjas forjadas de una puerta-ventana con vitrales, me extasiaba desde los altos, escuchando sus solos magistrales. Eran mis juegos de hija única.
Decías en una de tus publicaciones en Facebook que “el bolero y el filin son lenguajes que trasmiten tantos sentimientos, nos llevan a emociones tan íntimas”… ¿Será por eso que decidiste llamarte Jamila Purofilin?
Lo de Jamila Purofilin me lo endilgó un periodista luego de una participación en un festival de Jazz en la Rioja, en 2004. Yo había ideado el nombre de Purofilin para mi grupo acompañante, porque el puro habano se mezcla muy bien con el filin. Estaba muy seducida por el tema Humo y espuma, cantado por Elena Burke, el cual había sido publicado en una recopilación de música cubana, alusiva al tabaco cubano. Entonces, aquel periodista dijo… “Y como Jamila hace galas de su apellido artístico, Purofilin”… así quedó la cosa.
Cultivar el filin en una tierra de grandes intérpretes es un reto grandísimo. Pienso en Elena, Maggie Prior, Moraima, Portillo… ¿Quiénes te sirvieron de inspiración o también la encontraste fuera de Cuba?
Mis padres adoraban el filin, son de esa generación. Creo que el filin es la manera que encontré, inconscientemente de estar junto a ellos, en la distancia. Mi madre tenía un cierto parecido con Elena Burke, no porque cantara, sino porque La Burke fue un icono de belleza, como Las de Aida, de las jóvenes de esa generación. Y mis padres tuvieron la oportunidad en los años ‘60, de disfrutar en directo de todas esas estrellas en los clubes habaneros antes de que cerraran a fines de los ‘60, y luego cuando se reabrieron.
Mi padre tenía el mismo look que Los Zafiros. Ellos dos adoraban a Los Meme, a las de Aida y a todos los conjuntos y grandes orquestas de la música popular cubana. A los trovadores viejos, y nuevos. Entonces creo que el filin-que siempre me gusto- llegó a mí través de la nueva trova y las cantantes que difundieron la trova, pero venían del filin (Omara, Elena, Pablo Milanés, etc).
Fue un modo de estar cerca de mi familia, que era y lo es aún, lo más importante para mí. El descubrimiento tardío de Maggie Prior, llegó por una vía inesperada: el escritor argentino Julio Cortázar. Helio Orovio, mientras yo estudiaba periodismo y paseaba con él por La Habana detrás de sus pesquisas musicales, un día me invitó a visitar a Maggie Prior en su departamento de San Lázaro, pero yo me negué. Sentí unos celos terribles al saber que ella había sido amante de mi escritor fetiche. No me lo perdono. Sabrás disculparme, esta vez sí, porque yo tenía apenas 20 años.
¿Nada más hace falta sentimiento para cantar filin o realmente hay otros ingredientes que los intérpretes no dicen?
Hace falta tener oído porque las armonías no son las convencionales de la canción popular, son similares a las del jazz norteamericano, o la bossa nova brasileña. Y hay que tener un par de divorcios, por lo menos. Además, hay que tener un color de voz y un entrenamiento vocal que permita el desempeño justo. Me esfuerzo mucho para estar a la altura de lo que entendemos como filin, pero lo principal es que trato de ser honesta al cantar, una condición que para José Antonio Méndez, The King, constituía el requisito fundamental.
¿Lo has cantado todo? ¿Qué te falta?
Estudio inglés para poder cantar standard de jazz evocando a cantantes como Dinah Washington, a la que conocí por After you gone, y me abrió un camino de sensibilidad inesperado; o Lena Horne, la intérprete de Now. Solo por citar algunas músicas, creo que me interesa la canción popular italiana, y algo que te sonará extraño: el bel canto. Soy una admiradora de figuras como las cantantes líricas españolas Montserrat Caballé, y la más contemporánea Ainoha Arteta. No me importaría prepararme para trabajar en el teatro musical, aunque fuera en papeles muy secundarios.
Indiscutiblemente la poesía (el mundo de las letras en general) tiene una importancia elevadísima dentro de tu quehacer. Pienso en “Julio Cortázar Songs” o en el periodismo que de vez en cuando realizas. ¿Cuántas Jamilas cohabitan el mismo cuerpo?
Cohabitan la escritora de cuentos, historias para guiones, y novelas inéditas, con la documentalista y cantante de boleros. La lectora constante, la amante del marketing digital, la viajera, melómana, y cinéfila indi. Adoro a los escritores, los cineastas, los arquitectos y diseñadores. Convive la Jamila foodie a quien le encantaría ser jurado de un premio gastronómico para visitar miles de restaurantes por el mundo mientras escribe reseñas. Y no te digo más…
Jamila, ¿qué te da España que no encontraste en otro lugar? ¿No extrañas, tan siquiera un segundo, La Víbora?
Sueño cada día con La Víbora, con la casa donde nací, y dejé a los 8 años porque nos mudamos a Ceiba del Agua, donde aún está mi casa, la de mis padres. Cuba constituye una añoranza perpetua, desde el día en que decidí alejarme para conocer mundo. España me ha dado la libertad que en Cuba no fue posible en el aspecto musical. Yo había estudiado Física Nuclear, Radioquímica; y luego definitivamente Periodismo. Me gradué como periodista en 1993, y comencé a trabajar en cine, en la Escuela Internacional de Radio Cine y Televisión (EICTV), en posproducción.
Adoraba el cine documental, realizar documentales, y me gusta muchísimo todavía. Pero la música, al no haber hecho estudios, ni siquiera continuado en el movimiento de aficionados donde obtuve una mención cuando estudiaba Física Nuclear, me estaba vedada en un contexto como el de Cuba, donde tanta importancia se da a los estudios musicales. Debo decir que esto me parece totalmente lógico, por otra parte. Entonces, España me sirvió para poder cantar, expresarme, aún sin haber estudiado previamente, y desarrollar una carrera profesional en la medida que me iba formando de modo autodidacta. Esto ha sido una gran oportunidad para mí, y agradezco mucho al público español que siempre me ha seguido, concurre a mis conciertos desde 1996 hasta la fecha, así como a las instituciones culturales que me han dado siempre un espacio para actuar, y desarrollarme.
Al llegar en 1996 a la sala de teatro El Montacargas, que recién ha cerrado sus puertas, pude subirme a un escenario a interpretar las canciones del filin que me unían a mi Cuba lejana, acompañada por un paisano, el guitarrista Yuri Campoamor. Este hecho me sirvió para seguir cantando y darme cuenta de lo compleja y rica que es nuestra cultura cubana.
Fotos: Jacobo Gayo