Pasará algún tiempo para que podamos tener una hermosa y detallada foto de la estrella Cervantes y de los cuatro planetas que le orbitan, que ya se nombran Sancho, Rocinante, Quijote y Dulcinea, como esta luna llena de finales de diciembre que asomó en La Habana, en Miami y en Madrid por primera vez desde 1977, quizá una alegoría de los tiempos por venir.
Poco importa que la constelación Ara esté a casi cincuenta años luz de la Tierra. Durante milenios, las civilizaciones han puesto nombre a los astros y esta vez fuimos parte de quienes promovieron la iniciativa del Observatorio de Pamplona y la Sociedad Española de Astronomía: podía elegirse entre más de doscientos nombres, y se recibieron más de medio millón de votos en la Unión Astronómica Internacional, uno por cada ordenador desde 182 países. La nuestra ha estado entre las propuestas más votadas, un verdadero homenaje al Año Cervantes y al cuarto centenario de la muerte del ilustre escritor.
Ahora que Cuba es propuesta hasta para el primer desfile de Chanel en Latinoamérica, y que el idioma español también está de moda en Estados Unidos, se aprecian mejor nuestras apuestas por el presente y el futuro: defendemos una lengua integradora de 550 millones de personas, que reconocen un diccionario común y las mismas reglas ortográficas, aun cuando su habla sea diversa y plural. Lo mismo sucede con la comunidad latina en Estados Unidos, que crece vertiginosamente y comparte una misma cultura y un lenguaje, al punto de que son cincuenta y cinco millones que enriquecen el futuro de esa nación.
Tanto igual nos enorgullece haber apostado por Cuba cuando otros le daban la espalda. Su encomiable inversión en educación y cultura, que ahora reconoce hasta el Banco Mundial, no se abandonó ni en la peor crisis económica. Ninguna política de bloqueos y mala vecindad por más de cinco décadas pudo impedir que acompañemos a la Isla Grande de las Antillas en defender la necesidad de una relación de iguales y de absoluto respeto con Estados Unidos de América.
Las páginas de la edición 27 se abren a este intercambio cultural y artístico, digno y sin condicionamientos: sea para reconocer el arduo rescate del patrimonio de Ernest Hemingway por el Consejo Nacional de Patrimonio y ONG norteamericanas, que para reseñar la mayor exposición personal de un artista norteamericano, Peter Turnley, en la historia del Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba. Y la muestra de dos fotógrafos que quedan cautivados por el carnaval de Santiago de Cuba, como Julio Larramendi y Chip Cooper en un acogedor hotel de La Habana Vieja; y el viaje de dos neoyorquinos como William Vazquez y Bruce Byers, que han recorrido el caimán verde junto a su amigo cubano, el pintor Carlos René Aguilera.
Ninguno de ellos encontró un solo gesto de animadversión o de hostilidad, y estaban de lleno en la Cuba profunda. Una verdadera amistad en estos tiempos de reinvención, desde el malecón de La Habana o en los campos de Cuba Libre, con tal de retratar una luna que debe salir para todos. Enhorabuena.