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Tiempo de Bienales para no olvidar
08April
ArtículosBienal de La Habana

Tiempo de Bienales para no olvidar

Las bienales de arte en el mundo… son tantas que nos atropellan…, parafraseando la vieja canción cubana. Pocas se mantienen vivas gracias a estructuras sólidas organizativas, empeño cultural local y enrome conciencia acerca de su rol en el mundo contemporáneo: otras, infortunadamente, desaparecen luego de su tercera o cuarta edición quizás por tratarse de un esfuerzo tan descomunal que raras veces es reconocido en su sociedad y ciudad a las que pertenecen. Sin dudas, la bienal es hoy el evento más complejo de todos los que existen en la escena artística en cualquier lugar del planeta, y el más espectacular en un correcto sentido de la palabra. No siempre se comprende su entera magnitud, pues en ocasiones solo es posible observarla parcialmente, pero ese es su gran desafío al expandirse por tantos lugares de la ciudad de La Habana.

Hemos experimentado desde su primera edición en 1984 una suerte de épica individual y colectiva tanto los curadores, los técnicos y montadores, como las instituciones que nos han apoyado sin reservas en nuestra corta pero compleja historia, comenzando por el Consejo Nacional de las Artes Plásticas y el Ministerio de Cultura de nuestro país. Y esa épica determinada se corresponde, en cierto modo, con el significado de la lucha en sí misma por realizarla, el camino recorrido, los procesos a los que somos sometidos para intentar que se comprenda el complejo mundo visual contemporáneo tan cambiante, heterodoxo, diverso, desafiante, que experimentamos hoy.

Desde aquella inicial edición, desplegada entre el Museo Nacional de Bellas Artes y el Pabellón Cuba, y a la que se sumó el Palacio de Convenciones para acoger su fórum de discusiones, nos lanzamos a conocer lo que sucedía en Latinoamérica y el Caribe. Luego, en su segunda edición de 1986, exploramos regiones de Asia, África, Medio Oriente en busca de un mayor conocimiento acerca del entonces llamado «tercer mundo» y realizar, de hecho, la primera bienal global del mundo que luego en 1989 sería reconocida como una de las más importantes junto a la de Venecia, São Pablo, Sidney, Documenta de Kassel, de larga experiencia entonces. Sorteando toda suerte de soledades en pueblos, aldeas y villorros, poco presupuesto, así como variados tipos de seducción, incomprensiones e indiferencia, pudimos documentarnos de lo que pasaba hasta convertirnos en cautelosos, modestos, pero seguros expertos y curadores en materia de artistas, instituciones, publicaciones, proyectos, eventos de muy diversas escenas artísticas locales.

Nunca en Cuba, ni en otros países visitados, se había experimentado nada igual, a pesar de que contábamos con magníficas experiencias internacionales en otras disciplinas artísticas (festivales de cine, ballet, literatura, teatro…). Pero es que el arte, desde los años ochenta hasta nuestros días, ha dado muestras de implacable diversidad, conceptualización, re-estructuración, dinamismo, hibridación, movilidad, apertura, transformación, expansión, contaminación, cuyo entendimiento y reflexión consecuente exigen demasiado a cualquiera que decida enfrentarlo y asumirlo mediante exposiciones y acciones como una gran puesta en escena. Mientras otras disciplinas de la creación se mantienen operando dentro de sus históricas estructuras, y respetando más o menos leyes y normas alcanzadas, lo cierto es que el arte se ha transformado tanto que a nosotros mismos nos resulta difícil comprenderlo en ocasiones (y máxime ahora con la incorporación de lo sonoro, olfativo, táctil, gustativo; es decir, la casi totalidad de los sentidos humanos).

De ahí que algunos expertos se hayan atrevido a calificar a la Bienal de La Habana como un verdadero milagro: esa es una de las imágenes más objetivas que hemos proyectado hacia el exterior, sobre todo en aquellos que poseen una corta o vasta experiencia en estos asuntos. Sin ánimo de alcanzar reconocimiento oficial o popular, no hemos hecho otra cosa a lo largo de treinta y cinco años que trabajar por amor al arte, a la cultura, a la ciudad, al país donde se desarrolla la Bienal.

La Bienal de La Habana ha ido ganando un espacio en el imaginario social de Cuba y del mundo. Su celebración constituye un acontecimiento relevante en la vida de la ciudad y sus habitantes, quienes se acercan a una mejor comprensión de las formas y las estructuras que genera el arte desde hace varias décadas. Y un acontecimiento de primer nivel para los artistas cubanos de todas las edades y promociones, pues la confrontación que experimentan en cada edición resulta de vital importancia para el desarrollo de sus carreras.

Revisando materiales de archivo he podido comprobar la riqueza de este trabajo curatorial, sus impagables lecciones de información y conocimiento, la maravilla que ha representado encontrarnos cada dos o tres años e intercambiar vida y experiencias con otros expertos y creadores de tantas culturas en el espacio físico de nuestras galerías, museos, calles, plazas, casas, iglesias, fábricas, instituciones, recintos feriales, hoteles, paseos, parques, de esta ciudad de La Habana. Y qué mejor ocasión ahora, que este tejido urbano celebra sus 500 años de existencia.

En las diversas sedes de esta variada Bienal en La Habana, enriquecida con la incorporación por primera vez de otras ciudades de Cuba —Pinar del Río, Matanzas, Cienfuegos y Camagüey—, podrán apreciarse obras en papel, lienzo, objetuales, esculturas, instalaciones, videoarte, realizadas por algo más de trescientos artistas de cincuenta y dos países en un número nada despreciable de exposiciones colaterales que incluyen a poco más de ochocientos artistas distribuidos en once de los quince municipios de la ciudad entre los meses de abril y mayo.

Esta edición 13 de la Bienal de La Habana es también, por tanto, un retrato de las expresiones visuales en ciertas regiones del mundo y, a la vez, de nosotros mismos al proponernos «La construcción de lo posible», según reza el tema central de la misma. Una imagen de nuestro esfuerzo por mantenerla vida y pujante y un homenaje modesto a todos aquellos que han trabajado a lo largo de tantos años con entrega total, con satisfacción, conscientes de nuestra modesta contribución a la cultura cubana y universal contemporáneas.

Es cierto que las Bienales son eventos complicados, difíciles en su concepción y desarrollo, máxime cuando las últimas experiencias a nivel mundial se inclinan cada vez más hacia proyectos in situ, instalativos, de carácter performático y efímero, y videoproyecciones que exigen profusión de recursos técnicos. Atrás quedaron los «motivos» iniciales de Venecia, ligados inexorablemente a la pintura, la escultura y el dibujo, los cuales durante varias décadas condicionaron el «modelo» de las expresiones a ser exhibidas y el «formato» del evento. Hoy las bienales asumen, por regla general, lo más arriesgado y experimental en el campo del arte, lo más «novedoso». Actúan como balones de ensayo, laboratorios donde se prueban intrincadas y difíciles relaciones en lo conceptual y formal, y donde se vaticina la inclusión de otras disciplinas culturales no necesariamente vinculadas a lo visual en sentido estricto.

Una Bienal de arte es importante, en primer lugar, para la comunidad local de hombres y mujeres que aspiran a niveles altos de educación y cultura en su propio país. Importante para la comunidad de artistas locales, y para el desarrollo de la institución arte. Lo es también para la reafirmación del sentido universal de la cultura sobre todo de un país como el nuestro, en cuya formación nacional convergieron procesos etnoculturales diversos que dieron lugar al surgimiento de una firme vocación universal de valores.

Para los artistas cubanos la Bienal de La Habana ha sido una de sus principales fuentes de inspiración, uno de sus trascendentes espacios para el intercambio y contacto ejemplar con otras culturas y una de sus principales plataformas de lanzamiento internacional. También lo ha sido para artistas de numerosos países, lo cual consta en muchas de sus declaraciones privadas y públicas, y ello es motivo de satisfacción para sus organizadores. Para el público habanero, fundamentalmente, es la más ancha ventana por donde mirar lo que ocurre en materia de arte contemporáneo.

Nos queda pues la satisfacción de celebrar sus treinta y cinco años de fundada apostando por el riesgo y la continuidad, la permanencia, la resistencia.