Sí, porque el ídolo mexicano fue un consumado motociclista, un amante de los automóviles y un piloto de aviación calificado. Así fue Pedro Infante.
Han pasado ya 63 años de la muerte de Pedro Infante (1917-1957), actor y cantante, uno de los íconos de la Época de Oro del Cine Mexicano, del que todavía se escuchan sus canciones y se pasan sus películas por la televisión en una especie de homenaje al legado que dejó. Su intensa y corta vida de solo 40 años, marcó el folclor latinoamericano.
Sus películas quedaron impresas en la memoria popular. Una de ellas, que se titulaba A toda máquina (1951), donde interpreta junto a Luis Aguilar a un policía de carreteras motorizado, resultó simbólica para los moteros de los 50 y 60. Y lo digo porque entre los motociclistas de entonces, estaba yo y no olvido sus peripecias y canciones.
Particularmente aquella que decía: “parece que va a llover, el cielo se está nublando, parece que va a llover, ay mamá me estoy mojando…” Porque qué motociclista no ha sido sorprendido alguna vez, por un aguacero en la calle. Muchas veces, entre triste y resignado, entoné esa canción mientras conducía mi moto desafiando la lluvia.
A Toda Máquina hizo que Pedro Infante se enamorara de las motos y, en 1955, adquirió una Harley-Davidson color police white con motor Panheat bicilíndrico en V, a 45 grados, de 1 200 cc, que daba 50 HP. Tenía cuatro velocidades con palanca de cambios junto al tanque y cloche de pedal en el pie derecho. Esa moto alcanzaba una velocidad de 160 km/h.
A la hija de Pedro Infante, Lupita Infante Torrentera, el Museo Harley-Davidson le pidió una de las motos de su padre, para exhibirla junto a la del también cantante y artista estadounidense Elvis Presley, en el museo de la marca, en Milwaukee, Wisconsin, Estados Unidos. Dicen que Pedro Infante llamaba a esa moto su “chica consentida”.
No solo a las motos, también Pedro Infante fue fans a los automóviles, de los que tenía un clásico Lincoln Continental de 1942, convertible, con un gigantesco motor V-12 (12 cilindros en V, 5 000 cc, 130 HP), automático de tres velocidades. De este auto solo se fabricaron 136 unidades, pues tras el ataque nipón a Pearl Harbor, EE UU entró en la II Guerra Mundial.
Asimismo, fue propietario de un Mercedes-Benz 300 SL de 1956, conocido como “Alas de Gaviota” de color blanco con tapicería roja en combinación. Tenía un motor de seis cilindros en línea, 3 000 cc, e inyección directa de combustible marca Bosch. Daba 215 CV a 5 800 rpm. Alcanzaba los 100 km/h en 8,2 segundos y podía alcanzar una velocidad máxima de 245 km/h.
Pero más que rodar, a Pedro Infante le fascinaba volar. La aeronáutica y los aviones fueron parte de su vida, y su muerte. Fue un piloto calificado que acumuló 2 989 horas de vuelo. El 15 de abril de 1957, despegó de la ciudad de Mérida, Yucatán, en un bombardero de la II Guerra Mundial, registrado con el nombre de “Capitán Cruz”.
Volaría a la Ciudad de México en ese Consolidated B-24 Libertador, cuya matrícula era XA KUN, de la empresa TAMSA. No más se elevó, en breve cayó a tierra en medio de la ciudad de Mérida. Además de Pedro Infante hubo dos muertos más en tierra. El desastre conmovió a todos. Unos años después se erigió un monumento a su memoria cerca de donde ocurrió el accidente.
En el profundo oriente cubano, rodando por las carreteras intramontanas, escuché en la radio del auto las canciones de Pedro Infante, arraigadas en esa zona. Y a menudo veo lo mariachis por televisión. Porque esa música, canciones y las películas, marcaron el folclor latinoamericano en general y el cubano en particular.
En portada: Pedro Infante en su Lincoln Continental