Por Jorge Fernández Era
Héctor Garrido ha realizado durante los últimos años una serie de retratos de doscientas cincuenta personalidades de la cultura cubana que hoy conforman su exposición fotográfica Cuba iluminada, que será inaugurada mañana martes 5 de julio en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales del Centro Histórico de la capital cubana. Arte por Excelencias pudo asistir al espacio cultural que todos los jueves ofrece la embajada española con la conducción de Guillermo Corral, y que tuvo a Garrido como invitado el 30 de junio. A Corral apúntenle el mérito de todo lo que pudo recoger nuestra grabadora sobre la obra de este incansable fotógrafo que, casi sin proponérselo, merece ser el retratado número doscientos cincuenta y uno de su proyecto:
Encontré a Cuba de casualidad. De alguna forma estaba ahí, esperando, y yo no era consciente de ello. Como ocurre muchas veces cuando estás ante algo bueno, me resistí a venir durante bastante tiempo. Recibí muchas invitaciones, y se dieron las circunstancias. Se suspendió un proyecto muy importante, una expedición a Argentina en la que tenía que participar como fotógrafo. Se abrió un hueco que encajaba muy bien con la exposición que yo quería inaugurar y que finalmente pude hacer acá con Julio Larramendi. Lo encontré a él y a otros muchos que hoy son mis amigos en Cuba, y encontré un país inesperadamente distinto para mí.
Hasta ese momento había viajado a muchísimos países. Uno se siente curado de todo y parece que ya nada le puede sorprender. Tengo que reconocer que Cuba me sorprendió para bien, para siempre. Fruto de eso empecé a desarrollar, de la mano de Julio, varios proyectos. Nos fuimos a la Ciénaga de Zapata, a Baracoa. Fuimos también a España. Hasta que un buen día, en la inauguración de una de estas exposiciones, ocurrió algo inesperado: la presencia de Viengsay Valdés. Así empezó Cuba iluminada. Han ocurrido desde entonces cosas maravillosas. Mi vida se desarrolla ahora aquí, mi familia está aquí, y mi futuro está ligado para siempre a este país. La culpa la tienen Cuba iluminada, Julio Larramendi, Viengsay y, por supuesto, sobre todo y ante todo, mi esposa: Laura de la Uz. Nunca me dije: «Voy a Cuba para ver qué ocurre allí»; sin embargo vine… y me quedé.
Mi trabajo está ligado a la fotografía científica: paisajes y fauna salvaje en locaciones a lo largo y ancho del planeta. El retrato es probablemente lo que más me apasiona, pero es una forma de hacer fotografía paralela a mi trabajo profesional, las exigencias son otras. Surgió la oportunidad. Aparecieron poco a poco los primeros retratos de una serie de personajes muy interesantes de la cultura de Cuba, pero eran fotos que se hacían porque se hacían. Yo estaba trabajando con una editorial muy importante: el grupo Planeta; llegué a España con una selección de fotografías cargadas en el ordenador a una reunión para preparar otro libro. Comencé a mostrar las fotos, y de allí nació el germen de Cuba iluminada. Planeta me propone hacer un proyecto, en principio con las cien personalidades fundamentales de la cultura cubana. El proyecto evolucionó, creció, se hizo grande, pasó la pubertad, se hizo adulto, cogió otro rumbo. Hoy ya no trabajo con ese grupo; ya no son cien, son doscientos cincuenta los retratados.
A partir de ahí formo un equipo de personas vinculadas exclusivamente al proyecto. Ya no era Héctor Garrido por las calles de Cuba de una manera desordenada, sino que entran personas que han sido fundamentales, que han aportado el alma y buena parte de los recursos para realizar las sesiones de fotografía.
Al principio los retratos eran casuales: gente que uno iba conociendo, pero más adelante el proyecto toma forma e hicimos una lista cerrada de cien personalidades de diferentes manifestaciones: artes plásticas, música, cine, teatro…. Al separarnos del proyecto inicial y tomar otra dirección, decidimos que no hubiera corte en el número cien, e incluso la lista fue reconducida a otros puntos de vista. Finalmente no están todos los que son, porque son muchos, pero sí todos los que hemos tenido tiempo de incluir. Tenemos una exposición, pero el proyecto no se ha cerrado: seguimos fotografiando.
Hacer retratos para mí es una cosa muy pasional, forma parte de mi modo de expresión, y por tanto no le pongo peros a una sesión de retratos, y la voy a buscar cuando aparece la oportunidad. El proyecto Cuba iluminada seguirá creciendo, no sé qué forma tendrá en el futuro; hoy tiene doscientas cincuenta caras, doscientas cincuenta oportunidades de expresarnos los fotografiados y yo.
El retrato es quizás lo más difícil de hacer, es mucho más fácil cualquier otro tipo de fotografía. Conlleva una dificultad: no actúas solo, hay alguien al otro lado con el que tienes que estar necesariamente conectado, porque de otra forma nada va a funcionar. No hay una única técnica, una única forma de construirlo. En el caso específico del retrato etnográfico tienes que aproximarte a esas personas días antes y trabajar con él el acercamiento persona a persona para que confíe en ti; hay etnias que piensan que la cámara fotográfica es un objeto que roba el alma, y a eso me he tenido que enfrentar en más de una ocasión. Ha sido muy bonito que finalmente confiaran en mí y que todavía hoy me llamen para que les siga haciendo fotos.
En lo que respecta a Cuba iluminada, para aproximarme a las personas que voy a retratar no ha habido una técnica concreta y sí una ficha que hacía el equipo donde estaba el currículo y todo un conjunto de datos que ayudaban a preparar la fotografía. En base a eso uno lleva una idea preconcebida, pero después el retrato puede desarrollarse de cualquier forma. Por ejemplo, la foto que le hice a Litz Alfonso, que después se ha hecho muy conocida y se ha publicado en muchísimos sitios, fue muy compleja por la cantidad de personas que intervinieron en ella. Litz me dio la clave al decirme que su obra eran sus alumnas, y entonces utilicé las manos de ellas en la representación de su figura.
La construcción a veces no es la que uno lleva preparada. Hay un nivel de improvisación que puede hacer que la fotografía sea más mágica. A Carilda Oliver llegué apasionado, como puede llegar cualquier persona que conozca su poesía, el solo hecho de conocerla personalmente para mí era muy importante. Yo esperaba fotografiar a una anciana de más de noventa años y no fue así; en el lugar que elegimos —un pasillo del Centro Provincial del Libro y la Literatura de Matanzas—, la pared tenía el color de los ojos de ella y yo quería crear un efecto de transparencia que finalmente logré. Pero ella, muy querida, conversaba y atendía a todo el mundo y yo me desesperé, llegó un momento en que utilicé sus mismas armas y le dije: «¡Carilda, por favor, enamórame!», y ella dejó todo lo que estaba haciendo, se reclinó para atrás y me respondió: «Garrido, si no estuviera toda esta gente aquí te ibas a enterar…». Fantástica Carilda, me quedé absolutamente desordenado.
Una de las personas que más se resistió a que se le fotografiara es Laura de la Uz, ahora sé que tenía su agenda llena y no encontraba el momento, el lugar ni la forma de prestarse para que viniera nadie a hacerlo. El caso es que renunció una y otra vez. Uno tiene su carácter, y cuando le dicen que no tantas veces, termina pensando: pues no, ya aparecerán otras actrices. Renuncié a ella y pedí que no la llamaran más, que aquello no tenía sentido. Por suerte para mi vida el equipo de producción fue muy insistente con ella… y conmigo, hasta que nos convencieron.
Coincidió que el día fijado por ella era precisamente el de viajar a Matanzas para las fotos de Carilda, pero Laura propuso las siete de la mañana. Eso de parar en el camino a hacer una fotografía a una persona que se había negado de antemano… Yo me bajé en su casa con muy pocas ganas de realizar la sesión de fotos, mi ilusión era irme cuanto antes a Matanzas. Cuando estábamos descargando todo, una persona se asomó por una ventana y dio los buenos días, y fue el clásico flechazo. Tuvimos una sesión de fotos maravillosa, la pasamos requetebién, inventamos muchas fotos. Nos hicimos grandes amigos, y la amistad fue creciendo. Hoy día es mi esposa, la mujer que amo.
Algunas de las fotos que he hecho son las últimas de algunas personalidades: Jaime Sarusky, Juan Formell, Liborio Noval, Daniel Díaz Torres, Alina Rodríguez… La de Santiago Feliú la lamenté muchísimo, ya la habíamos acordado y ya la íbamos a hacer. Él está presente en la exposición con fotos de sus conciertos que hice con anterioridad, pero iba a posar para mí, y en ese interludio falleció inesperadamente. Al cabo de un año fuimos a su casa y retraté los objetos suyos más cercanos, como su guitarra y un papel que había escrito con las canciones que iba a interpretar en su próximo concierto. La primera de ellas: «Ay, la vida».
Cuba iluminada es testigo de un momento de florecimiento cultural. Como mismo algunos ya no están, otros no son como eran. Me gusta haber aportado algo a ello, hacer mi pequeña labor de darle valor testimonial al arte, en Cuba y para Cuba.